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La última estación de Tolstoi

zztolstoi-foto 1.jpgEn este noviembre se cumplen cien años de la muerte de Liev Nikoláievich, conde de Tolstoi (1828-1910), novelista ruso que fue autor de una obra inmensa, propia de los autores realistas de su época, y seguramente debido a la fama de loco visionario que había adquirido no recibió el Premio Nobel. No estaba loco, era coherente con su manera de pensar y con todo el contenido religioso, social y humanista de su obra, pero sí es verdad que en el último decenio de su vida se había distanciado de una sociedad a la que no comprendía y que tampoco le comprendió.
La fecha y las circunstancias de su muerte son confusas, pues la sitúan entre el 8 y el 20 de noviembre de 1910, aunque la versión más aceptada suele ser la del día 10. En cuanto a la manera de morir, se sabe que se marchó de su casa a principios de noviembre y que llegó hasta la estación de tren del pueblecito de Astapovo. Está documentado que murió en ese lugar, pero unos dicen que en la cama de una habitación que le había dejado el jefe de estación en su humilde casa junto a la vía, y otros que murió en el apeadero, como un vagabundo, y que sólo fue identificado cuando llegó su esposa Sofía, de quien se dice que pasó adolescente cándida a bruja con escoba.
zztolstoi-foto 2.jpgLa versión anterior afirma que Sofía llegó antes y que estaba en la casa del jefe de estación cuando Tolstoi murió, pero que no estaba a su cabecera porque no quería alterarlo. Dicen que él no la soportaba porque él quería donarlo todo a los pobres y ella era una gran materialista.También sobre eso hay opiniones.
La segunda versión es sin duda más literaria; nace de una filmación de los Hermanos Lumière, que entusiasmados con su invento del cine se dedicaron a recorrer toda Europa para filmar documentales en movimiento, cosa que entonces era una novedad y llenaba las salas de proyecciones. Además de los propios Hermanos Lumière, había repartidos por toda Europa una docena de camarógrafos que los avispados hermanos franceses habían enviado porque aquello se convirtió en un gran negocio y ellos dos solos no daban abasto.
zzzzRussian-railway-station-i-002[1].jpgEl caso es que se conserva una película de un par de minutos, que el cineasta canario Elio Quiroga incluyó en uno de sus documentales, filmada el 10 de noviembre de 1910 en la estación de Astapovo, y es ahí donde nace la leyenda que incluso puede que sea verdad. Lo que filmaron los camarógrafos franceses fue lo siguiente: hay un apeadero de trenes en Astapovo, con un banco y un toldo que apenas resguarda de la ventisca esteparia del frío otoño ruso. Un anciano, con aspecto de mujic, camisa de cosaco y luenga barba blanca, está sentado en el banco, aterido de frío. A mitad de la filmación, el hombre cae hacia un lado y queda inmóvil. Se acercan a él y comprueban que acaba de morir. Esta filmación fue exhibida en París meses después, y allí se databa la fecha y se dijo que el hombre cuya muerte fue filmada en directo era nada menos que el gran novelista Liev Tolstoi, adorado por las masas lectora francesas de entonces.
zzzLumiere[1].jpgEsto es lo que fija la versión de su muerte el 10 de noviembre, pero esta filmación, como la foto de la muerte del miliciano de Robert Capa, siempre ha estado bajo sospecha. Hay quien dice incluso que los camarógrafos -puede que fueran incluso los propios Hermanos Lumière-, que sí estaban en Astapovo por casualidad, supieron que Tolstoi acababa de morir en la casa de jefe de estación y filmaron una muerte falsa compinchados con algún transeúnte que se prestó a hacerse el muerto por unos pocos rublos. Se mire como se mire, la historia es muy novelesca, sea verdadera o sea truculenta, y durante años se tuvo como la versión oficial y cierta de la muerte de Tolstoi. Ahora mismo no está desautorizada totalmente, pero sí que existen muchas dudas sobre su autenticidad. La historia es tan increíble que por eso mismo puede que sea verdadera. Ya saben, aquello de que la realidad siempre supera a la ficción.
Tolstoi fue un gigante de la novela, un hombre rico de cuna con profundas convicciones religiosas que contenían una idea social, hasta el punto de que Vladimir Lenin quiso «apuntarlo» para su causa revolucionaria cuando en 1908 publicó un trabajo sobre las ideas socialistas de Tolstoi en el periódico El Proletario del partido comunista ruso, entonces todavía en el clandestinidad. Seguramente pensó que su causa tomaría mayor peso si estaba apoyada por el nombre de un novelista muy respetado por el pueblo ruso. No consta ninguna reacción de Tolstoi en este asunto. Y todo esto ha dado lugar a la película La última estación protagonizada por Helen Mirren y Christopher Plummer en los papeles de Tolstoi y Sofía. Vaya pues este trabajo como homenaje al gran escritor en su centenario.

