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No se metan en política o el idioma de la zarza

 

El anecdotario franquista cuenta que Manuel Fraga Iribarne le comentó a Franco, discretamente, de gallego a gallego, que le había llegado el rumor de que un sector del régimen estaba conspirando para quitar sin que se notara algunos poderes al núcleo de confianza del dictador. Franco ni se inmutó, y por toda respuesta, con actitud paternal aconsejó al ministro: “Haga como yo, don Manuel, no se meta en política”. No es muy probable que esto ocurriera y sea otra de las muchas leyendas urbanas que atraviesan el tiempo, ya que parecidas frases en situaciones similares han sido puestas en boca de Catalina de Rusia, Napoleón, Simón Bolívar y hasta del lejanísimo Julio César, que en su momento tenían un poder omnímodo. Lo dijera quien lo dijera –si es que alguien lo dijo realmente- en el fondo tenía razón, porque la concentración de poder tiránico en la voluntad o el capricho de una sola persona es lo más opuesto que existe a la política, que es diálogo, acuerdo, negociación y diplomacia. Por eso, me sumo a esa idea, me dedico al seguimiento de la liga de fútbol, el concurso de murgas u otra disciplina similar, y me olvido de asuntos que, o se me explican mal, o mi capacidad de entendimiento no alcanza a comprender.

Se me escapan demasiados detalles sobre asuntos varios. Son muchos, pero me referiré solo a tres. Uno es la mesa pactada entre los gobiernos de España y Cataluña y sus variantes malabares como la espada de Damocles sobre la inhabilitación de Torra, otro es el Brexit y el tercero es el culebrón chino del coronavirus. Seguramente, en el visionario cerebro de Pedro Sánchez refulgen las respuestas que solo él conoce, como Moisés cuando bajó del Monte Horeb (Sinaí) después de haber recibido instrucciones de Yahveh, que había tomado la apariencia de una zarza ardiendo para hablarle. Por la otra parte en conflicto, Oriol Junqueras también debe haber recibido instrucciones que solo entiende su mente esclarecida, porque igualmente le ha hablado la misma zarza (en catalán, por supuesto). Todavía no sé quién es quién, pero parecen indicarnos que solo ellos conocen los pasos que han de darse. Por mucho que releo y busco mensajes entre las líneas del Éxodo, no encuentro pistas sobre cómo van a cuadrar un puzle tan endiablado, aunque se ve claro que el paso del Mar Rojo es una referencia velada a Pablo Iglesias y Ada Colau. Ellos sabrán, que para eso conocen hasta el idioma de la zarza.

Lo del Brexit es otro misterio que únicamente parece tenerlo muy claro Boris Johnson. No hay duda, al Primer Ministro británico le ha hablado la zarza. Europa está perpleja, los escoceses indignados porque quieren pertenecer a la UE y los del Ulster quieren unirse a la República de Irlanda. Sorprende ver en la televisión a un sector de los británicos (ingleses siempre) agitando sus banderitas y entusiasmados con el Brexit, que no saben exactamente qué es pero se entregan a la grandilocuencia de la soberanía y la grandeza histórica del Imperio Británico, al que a estas alturas hasta se le marcha el príncipe Harry. Por fin seremos precisos cuando hablemos de los ingleses, porque serán solo ingleses; ya están a la fuga los escoceses e irlandeses del norte, a quienes llamamos impropiamente ingleses cuando deberíamos referirnos a ellos como ciudadanos del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte, en un posible futuro solo Inglaterra. Tampoco han dicho qué planes tiene la zarza ardiendo para el País de Gales.

