Recordando se aprende
El 11 de septiembre es una fecha que debería estar marcada en negro en los calendarios, es la fecha del odio, la venganza y la sangre, siempre en una lucha del hombre por tener poder sobre otros hombres. Es el designio histórico de la Humanidad.
Recordamos el 11 de septiembre de 2001, cuando en Nueva York, la ciudad que parecía inexpugnable, fueron derribadas las Torres Gemelas, símbolo del capitalismo más voraz. Este atentado parece inexplicable, por su precisión geométrica, y la pregunta que todos nos hacemos es cómo fue posible burlar los sistemas de vigilancia de una de las áreas geográficas más controladas del planeta. La lección paralela que aprendemos es que la perfección no existe, y la muralla más rocosa puede tener una fisura tan leve que nadie es capaz de detectarla y sin embargo puede ser el origen de su destrucción.
Hay otro 11 de septiembre, cuando los sátrapas chilenos que dijera Neruda acabaron con la democracia a sangre y fuego. Luego llegaron la tortura, las desapariciones, los asesinatos, las fosas comunes y el exilio. Aquellas fechas son las del nacimiento de dos mitos: el de Salvador Allende, un hombre que llevó su conciencia política hasta sus últimas consecuencias, y Víctor Jara, un cantor que es un ejemplo para quienes amamos la libertad de expresión, esa libertad que a él le costó la vida.
Septiembre es el mes de la sangre, y así ocurrió el 5 de septiembre de 1972 en Munich, cuando la organización palestina Septiembre Negro asesinó a 12 atletas israelíes, 12 como las tribus de Israel. Luego hubo venganza contra los terroristas, que fueron eliminados uno a uno (los hemos visto recientemente en la película Munich de Spielberg). Sangre, odio, venganza, sangre otra vez, es la rueda infernal de la intolerancia.
Hoy es 11 de septiembre, y los seres humanos debiéramos proponernos que no haya más expolios que generen odio en los países pobres contra los ricos, que no haya más bombardeos de los palacios de La Moneda que son el símbolo del poder nacido del pueblo, que cada cual pueda pensar y decir lo que quiera, sin que le rompan las manos como humillaron al cantor chileno en el Estadio Nacional. Ojalá algún día seamos capaces de borrar el negro del 11 de septiembre en los almanaques.
Sin embargo, estamos subiendo la escalera de la violencia en Afganistán, donde a estas alturas hay un guerra, digan lo que digan, y España participa en ella. Es que no aprendemos.
En todos los noticiarios de ayer resaltaban el 70 aniversario de la invasión de Polonia por parte de las tropas alemanas, y se considera generalmente que fue el comienzo de la II Guerra Mundial. Pusieron espectaculares imágenes, filmadas sin duda por los equipos de cine del III Reich, resaltando la potencia brutal del fuego alemán en su famosa Blitzkrieg (guerra relámpago). Tal y como se suele presentar, el asunto es bien sencillo: Hitler era un tipo malo-malísimo que por su cuenta y riesgo sumió al planeta en un baño de sangre, con la complicidad de Japón e Italia (el eje del mal de entonces), y a los pobrecitos aliados no les quedó otro remedio que defenderse.
La invasión de Polonia del 1 de septiembre de 1939 no fue el primer acto de guerra, pues antes Hitler anexionó Austria, se hizo con Checoeslovaquia y se plantó en los Sudetes. Nadie movió un dedo para detenerlo, y cuando Polonia fue invadida tampoco las potencias occidentales intervinieron en su ayuda. Para colmo, el 17 de septiembre Rusia entró en Polonia por el Este, y Estados Unidos mantuvo su embajador en Berlín hasta diciembre de 1941 (dos años), y sólo entró en la guerra después del ataque japonés a Pearl Harbour, cuando Alemania declaró la guerra a Estados Unidos, que ya tiene bemoles la cosa.