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El paraíso perdido

 

Este trabajo lleva el mismo título que el poema de John Milton, un clásico inglés del siglo XVII que cuenta en forma de epopeya el episodio de la expulsión de Adán y Eva del Paraíso y en el que subyace la pregunta de por qué un Dios supuestamente misericordioso y omnipotente permite los errores humanos, cuando para él sería muy fácil evitarlos. Viene a cuento porque en estos días echamos de menos la vida cotidiana que muchas veces tildábamos de monótona e insulsa: comprar el pan, ir y venir al lugar de trabajo, tomar café con alguien conocido. Ahora, hasta tirar la basura se ha convertido en una ilusión porque permite salir del encierro que supone estar todo el día en casa. Miramos hacia atrás, y añoramos esa monotonía que era el eje de nuestra vida.

Pero sin duda lo que más se echa de menos es a las personas, sea a la gente en general o muy especialmente a los seres querido a los que ahora no tenemos acceso directo. Están el teléfono, las videollamadas y todos los medios tecnológicos que nos permiten ver y hablar en tiempo real con alguien que está lejos, pero eso antes era un sucedáneo de los afectos, porque siempre lo importante era el cara a cara. Ahora nos damos cuenta de que en los últimos años se ha despreciado ese trato directo, esa conversación en vivo, porque a veces alrededor de una mesa cada cual se embebía en su móvil, comunicándose con alguien que estaba en Pernambuco, mientras ignoraba a las personas sentadas a su lado. También deberemos aprender esa lección de todo esto.

Abundan en estos días los profetas del pasado, gente que por lo visto sabía que una catástrofe de estas dimensiones iba a ocurrir y no se previno. Ciertamente, sí que ha habido ciertas advertencias claras, algunas desde el mundo de las Humanidades, como la novela de Saramago Ensayo sobre la ceguera, a la que le dimos solo valor literario como en su momento se le dio a 1984 de Georges Orwell. O a algunas distopías que hemos tomado por ciencia-ficción y entretenimiento, como en su día fue tomado Un mundo Feliz de Huxley. Pero las verdaderas advertencias vinieron del mundo científico; nadie escuchó el clamor de biólogos, epidemiólogos e investigadores en este campo, que han predicado en el desierto a pesar de las fuertes señales que se vieron con la Gripe A y otros virus posteriores. Combinando esa sordera del mundo y sus poderes con la ceguera metafórica que nos presentaba Saramago, el resultado es el presente, una pandemia terrible y dolorosa que ojalá sirva para que cambie la forma de mirar y los valores se vuelvan reales.

Lo que me deja perplejo es que, aun en estas circunstancias, la capacidad humana para la necedad es ilimitada. «Dos cosas son infinitas: la estupidez humana y el universo; y no estoy seguro de lo segundo» (Einstein dixit). En estos días estamos viendo cómo siguen algunos y algunas jugando a la demagogia cuando no a la mentira, para tratar de sacar ventaja a la salida de esta crisis, que nadie sabe exactamente cómo quedará y cuáles serán los lastres y las enseñanzas que posiblemente signifiquen un antes y un después. Decía esta semana Angela Merkel que no nos habíamos enfrentado a un shock social semejante desde la II Guerra Mundial, y aquello fue muy fuerte. El mundo cambió, y posiblemente cambie ahora, pero desconocemos de qué manera, porque los profetas del pasado para predecir valen poco.

Y vuelvo a insistir en que los profetas del futuro son los científicos, son ellos los que pueden prepararnos para afrontar un mundo muy cambiante, pero para eso deben tener medios, y que la investigación sea prioritaria en todo gobierno responsable que se precie. No me fío mucho del ser humano en cuanto a sus aprendizajes, porque suele durarle hasta que se olvida del sufrimiento o hasta que su ambición le lleva a valorar más al dinero que a la gente. Y eso está pasando. Si ha habido errores evitables, negligencias o torpezas, tratemos de corregirlas y habrá tiempo de dirimir responsabilidades y los efectos que estas tengan. Ahora no, el río viene muy fuerte y el objetivo es alcanzar la orilla. Cuando acabe este desafío y encontremos otra vez nuestro paraíso perdido particular, ojalá la Humanidad se ponga a trabajar en otro reto común, dar prioridad a las personas. Buena semana.

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DIARIO DE CUARENTENA. Jornada 10: Valor y precio (24/03/2020).