Tercer asunto: el coronavirus. Es un virus terrible pero no muy virulento (les juro que lo he oído en boca de un responsable en enfermedades infecciosas), que contagia a miles de chinos y mata solo a unos pocos. Aquí la zarza ardiendo debe haber hablado en chino, porque nada tiene sentido. Mi pobre cerebro no logra descifrar los códigos. Resulta que es un virus menos peligroso que el de la gripe, pero la Organización Mundial de la Salud declara la alerta internacional; varias líneas aéreas suspenden sus vuelos con China, nos llenan los noticiarios de imágenes de ciudades chinas en estado de sitio y ¡ale hop! aparece un caso en La Gomera. No hay que alarmarse, pero en la ciudad de Wuhan están construyendo a toda pastilla dos hospitales. Se trata de un virus del que no se sabe con certeza ni su periodo de incubación, pero se puede visitar a los afectados que están en cuarentena. Los políticos convocan ruedas de prensa un sábado a mediodía (lo que le pone color de urgencia) pero hay que lanzar el mensaje de NO – PASA – NADA, con cara de “no sabemos muy bien de qué hablamos” y respuestas que ya si eso veremos durante la semana cómo evoluciona el tema.

Por eso no entro a valorar asuntos que deben funcionar con una lógica que no controlo, no vaya a ser que alguien haya traducido mal los mensajes encriptados, y el coronavirus sea una cortina de humo montada por los gomeros, China sea la que acuerde las medidas pos Brexit con los soberanistas catalanes y tengan que ser los escoceses los que aprueben los presupuestos de Sánchez. Ya saben, no sean alarmistas, extremen los cuidados, disfruten de los mogollones y no frecuenten aglomeraciones para evitar contagios carnavaleros. Todo muy lógico. Y en definitiva, hagan como yo, no se metan en política.

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Catón, el absurdo y Marruecos

 

Me temo que vivimos tiempos del absurdo. Entendemos como tal lo que no se corresponde con la lógica formal, y por lo tanto no podemos colegir entre causa y consecuencia. Vivimos en un mundo y una época en la que el absurdo nos rodea, porque, además, se mezcla con lo que llaman posverdad, que es una mentira, pero no una mentira cualquiera, porque se fabrica siempre con un componente emocional. Lo estamos viendo cada día, cuando las distintas facciones políticas se aferran a hechos que se mueven entre lo real y lo imaginado, a los que se añade una memoria pasional de fanatismo a favor o en contra; así tenemos esa mentira fácilmente desmontable con datos, pero que sigue ahí, enquistada, creída por millones de personas sin que haya forma de despegar esa creencia fanatizada, que ha funcionado de forma sistémica en todos los sistemas totalitarios, sean del signo que sean.

Dicen los manuales de Filosofía que el absurdo es el conflicto entre la búsqueda de un sentido intrínseco y objetivo a la vida humana y la inexistencia aparente de ese sentido. Esta definición académica puede evocar el enredo verbal de la adivinanza en la cual finalmente gritamos ¡la gallina! Por otra parte, parece que tiene poco que ver con la posverdad, pero sí que tienen relación; en su profundo desconocimiento de los insondable, el ser humano se agarra a ideas que le parecen certezas, aunque no lo sean, porque precisamente nos movemos en el filo de la navaja de lo real y lo imaginario, de lo concreto y lo intangible, de lo que puede verificarse y  lo indemostrable. Esa tierra de nadie en la que tendría que habitar la duda es el espacio que ocupa la certeza de la mentira emocional vestida con el traje de gala del absurdo.

Este asunto ha sido tratado tanto en la literatura como en la filosofía desde que estas existen, pero nunca tuvieron carta de naturaleza nominal hasta que Albert Camus la puso sobre la mesa en su libro El mito de Sísifo y la llevó a la práctica en su novela El Extranjero. Siguieron esa ruta autores de la talla de Samuel Beckett, Harold Pinter y el propio Camus; antes de que se le pusiera nombre, cultivaron el absurdo con otras nomenclaturas autores como Valle-Inclán, Lewis Carroll y sobre todos Franz Kafka. El absurdo se mueve entre el existencialismo y el nihilismo (aparentemente opuestos), porque ya se ha dicho que es tan dubitativo que paradójicamente desprecia la duda, que sería su territorio natural, y se balancea hacia un lado u otro con escasa posibilidad de que cambie el sentido del balanceo porque está construido con los mismos materiales que el fanatismo sin que lo parezca a primera vista.

