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Organismos inútiles

Siempre me ha llamado la atención la enorme cantidad de organismos instituidos, cuya incidencia en los problemas que supuestamente tratan de resolver es nula o muy escasa. Existen a todos los niveles, sea en ámbitos municipales, autonómicos, estatales, europeos o planetarios. Se reúnen, levantan actas, votan, emiten informes y finalmente nadie les hace caso, porque generalmente no vinculan a ningún poder ejecutivo. Fuera de las ONGs, que hacen un trabajo magnífico, hay un desierto, que cuesta muchísimo dinero en viajes, infraestructuras y gruesos salarios, zzzzflechas.JPGporque por los codazos que hay para entrar, ya suponemos lo que cobran quienes forman parte de esos organismo que al final son ineficaces. Incluso suelen resultar inútiles aquellos que supuestamente obligan a quienes están adheridos previo acuerdo. El ejemplo más claro es la ONU, controlada por unas cuantas potencias, que es un mastodonte que hasta cuando consigue acuerdos cada cual los interpreta a su manera y generalmente se incumplen. Gran parte de estos organismos -dejo fuera, insisto, a las ONGs- son instrumentos políticos en la peor acepción del término, que finalmente sirven a intereses de este o aquel gobierno, cuando no a un sistema global. ¿Qué pinta, por ejemplo, la Organización Mundial de la Salud, si no existe un plan de acción contundente en crisis como la actual epidemia de ébola? Por un lado mandan las farmacéuticas, por otro las eléctricas, las multinacionales, las compañías de telecomunicaciones, el mundo financiero o el mercado armamentístico. Esos son los verdaderos poderes, que crean comisiones y entidades que nos surten de grandes palabras, pero que solo son cortinas de humo para no actuar, porque si quisieran, hoy existen recursos, instrumentos y capacidad para atajar la mayor parte de esos problemas. Falta voluntad, o más bien la voluntad es que sigan ahí porque siempre algunos acaban ganando mucho dinero con el sufrimiento ajeno.

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Gallineros, tertulias y sabios


En España existen dos tipos de tertulias en los medios. Hay una en la que todos los ponentes dicen pensar los mismo y atacan las mismas posiciones con denuedo. Más que tertulias son cataquesis de uno u otro signo donde el bien son ellos y el mal los otros. Luego hay otras supuestamente más plurales y son un griterío, en el que todos hablan a la vez. Si mientras habla el otro tú hablas encima, no puedes escucharlo por el ruido y porque estás pendiente de tu propio discurso. Para complicarlo, casi siempre hay alguien que tercia, y aun otros que se suman, de manera que un sistema infalible para evitar que un argumento, una denuncia o una verdad llegue a oídos de otros es chillar, susurrar y gruñir encima del que habla y así procurar que se aturrulle o que, si sigue adelante, no se entienda lo que ha dicho. Me gustaban los debates públicos en directo, en la radio y en la televisión, en los que determinadas personas entendidas en un asunto exponían y confrontaban sus puntos de vista. Ahora huyo, porque no hay debate por varias razones: se sabe de antemano qué posición inamovible (y a veces indefendible) va a ocupar cada persona, no se aclara argumento alguno porque siempre hay al menos otra voz que incordia o anula, nadie respeta el turno de palabras, no se va al argumento sino a la descalificación personal, etc.
zzzaagallienro.JPGEn definitiva, un gallinero, con el agravante de que la especialización y el conocimiento de los temas suele ser secundario, porque hay políticos, periodistas y allegados cuya misión es ser voceros de esto o de lo otro contra viento y marea, y la misma persona habla con escalofriante solvencia de sanidad, educación, justicia, historia, biología, aeronáutica, física o cartomancia si es necesario. Me asombra que haya tantos conocimientos en una misma persona, y es raro que se acuda a especialistas; aunque eso da igual, porque las contadas veces que esto ocurre, estos osados contertulios se meten a discutir matemáticas con un matemático, geología con una geóloga y lo que sea contra el Premio Nobel de lo que sea. Su saber es omnímodo. Aparte de sus labores regulares en medios o en gabinetes que a veces hasta dirigen, están en varias tertulias televisivas a horas distintas, en la radio o en foros públicos. Ah, y escriben y publican libros con una velocidad inusitada. Me pregunto cuándo preparan sus trabajos, en qué momentos adquieren tanta información (o desinformación), cuándo duermen, comen, van al cine, leen, se compran ropa, se cortan el pelo o se duchan. ¿Tienen familia? Y lo saben todo. Con estos antecedentes, lo mejor es meterse en lecturas sosegadas y evitar esos inútiles debates (bueno, debates…) en los que desde hace años nunca, nunca, nunca, nadie ha logrado hacer cambiar la posición del o la contrincante un milímetro, aunque le demuestre con garbancitos que dos más dos son cuatro. ¿Qué se supone que debatían? Yo qué sé, no conseguí enterarme las veces que aguanté el pifostio por mera curiosidad. Siempre es un corral no precisamente de gallinas ponedoras.

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¿Estamos en manos del azar?

Cuando vamos en avión, en guagua o en taxi, comemos en un restaurante, cruzamos un puente o un túnel o necesitamos asistencia médica, sin pensarlo estamos creyendo en la profesionalidad, y de manera inconsciente estamos confiando en los conductores, médicos, cocineros, pilotos o ingenieros que están o estuvieron implicados. La profesionalidad da confianza. Y si nos paramos a pensar, los políticos no son profesionales, y aunque se rodeen de técnicos son los que tienen la última palabra. Una profesora de filosofía puede ser ministra de Obras Públicas, un músico ministro de Defensa y un químico presidente del Gobierno. Es decir, la última palabra la tiene siempre alguien que no es profesional.
zzz azar.JPGY esto nos lleva a la pregunta de si quienes nos gobiernan saben realmente lo que están haciendo, porque uno constata que ignoran a veces hasta los antecedentes históricos del asunto sobre el que deciden. Las declaraciones de tanto Jefe de Algo suenan siempre a favor de su conveniencia, no a la de todos. Estar en manos de Rajoy, Obama, Merkel, Putin o el presidente chino Xi Jinping, es tanto como decir que vivimos en una especie de ruleta rusa, y si ocurre como hace un siglo (que es lo que parecen evidenciar), que coincidió al frente de los estados una colección de tarugos que condujeron al mundo a la mayor guerra conocida hasta entonces, estamos en manos de azar.