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Honduras y la confusión latinoamericana

Ha vuelto a suceder. Esta vez es Honduras, donde se rompe el proceso democrático bajo una disculpa constitucional, que no deja de ser una faramalla para justificar lo que es claramente un golpe de estado, aunque se anden con circunloquios para no poner claramente la expresión.
Honduras.svg[1].JPGAsombra con qué naturalidad el ejército, los jueces y hasta el pito del sereno se sienten legitimados para quitar y poner regímenes políticos en Centroamérica. No tienen ningún pudor, se trata claramente de una lucha por el poder, aunque está claro que el destituido presidente Zelaya buscaba un manera de perpetuarse en el poder por las urnas, pero lo cierto es que fue elegido democráticamente. Este es un asunto muy confuso en algunos países de América Latina, en los que llegan al poder líderes de izquierda con el voto ciudadano y luego quieren quedarse para siempre. La cuestión es compleja, porque nadie puede discutir que fueron elegidos en las urnas, pero luego tampoco está claro qué se hace con ese poder.
La derecha latinoamericana tampoco es de fiar cuando se erige en adalid de la democracia, pensemos en el PRI o en el peronismo, y el caso es que Zelaya tampoco era un dechado de virtudes democráticas, pero había sido elegido democráticamente, y, salvo el Parlamento en los supuestos graves recogidos en su constitución, nadie tiene poder para quitar y poner presidentes, ni la judicatura, ni el ejército, ni la Iglesia… Lo dicho: un golpe de estado.

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La normalidad debe ser la respuesta

Por desgracia, la muerte es casi siempre la noticia, porque hay quien dice que son las malas nuevas las verdaderas noticias. Lo bueno casi siempre está previsto, o es previsible, pero la muerte siempre es sorpresiva, aunque parezca que la barca de Caronte siempre está lista.
el-bote-solitario.jpgEsta semana hemos tenido demasiadas noticias de muerte, y termina con tres igualmente tristes. El fallecimiento de Vicente Ferrer y el de la viuda de Salvador Allende nos entristecen, porque él era un hombre necesario y ejemplar para este mundo insolidario y egoísta, y ella fue la campañera leal de otro gran hombre y ella una mujer firme y con una entereza que ha servido de espejo a los demás.
La tercera muerte, la del inspector Eduardo Puelles, además de entristecernos, nos indigna, porque es consecuencia del terrorismo de ETA, un cáncer social que se alarga en el tiempo. Aparte de la condena más enérgica, ya nada nuevo puedo decir, pero sí apuntar que ETA no debe dictar la agenda de la democracia, y por ello no estoy de acuerdo en que Zapatero y Patxi López hayan suspendido su normalidad por una bomba. No podemos hacerle el juego ni en eso.

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Hace falta una democracia plena

El 15 de junio de 1977 se celebraron las primeras elecciones generales después de aquellas de febrero de 1936 que no fueron del gusto de la derecha reaccionaria. 41 años de silencio democrático se rompió a medias, y digo a medias porque en aquellas elecciones se elegían diputados y senadores, pero 50 de estos no fueron fruto de las urnas, sino de designación por parte del Rey, y así tuvimos que tragarnos a personajes tan pintorescos (es por no visitar los juzgados) como Camilo José Cela.
Aquel Parlamento fue el que en menos de año y medio redactó la Constitución actual, que fue algo bueno comparado con lo que había, pero que, a mi parecer llevaba incorporados algunos mecanismos que finalmente sirven para perpetuar las escalas del poder. Enumero algunos de ellos:
cd.jpgImpone la monarquía como forma de Jefatura del Estado, en un mismo paquete, sin posibilidad de separar este punto de lo demás.
Habla de igualdad y no discriminación, y en el artículo 57.1 dice que el varón tendrá precedencia a la mujer en el acceso a la Corona.
Da a los partidos políticos un poder casi omnímodo, y no se cuida de la democracia interna de los mismos, ni especifica el modo de hacer las listas electorales, con lo que los partidos hacen y deshacen a su antojo y al votante no le queda otra que aceptar o rechazar una lista cerrada. Se puede cambiar, pero a los partidos no les interesa porque perderían uno de los pilares de su poder.
Cualquier constitución es reformable por una mayoría cualificada de un parlamento, bien cambiando el articulado o añadiendo enmiendas finales. La nuestra, para ser reformada, lleva cuatro pasos: aprobación por una mayoría de dos tercios de las cámaras, disolución de las Cortes y convocatoria de nuevas elecciones, ratificación por una mayoría de dos tercios de las nuevas cámaras salidas de las elecciones y, finalmente, sometimiento a un referéndum. Lo que se consigue con tantas trabas es hacer muy difícil el proceso de reforma, y si este saliera adelante será con el acuerdo de la mayor parte del Parlamento -los partidos políticos-, que ya se cuidarán de mantener ese poder que tienen. Tanta prevención es en realidad un mecanismo inmovilista.
Por lo tanto, está claro que hay una democracia, pero muy limitada, de manera que se ha profesionalizado y está controlada en todo momento por las clases dirigentes. A estas alturas, la Constitución de 1978 es un dique mínimo, pero habría que avanzar hacia aires nuevos y más abiertos, y si los partidos políticos sirven al interés general debieran reformarla sin demora, que cuando les conviene son muy rápidos y eficaces.
Y podría seguir, pero para muestra, unos pocos botones. De todas formas, el 15 de junio simboliza el final de la dictadura casi más que la propia Constitución. Entonces al menos había esperanza en la política.