 

Tengo entre las manos la nueva novela de José Luis Correa, Las dos Amelias, undécima de la saga del detective Ricardo Blanco. La literatura de Correa parece de evasión, lo cual por sí misma estaría bien, pero en realidad sus historias detectivescas son la disculpa para entrar en asuntos de mucha envergadura. Este vez se trata de adentrarnos en ese mundo virtual de Internet, la fama de las llamadas “Influencer” y el espacio público que ocupan con solo hacerse una fotos y decir qué han desayunado. Y esta es solo una parte, porque ya la telebasura nos da famoseo que genera por lo visto mucho dinero. Mientras, investigadores necesarios cobran miserias, nadie los conoce (ni ellos lo pretenden) y muchos se van fuera. Tal vez sea una de las cosas que cambien después de esta crisis.

El famoseo hace que se pierda de vista el verdadero valor de las cosas. Entre las personas fallecidas en esta pandemia está Lucía Bosé, a la que los medios identifican como “la ex esposa del torero Luis Miguel Dominguín y la madre de Miguel Bosé y Paola Dominguín”, como si ella no tuviera valor por sí misma. Lucía Bosé es una de las grandes del cine italiano, español y europeo; pertenece a esa hornada de actrices italianas que surgieron a finales de los años 40 y principios de los 50, como Sophia Loren, Silvana Mangano, Alida Walli o Gina Lollobrígida. A sus 16 años era dependienta de una pastelería de Milán y cuando Visconti entró a comprar castañas confitadas se prendó de ella y la convirtió en su musa. Trabajó a las órdenes de los mejores directores de su tiempo, desde Fellini a Buñuel, De Santis, Emmer… Comedia, drama, siempre bellísima y actriz; a las órdenes de Juan Antonio Bardem protagonizó Muerte de un ciclista, sin duda una de las mejores películas de la historia del cine español. Por eso, sin desmerecer las carreras de sus hijos, Lucía Bosé solo necesita su nombre para identificarla en su grandeza. Se ha ido entre el ruido que es silencio a la hora de despedir a los muertos, pero quedará siempre su gran aportación al arte cinematográfico. Descanse en paz.

Y es de esto es de lo que en el fondo trata la novela de Correa, de la confusión entre valor y precio, pero les aseguro que, además, van a pasar unas horas muy entretenidas leyendo; ahora que no podemos salir, el novelista nos paseará por las más conocidas calles de Las Palmas de Gran Canaria, como es su costumbre, que ahora los lectores apreciarán más. Ánimo, seguimos adelante.

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DIARIO DE CUARENTENA. Jornada 10: El humor es cosa seria (23/03/2020).

 

En estos días de reclusión, nos llega todo tipo de mensajes. Como dije ayer, los que barrunto como  negativos los borro sin verlos, aunque tal vez me pierda alguno que pudiera alentarme. Luego viene el humor, a veces grosero, en el que se juntan los chistes de suegras y parejas mal avenidas con el estado de Alarma que atravesamos. Debe haberse agotado la rueda porque ya empiezan a llegar de nuevo los mismos de la semana pasada. Es loable que haya gente que se empeñe en ayudar buscando unas risas, pero es que a veces, aunque un chiste es una especie de reducción al absurdo de la realidad, la carga de profundidad que lleva le quita toda la gracia. Porque los que dicen que los mexicanos celebran la muerte es que no se han enterado muy bien de lo que significa para ellos, que no es una fiesta, sino una manera festiva de exteriorizar el dolor de la ausencia. En resumen, que si es de mal gusto la gracieta, por muy hilarante que parezca, no induce a reír.

El humor es una parte de la literatura muy importante. Casi siempre se manifiesta de una manera sutil. No se lanza sino que se desliza. Y ahí la ironía, los juegos de palabras y los contrasentidos son fundamentales, y quien lee tiene que estar en sintonía con el tono de quien escribe. Y no solo está el humor en acreditados autores con gran vis cómica como Jardiel Poncela, Ionesco o George Bernard Shaw. También está en plumas supuestamente serias, como Ana María Matute, Oscar Wilde, o nuestro Galdós que las mata callando. Borges y Cortázar no se quedan atrás. Nuestra paisana Dolores Campos-Herrero conocía muy bien las pisadas de estos dos grandes argentinos, ambos cautivados por la grandes literaturas en varias lenguas (también la española). Por eso, aparecen las sonrisas y aun las risas en su antología de relatos HISTORIAS DE ARCADIA en estos días es una lectura ideal, donde se puede encontrar relatos al uso muy peculiares o cuentos mínimos de doble filo, con sonrisa incorporada, como este:

“UN CONSEJO: Nunca más vuelvas a tirarte al tren. Mira, Ana, que no hay Karenin que lo merezca”. 

O este: “Cada tarde veía del revés su nombre en el espejo. La había querido fanáticamente cuando todavía no se llamaba Atreb”.

Hagamos que en esta semana que enfilamos empiece a aplanarse esa curva de la que nos hablan los expertos. Nunca apreciaremos en su justa medida el inmenso valor de la línea recta. Seguimos.