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DIARIO DE CUARENTENA. Jornada 33: Muñeca con gafas. (16/04/2020).

 

Me contaba anoche mi amigo palmero Manuel Concepción que estuvo hablando por teléfono con otro amigo común, el escritor Santiago Gil, confinado en su domicilio de Las Palmas, que tiene un arte especial para imitar mi voz rota y sabinera y mi manera de entonar. A media conversación, Santiago le dijo que yo lo estaba visitando en ese momento, y acto seguido empezó a saludar como si fuese yo a Manolo, que no salía de su asombro al escuchar una voz que él creyó la mía (dice él que tal cual), confuso porque se supone que ahora cada uno ha de estar en su casa. No sé si fue que Santiago lo sacó del error o si hubo un momento en que él se dio cuenta de se trataba de una gran broma, pues parece ser que Santiago lo hace muy bien según me certifican, porque yo no puedo apreciar la calidad de su imitación. Luego Manolo me llamó para contarme la anécdota mientras se partía de risa y no cesaba de repetir que aquella voz era exacta a la mía. Evidentemente, la risa fue compartida.

Al piso interior que está enfrente del mío llegaron nuevos ocupantes en los días en que empezó el confinamiento. Compartimos un patio de luz por la cocina y apenas ha habido ocasión de saludarnos a distancia, de ventana a ventana. Es una pareja joven que tiene dos niñas gemelas de seis años, que a veces escuchamos mientras estudian, cantan o leen cuentos, pero que casi no hemos visto. Lo que sí sabemos es que una de ellas se llama Olivia.

Para llamar la atención de Sofía hacia la ventana nueva a la que nos asomamos cada tarde a las siete, mi compañera ha hecho un dibujo/collage grande de una muñeca. Como no teníamos cartulina, le sirvió el interior blanco de una bolsa de compras y para materializar la imagen usó lápices de colores y recortes de otras bolsas que fue pegando. El resultado es cuando menos vistoso. La pusimos en el cristal y nuestra sorpresa fue que Sofía apareció en su ventana con unas gafas de sol, como si hubiera adivinado que la muñeca del dibujo también las tenía. Diego hoy estaba risueño en brazos de su padre, todavía es muy pequeño, pero ambos son la alegría de la calle cada tarde. Hoy tengo la mañana ajetreada, toca reabastecimiento. Buen día.

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DIARIO DE CUARENTENA. Jornada 32: ¡Viva la vida! (15/04/2020).

 

Hoy me he puesto a pensar por qué España es el único país del mundo en el que siempre se buscan culpables de todo lo que sucede. Llama la atención; en la mayor parte de los estados afectados, la pandemia se habla y se discute pero no se culpabiliza. Tal vez se tenga grabada a fuego esa idea de culpabilidad sobre cualquier cosa, y siempre la culpa es del otro, aunque sea un enemigo exterior o una catástrofe natural. Es un sentimiento secular que puede provenir del pensamiento de que todo lo que ocurre es un castigo divino provocado por los actos humanos, como el Diluvio Universal o las plagas de Egipto. Y esto ocurre siempre y solo en España porque, en otros países, cuando se habla de culpabilidad, siempre es un estado extranjero.

Hoy nos hemos cambiado de ventana, porque nos dimos cuenta de que la del dormitorio (hasta ahora nos asomábamos por el salón) está mejor situada con respecto a la visión de Sofía. El edificio de enfrente estaba en reforma exterior, rodeado de andamios, y la primera semana de confinamiento trabajaron varios días, pero hacia el jueves dejaron de hacerlo. Pensábamos que con la reanudación de las actividades no esenciales tal vez volverían, y así cabría la posibilidad de que desapareciera el andamio que nos dificulta la visión de Sofía. Pero no han venido, y la fachada sigue igual.

Hoy Sofía salió con su maraca, y bailaba con su madre. Se la veía sorprendida porque aparecíamos por un lugar distinto al que ella estaba acostumbrada a vernos. Los niños son de ideas fijas, pero también tienen una enorme capacidad de adaptación, por lo que creo que pronto se acostumbrará a vernos en la nueva ventana. Y me imagino también a Marta, con su muñeca de trapo, asomada al mar de Santa Cruz de La Palma. Paradójicamente, la inocencia es la luz más clara que vemos en estos días tan difusos, y con ese candor parecen gritarnos ¡Viva la vida! Buen día.