Ese absurdo del que hablamos es el pilar en el que se sostiene gran parte de nuestro día a día. Marruecos lanza un órdago para conseguir más prebendas de la UE y de España; suenan las sirenas, y se silencian porque la ministra de Asuntos Exteriores fue a Rabat a hablarlo con el Gobierno marroquí y este le aseguró que no tomará ninguna medida unilateral, que es precisamente lo que tiene en proceso, mientras nosotros preparamos tranquilamente los carnavales. No se entiende que el Gobierno de España no reaccione y se plante para provocar un trazado de la mediana basado en las leyes marítimas e internacionales en vigor. Siempre es lo mismo, da igual el color del gobierno de Madrid. Ah, claro, parece el juego de siempre, pero es a la vez una manera de probar hasta dónde llega la fuerza del otro.

Vendría bien recordar al cónsul romano Catón El Viejo y sus advertencias sobre los cartagineses. Después de dos guerras, estos fueron derrotados por Roma, pero dejaron que la ciudad de Cartago siguiera en pie. Catón insistía en que había que destruirla porque si no renacería y sería un peligro. No le hicieron caso, y Cartago quiso vengarse de su anterior derrota, lo que ocasionó una nueva guerra. Volvieron a vencer los romanos, pero esta vez destruyeron por completo la ciudad y el paso de Cartago por la historia. La alusión a la guerra púnica predicada por Catón es, por supuesto, metafórica; lo que digo es que la diplomacia española flaquea cuando se trata de Marruecos; si no tenemos más datos podríamos pensar en presiones muy alambicadas e intolerables, o que hay gente que se pone muy nerviosa porque teme que se tire de la manta y quede al descubierto qué fue lo que realmente sucedió entre bambalinas en 1975, cuando, con la coartada del nebuloso Acuerdo Tripartito de Madrid, se entregó a Marruecos la antigua provincia del Sahara.

Estoy convencido de que, si estas apetencias de expansión del dominio del océano se produjeran en las costas cercanas a La Península Ibérica, la reacción de Madrid sería otra, y es ya un status quo sellado hace mucho tiempo la línea divisoria entre ambos países en aguas limítrofes a Este y Oeste del estrecho de Gibraltar. ¿Por qué no se ha hecho lo mismo con las aguas canarias, como ha hecho Portugal con Madeira? Y se reduce al absurdo un problema que está ahí desde hace mucho tiempo y tiene visos de que será recurrente en el futuro, porque los fondos marítimos ahora son más apetecibles por las noticias de que en ellos hay minerales valiosos, además del petróleo y el gas que pudieran explotar si se adueñan del control de las aguas. Puede que llegue el día en que la piedra de Sísifo, que hay que empujar una y otra vez por la ladera, sea tan pesada que no haya fuerza suficiente para subirla otra vez. Y contra esa ya conocida política de hechos consumados, ya sabemos que se acudirá a la ONU, que resolverá el problema con la misma rapidez y diligencia que ha resuelto el conflicto del Sahara Occidental. Es decir, lo que nos cuentan sobre las aguas canarias empieza a pertenecer al absurdo, porque es una sinrazón que no concuerda con la lógica más elemental. Pudiera ser que, en el futuro, la piedra de Sísifo gane mucho peso por intereses de países terceros; entonces no habrá forma de moverla. Ahora es el momento. Como Catón, me limito a advertirlo.

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El Siglo Internacional del Idiota

 

