Obama sin careta
Quienes todavía seguían creyendo que el color de la piel del Presidente de Estados Unidos iba ser un factor determinante en un cambio de rumbo ya tienen la prueba de que no. Y es lo que he dicho siempre: los dos Bush y Clinton eran rubios, Nixon y Reagan morenos, Ford y Carter pelirrojos. Da igual, ha habido presidentes norteamericanos de todos los colores, incluso albinos. Se diferencian en detalles que a veces son importantes, pero finalmente, en lo grueso, actúan siempre en interés de ellos, ni más ni menos.
Recuerden si no al mediático Kennedy, todo un mito, mucho glamour y mucha Jacqueline, pero a la hora de la verdad puso a funcionar la cuenta atrás de las ojivas nucleares, y que si no llega a colgarse del teléfono Juan XXIII, llamando a Moscú y a Washington, estaríamos hace medio siglo en una nueva Edad de Piedra. Eso sí que era un Papa y un hombre de paz, al que, por cierto, aún no han hecho santo.
En conclusión, ni negro, ni mestizo, ni nada, Obama es otro presidente, uno más. Se ha quitado la careta en la Asamblea de la ONU, cuando ha dicho que no pueden dejar a Estados Unidos la responsabilidad de sofocar todos los conflictos del planeta, que hay que arrimar el hombro. Es decir, provocan las guerras por intereses territoriales, energéticos y de dominio, y ahora Obama quiere que participemos en la pacificación. Claro está, con ello se empobrecerán los demás y Estados Unidos saldrá más fuerte. Y Zapatero está tan hipnotizado por Obama como Aznar por Bush. ¡Ah! La UE… Sí, sí, ya verán cómo al final nos embarramos todos y crecerán los cuatro de siempre, porque en Europa Alemania, Francia y Gran Bretaña también conocen los pasos del baile.
Cuando pensamos en el cambio necesario en Cuba, supongo que deseamos mejorar lo que no nos gusta y conservar elementos como la Educación, la Sanidad y el sentimiento nacional del pueblo cubano. Hablamos de democracia muy a la ligera, y la equiparamos a que haya elecciones cada cuatro años. Pero la democracia no es sólo eso, y siempre recuerdo lo que pensábamos hace treinta años, cuando vivíamos en plena Transición. Decíamos: «La democracia no es sólo una forma de gobierno, tiene que ser una forma de vivir».
Aquí lo hemos conseguido a medias (que es tanto como decir que no lo hemos conseguido), porque sigue existiendo la ley del embudo, porque quienes tienen el poder (el dinero) se perpetúan y a menudo no responden de sus fechorías, porque los políticos que elegimos no miran por el interés general, y se convierten con demasiada frecuencia en títeres de los distintos poderes. A eso aquí lo llamamos democracia, que es sin duda algo infinitamente mejor que la paz de los cementerios de Franco, pero no es una democracia plena. Esa democracia en la que los derechos y las responsabilidades vayan aparejadas y sean iguales para todos, esa democracia plena es la que queremos, sin una partitocracia que no quiere la listas abiertas e impide así que el pueblo elija a personas, no a una lista donde entran los que entran. Y porque hay muchas cosas que mejorar y cambiar antes de que se nos llene la boca con esa palabra. Claro que quiero esa democracia plena, aquí, en Cuba y todas partes. Por eso me ha gustado el concierto, aunque algunas caras que he visto deberían lavarse la boca antes de hablar. Pero en fin, construyamos.