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La técnica del ensayo y error

 

Me sentiría como un prepotente si dijera que, en todo este embrollo, no comprendo esto o lo otro, porque estaría dando a entender que son solo esas cosas las que ignoro. Pero la verdad es que no consigo hacerme un mapa de la situación, porque tampoco descarto la posibilidad de que lo que vivimos no sea más que un mal sueño. Fuera de la puerta de nuestra casa, nada funciona con la lógica normal, incluso las lógicas equivocadas o contrarias a nuestro parecer. Es por ello que tampoco alcanzo a comprender cómo hay tanta gente que trata de aprovecharse de una calamidad tan tremenda.

Hay detalles, sin embargo, en los que sí tengo criterio, seguramente porque se trata de asuntos que pueden ser enjuiciados con aquella lógica que parece haberse esfumado. Uno de ellos son las ruedas de prensa y las comunicaciones públicas que dan los responsables gubernamentales que están al timón de la lucha contra la pandemia. En mi opinión, los mensajes de los dirigentes tendrían que ser más cortos y directos, porque a la ciudadanía lo que le importa son las instrucciones concretas, sin esos largos párrafos discursivos que nada añaden a los datos. Tampoco entiendo que en el Congreso se eternicen las intervenciones. El Parlamento es el templo de la soberanía popular, no un karaoke en el que van a escucharse a sí mismas las personas que ostentan nuestra representación. Plenos de horas y horas en los que cada cual repite siempre su misma cantinela, que por otra parte nos interesa muy poco cuando lo que está en juego es la salvación de muchas vidas humanas.

Y en esta tendencia incurre también el Presidente Sánchez. Una y otra vez repite los mismos lugares comunes, que se supone alguien le ha preparado, pero que agotan por su obviedad. Es cierto que siempre aparece para informar de algo nuevo e importante, pero para eso no es necesario dar tantas vueltas, porque al final, salvo el titular y cuatro normas básicas, lo demás hay que ir a buscarlo al Boletín Oficial del Estado. Cierto es que la ciudadanía ha de estar informada, pero no que cada día haya una inacabable comparecencia de personas que alargan sus palabras hasta el cansancio. Debo suponer que, con tantos especialistas y asesores, esta manera de comunicar responde a una estrategia determinada, pero, en mi modesto parecer, si fueran más cortos y no mareasen la perdiz, se ganaría en claridad y aumentaría la confianza.

En estos días ha habido división de opiniones sobre la vuelta al trabajo en las actividades no esenciales que fueron paralizadas hace dos semanas. Doctores tiene La Iglesia, que dicen en mi pueblo. Hay países, como Suecia, en los que no se han tomado medidas drásticas en cuanto al confinamiento y la paralización de actividades y sus números no son peores que los de otros estados en los que se ha detenido en seco toda actividad no esencial. Luego hay países en los que ha habido distintas maneras de afrontar la situación y resulta desconcertante ver cómo propuestas iguales dan resultados diferentes. Se habla de maneras de ser de los pueblos, pero yo me niego a creerlo, sobre todo en un asunto de esta gravedad. Hay quien asegura que China miente con sus cifras, y luego llegan informaciones que hablan maravillas de lo bien que lo han hecho Corea, Singapur, Japón o Eslovenia, mientras que en otras se dice que también mienten. Es decir, la vuelta a la calle de millones de personas en España ¿es un acierto o  un disparate? Quiero pensar que quienes están al mando y sus asesores científicos saben lo que hacen, y tampoco sabemos hasta qué punto el temor a las consecuencias económicas de la paralización total de la actividad ha influido en algunas decisiones, o vaya usted a saber qué presiones se han generado. Supongo que, como en todo asunto científico, la técnica que se aplica es la del ensayo y error.

El caso es que estamos viviendo en una especie de burbuja en la que siempre están las expectativas de que funcionen los ensayos clínicos con distintos antivirales que mitiguen los efectos de la enfermedad y, en última instancia, se pueda obtener una vacuna que nos libre de esta amenaza. Estoy convencido de que la habrá, porque será, además, el negocio del siglo. Esa es la gran esperanza. No hay que desfallecer.