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Haití, del apocalipsis a la esperanza

Da escalofríos pensar en una situación como la que ahora se vive en Puerto Príncipe. Una ciudad fantasma, derruida, donde la muerte, el hambre y el pillaje se han adueñado de todo. Hagan abstracción de lo que es estar en una ciudad simplemente sin alumbrado. Cuando en alguna ocasión, por un temporal o una avería, se va la luz en nuestro barrio durante un par de horas y es de noche, da terror. Ir por la calle es caminar a tientas, y la única luz es la que aportan los coches que pasan. En Puerto Príncipe ni siquiera pasan coches.
zterror.JPGMe imagino el caos en el aeropuerto, en el que miles de personas quieren salir aunque sea de paquete en los aviones que llegan con una ayuda muy difícil de distribuir porque no hay gasolina, no hay carreteras, no hay nada. Los soldados van llegando y lo siguiente será la aplicación de la ley marcial, disparar a todo aquel que se encuentre saqueando, pillando, violando, porque en estas situaciones sale lo mejor y lo peor del ser humano.
Los haitianos no tienen que imaginarse cómo será el apocalipsis, ya lo están viviendo, entre el hedor de los cuerpos en descomposición y la impotencia ante lo que se les viene encima, que es todo. Aunque sea en cabeza ajena, esto debiera servirnos de lección para saber que nuestra vida tranquila y llena de cosas que no valoramos pende de un hilo. Todo puede irse al garete en un instante, y ahora mismo sólo puedo pensar en el privilegio que es estar vivo, abrir un grifo y que salga agua potable, tener una manta con la que protegerse y un sencillo plato de comida. En momentos como este hay que aprender a valorar la vida cotidiana, y pensar solidariamente en quienes sufren de esa manera tan brutal. Y el pensamiento solidario tiene que ir acompañado de los actos. Es ahora cuando tenemos que dar la talla para que un pueblo destrozado pueda ir recuperando la vida, y lo que es más importante, la esperanza.

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El terremoto de los pobres

El terremoto de Haití vuelve a poner sobre la mesa las desigualdades de este planeta. Es verdad que a veces las desgracias se producen en lugares pobres, como el Tsunami de hace cinco años en el Indico, y también es cierto que contra fuerzas de la naturaleza como esa o como un volcán tremendo nada puede hacerse. No es el caso de los terremotos, cuyo daño es siempre directamente proporcional a la calidad de las infraestructuras. Raro es el año en el que Japón no sufre seísmos de 7 grados, y todo queda en algunos destrozos, pero no se convierte en una catástrofe de magnitudes bíblicas.
zImage58[1].JPGEsto sucede porque la pobreza también está en las infraestructuras. Cuando el terremoto de Managua hace más de treinta años ocurrió lo mismo, pero curiosamente los edificios oficiales, los hoteles de lujo y las mansiones se mantuvieron en pie. Es terrible que sucedan estas cosas en uno de los países más pobres del mundo, nadie puede evitar que la tierra tiemble, pero sí que los daños sean tan grandes. Con esta desgracia volvemos a tener constancia de que los embates de la naturaleza enfurecida pueden amortiguarse con dinero, pues solo basta ver la forma de construcción que hay en Japón o en California, donde los seísmos son frecuentes. Si mañana la tierra temblara en Los Angeles, tengan por seguro que los muertos y el apocalipsis estarán en los barrios hispanos, y en Beverly Hills como mucho se romperán algunos cristales. Qué pena Haití, ahora más pobreza y me temo que más corrupción cuando haya que administrar las ayudas, como sucedió en Managua.

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El desprestigio injusto de los funcionarios

Sé que este post no va a ser muy popular, pero es que aparece en los medios una información de agencia en la que se dice el número de funcionarios por cada mil ciudadanos ocupados, y resulta que en Canarias son 170, es decir, el 17%. Dicho así suena mal, porque el funcionariado es una clase que sufre el desprestigio, es objeto de todos los chistes y existe la impresión de que cobran sin dar un palo al agua. Siempre se les imagina detrás de una ventanilla, puteando al ciudadano y colgando el cartelito que desde tiempos de Larra reza «Vuelva usted mañana».
Pero hay que señalar varias cosas. Como en todas las profesiones, supongo que entre el funcionariado de mesa y ventanilla habrá de todo, como en botica, pero lo cierto es que finalmente todo funciona, supongo yo que no será por milagro y que algo tendrán que ver los denostados funcionarios. Por otra parte, ese funcionario de chiste de Forges que está detrás de una mesa es la gran minoría, porque en ese 17% de empleados públicos entran los servicios básicos de la comunidad: Seguridad, Defensa, Justicia, Enseñanza, Investigación y Sanidad, entre otros. Hay comunidades en las que el porcentaje es menor, sencillamente porque hay más enseñanza privada, y en un archipiélago como Canarias muchos servicios públicos se duplican por la insularidad. En ese 17% canario está todo el personal sanitario, docentes, bomberos, personal de justicia, policía y fuerzas armadas. Es decir, no parece que importe que un cabildo entregue un millón de euros a un equipo de fútbol (entidad privada, por cierto), pero molesta que un bombero, un médico de urgencias o un profesor cobren su salario.
Por otra parte, al ser unos colectivos que suelen tener un puesto de trabajo estable (aunque casi siempre peor pagado que en la empresa privada) son una fuente de dinamización de la economía, con lo que ese dinero público que cobran va en buena parte a mover la economía general. Exigimos profesores para nuestros hijos, médicos cuando estamos enfermos, ayuda de la policía, bomberos cuando hay problemas, etc… Y estas personas, que trabajan para la colectividad, también comen tres veces al día y es normal que cobren un salario. De manera que ya resulta cansado que siempre demonicen a los funcionarios y que los metan a todos en el mismo saco, sin pararse a pensar que esos servicios básicos son el chasis de cualquier sociedad.