Roma traidoribus non premiat
Esta es una historia cuyo parecido con la realidad es pura coincidencia. Se trata del relato que da lugar a la frase «Roma no paga a traidores», que en el título va en latin porque es más solemne (dónde va a parar). Antes nos contaban en el colegio la gesta de Viriato, un valiente caudillo lusitano (portugués, para seguirnos entendiendo), y digo antes porque si en tiempos muy pretéritos se incidía en la historia desde una falsa visión de heroísmo ibérico, los sucesivos planes de estudios casi la han hecho desaparecer.
El caso es que no había manera de que la gran Roma preimperial (siglo II a.c.) llegase al Atlántico, porque, cada vez que los romanos se acercaban a Portugal, Viriato machacaba una detrás de otra las tropas de centuriones tan prestigiosos como Cayo Vetilio, Cayo Plancio y Cayo Nigido (los enumero para documentar que llamarse Cayo era para los romanos como ahora llamarse Manolo). Entonces, el cónsul Escipión mandó a otro centurión, un tal Marco Pompilio Lenas (esto ya tenía más nivel, era como llamarse Carlos Javier), con el encargo de que sobornara a tres lusitanos, con nombres de más porte: Àudax (Pedro), Ditalco (José) y Minurus (Ramírez) para que traicionaran a su líder y lo eliminaran. Cuando el trío se presentó en el campamento romano con la cabeza de Viriato y para cobrar la recompensa, el cónsul Escipión pronunció la dichosa frasecita (Roma no paga a traidores), y además ordenó: «¡Que los quiten del Mundo!»
Y los quitaron. Al menos fue así cómo me lo contaron. Ya digo, una historia que no tiene relación con la actualidad.