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¿Es la política una profesión?

napo.JPGSe supone que la política no es una profesión, sino que las personas que acceden a puestos de responsabilidad pública lo hacen porque son elegidos entre sus conciudadanos o porque quienes han sido elegidos deciden por delegación de la soberanía del pueblo que tal o cual persona es la idónea para desempeñar una función necesaria para la colectividad.
Pero resulta que no, que el sistema de partidos políticos, fortalecido adrede por la Constitución porque en 1978 era necesario hacerlo, ha originado unos nuevos centros de poder, que se mantiene por el sistema de listas cerradas, y de esta manera hay profesionales de la política, que no están en un cargo circunstancialmente como un paréntesis de su vida en la que aportan su talento a la sociedad, sino que se acostumbran a representar más que a ser.
Ese es el motivo de las puñaladas por un puesto en las listas electorales, porque hay gente que si dejase la política no sabría qué hacer ni a donde ir. Le dije eso una vez a un político que lleva subido al coche oficial más de veinte años y me preguntó por la profesión de Julio César, Alejandro Magno y Napoleón. La respuesta es tan buena como antidemocrática.

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Superficiales

8.JPGDijo Mingote que un pesimista es un optimista bien informado. No estoy de acuerdo, creo que el optimismo y el pesimismo tienen más que ver con lo de la botella medio llena o medio vacía. Tampoco creo en el consuelo, nadie puede consolarse cuando recibe un golpe terrible, y tampoco es verdad que las heridas cicatricen, simplemente se aprende a vivir herido.
Pero el ser humano tiene una tremenda capacidad para adaptarse a las circunstancias nuevas, y después de cada golpe empezamos una nueva vida, hay un antes y un después. Razón tiene Celaya cuando dice que vivimos a golpes. Y no estoy poniéndome trágico, sino todo lo contrario, pues el gran problema de la civilización occidental es que está diseñada sólo para el placer.
Aprender a vivir es estar preparado para encajar la vida, y eso nos hace ser más sensibles a los momentos buenos, que también son muchos, pero siempre queremos más, sólo gozar y gozar sin límites. Esa y no otra es la clave de un Occidente superficial. Incluso la alegría debe ser profunda.

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La coronación del emperador

No acaba de cuadrarme la crisis mundial con los fastos de Washington para celebrar el cambio de Presidente. Dicen que van a gastarse 150 millones de dólares en el guateque, una cifra que se me antoja irracional y desde luego innecesaria. La austeridad predicada por Obama empieza mal, y no sé dónde van a meter los más de tres millones de visitantes que estarán el día 20 en la capital federal norteamericana, porque Washington es una ciudad de alrededor de un millón de habitantes, como Valencia o Sevilla, y no hay espacio físico para que tanta gente duerma.
180px-0092_-_Wien_-_Kunsthistorisches_Museum_-_Gaius_Julius_Caesar[1].jpgDesconozco el momento histórico en que se decidió que el relevo se hiciera el 20 de enero, pero desde luego los que así lo acordaron eligieron un tiempo difícil, en mitad del invierno, siempre con temperaturas muy bajas. Como también existe la tradición de que el juramento se haga en el exterior del Capitolio, al aire libre, la multitud que lo contempla se congela y los dirigentes van forrados hasta arriba, con lo que la ceremonia luce menos.
Los ha habido chulitos, como Kennedy y Clinton, que se quitaron el abrigo y juraron en traje, que a cero grados es como ir a pelo. Otros lo han hecho bien abrigados, pero está claro que los desfiles y el jolgorio popular tiene mejor tiempo en primavera. En fin, esperemos que esos 150 millones sirvan al menos para dar trabajo a algunos parados, que en Washington también los hay, no vayan a creer que allí atan los perros con longaniza.