El gurú y el fontanero
Hay demasiados teóricos consagrados en disciplinas varias, como millones de seguidores que son supuestamente cultos y avanzados. Siguen subidos a la teoría, a los juegos de palabras y a los focos mediáticos, sus galardones se les amontonan, sus paredes están llenas de diplomas en varios idiomas y su prepotencia solo es comparable al entusiasmo con que los interesados aplauden y a la altura de la ola que hacen los papanatas para que no les digan antiguos. Estos teóricos de lo divino y lo humano nunca han movido un dedo para hacer algo que sea útil a los demás, pero se les tiene por grandes aportadores a la colectividad, de la que han vivido como marajás porque todos asumen que lo merecen.
Pero, ¡ay! estos grurús están cabreados porque no concitan unanimidad, y no entienden cómo es posible que el universo entero no se rinda ante su deslumbrante sabiduría. La razón es tan obvia que a veces no se percibe entre tanta luminaria: y es que un superteórico que predica sobre los ingenieros de caminos, canales y puertos puede engañar a universidades, institutos y comités especializados, pero nunca podrá engañar a un carretero viajado, a un buen fontanero o a un viejo pescador. Lo siento.