Ya es costumbre que, cada tercer lunes de enero, los medios insistan en que se trata del día más triste del año. Esta deducción procede de un psicólogo británico; imagino que si fuese esloveno o paraguayo no habría Blue Monday planetario, porque lo que marca el paso es lo que tiene procedencia anglosajona. Este señor llegó a tal conclusión por diversos motivos muy obvios, como que a mediados de enero se desinflan los propósitos de Año Nuevo, se han acabado las fiestas (debe desconocer que aquí ya está la gente cosiendo sus disfraces para carnavales) y otros elementos depresivos. La verdad es que para llegar a semejantes conclusiones no hace falta ser un eminente doctor universitario, se lo podría decir una pastelera de Lisboa o un albañil de Birmania. Lo que da más risa es que incluso aporta una sofisticada fórmula matemática, basada en gran parte en razones que no son universalmente válidas, porque una es que el tiempo es gris, lluvioso y frío (en Gran Bretaña, claro), y desestima a todo el Hemisferio Sur, donde ahora es pleno y luminoso verano; la otra es que lo coloca en lunes porque es el primer día laboral de la semana, después del festivo domingo, y desprecia costumbres de otras culturas en las que los sagrados días de descanso son el viernes o el sábado. Es decir, proclamar que el tercer lunes de enero es el día más triste del año en el planeta Tierra es una majadería cósmica y cómica.

Desde hace medio siglo o más, organismos internacionales o estatales han ido señalando fechas para recordar asuntos importantes para la convivencia, la salud, la cultura o cualquier otro aspecto importante de nuestra vida en común. Y se hace porque es necesario recordar la lucha contra la violencia machista, velar por los derechos del niño y por la igualdad de todos los seres humanos, visibilizar determinadas enfermedades, apoyar la cultura en distintas vertientes o estimular la búsqueda de la paz. Hay fechas que todos tenemos presente, e incluso se declaran años dedicados a asuntos fundamentales. Así, tenemos muy claro que hay jornadas importantes, y solo pongo tres ejemplos, aunque hay otras con parecida relevancia: el 8 de Marzo, el 30 de enero o el 23 de abril, porque son recordatorios para la igualdad de géneros, la paz o el libro como transmisor de cultura. De este modo, hay bastantes días en los que tratamos de renovar nuestro compromiso humano con distintos asuntos cruciales para el avance y el beneficio de la Humanidad en su conjunto.

Y en el mismo listado, resulta vergonzante que aparezcan días, incluso internacionales, dedicados al tequila, al chiste, a la tapa o la cerveza, que se igualan en el ránking con aquellos que llaman nuestra atención sobre asuntos tan graves como la trata de seres humanos, el Alzheimer o el ictus. Bien está que se reivindique que se pueda llevar el perro al trabajo, o que haya gente que encuentre importante promover la broma, pero eso no debería estar mezclado con asuntos como el cáncer, el comercio de armas o el agua potable como elemento vital. El caso es que son tantos los días de esto o de lo otro, que el año no puede contenerlos a todos, y por ello es frecuente que en cada fecha del calendario coincidan varios. Lo que se consigue con esto es que las cosas verdaderamente importantes queden diluidas en un cajón de sastre en el que tienen el mismo rango los días dedicados a la croqueta y el que nos recuerda que la voz es un instrumento fundamental para la comunicación y que es, además, una herramienta de trabajo en muchas profesiones importantísimas.

Y ahora también aparecen apéndices no oficiales pero sí muy mediáticos como el mencionado Blue Monday, una estupidez que no resiste el menor análisis, por muchas fórmulas matemáticas que aporte el iluminado psicólogo inglés al que se le ocurrió semejante chorrada. Me temo que muchas de estas iniciativas no surgen por generación espontánea, sino que se fabrican por encargo, y por ello necesitan una autoridad científica que las respalde para que tengan cierta credibilidad. Y como ya todo se compra y se vende, con tanta memez institucionalizada lo que se pretende es que apartemos la mirada de lo importante y nos entretengamos en mamarrachadas. Como ahora la incidencia de los medios se multiplica a través de las redes sociales, nos pasamos el día con sandeces inútiles. ¿Creen que es necesario decretar el Día Internacional del Retrete o del Gin & Tonic? Pues existen, y ya se encargarán los noticiarios de recordárnoslos. No sé si por culpa de otros o por nuestra propia inercia para seguir la corriente, pero está claro que hoy estamos más idiotizados que ayer pero menos que mañana. Si no ocurre un milagro que nos despierte de esta hipnosis colectiva, habría que proclamar no el día, la semana ni el año, sino el Siglo Internacional del Idiota.