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(Este trabajo fue publicado el pasado miércoles en el suplemento Pleamar de la edición impresa del periódico Canarias7 de Las Palmas de Gran Canaria. Las dos primeras fotos corresponden a Tolstoi, la tercera a la estación de Astapovo y la última a Los Hermanos Lumière.)

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La mala costumbre de morirse

En los últimos días hay dos bajas importantes en la cultura española de después de la guerra, las del poeta Carlos Edmundo de Ory y el cineasta Luis García Berlanga. Siempre se dice lo mismo, pero esta vez es verdad, con Berlanga se clausura una época dorada del cine español, pues era el último que quedaba de un cuadro de honor insuperable: Fernán-Gómez, Rafael Azcona, Enma Penella, José Luis López-Vázquez, Paco Rabal, Juan Antonio Bardem, Manuel Alexandre… De Berlanga se ha dicho casi todo en estos días, y está claro que fue un provocador. Carlos Edmundo de Ory, por su parte, también lo fue, pero la poesía no tiene el impacto mediático del cine y se le conocía menos. Pero supo montar el número en los años cuarenta, cuando hacerlo era peligroso, y quedó de él una imagen de iconoclasta. Hace cincuenta años que vivía en Francia y la verdad es que, incluso entre los lectores de poesía, siempre fue más personaje que poeta. Pero aunque no hubiera escrito un solo verso, su actitud sirvió a la literatura para despertar del adormecimiento en una época muy oscura.
zOry.jpgDejo constancia de que faltan dos importantes y miro hacia adelante porque si uno se dedica a necrológicas no hace otra cosa. Como afirma con aguda visión Rosa Montero, y homenajeando a estos dos tipos irreverentes que acaban de irse, últimamente se está extendiendo la mala costumbre de morirse, y -ya lo dijo el clásico- incluso se está muriendo gente que no se había muerto nunca. A ver si pasa esta moda.

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Las cosas de la Real Academia

La Real Academia Española y las otras 22 academias hispanoamericanas han acordado una reforma de la ortografía. Siempre ha habido detalles que suelen provenir de palabras extranjeras, y se pone orden como cambiar la «q» por la «k» al final de Irak, siguiendo la tendencia clásica de la Academia de españolizar los extranjerismos (cuando yo estudiaba se decía barbarismos). Creo que, como el doblaje en las películas, somos los que menos respetamos los nombres extranjeros, y así, en cualquier lengua, menos en español, Londres es London, Milán es Milano y Marsella es Marseille, como sus nombres originales en inglés, italiano o francés. Pero aquí no, aquí hay que españolizarlo todo, mientras vemos que en cualquier otra lengua nuestras ciudades se siguen escribiendo igual que aquí y cuando hablan tratan de nombrarlas como nosotros.
zescritura[1].jpgLo que sí me parece un gran acierto es que quiten la tilde a la palabra «guión», porque contraviene las reglas de acentuación, que en mis muchos años de enseñanza ha sido un martirio porque hubo alumnos que, siguiendo las estrictas reglas de la gramática, no la acentuaban, y yo me veía en la tesitura de si contársela como falta. No sé qué habrá dicho la Academia sobre la palabra «jesuita», que al pronunciarse como polisílaba se sobreentiende que hay una tilde en la «i» para romper el dipongo. Pero no, nunca ha llevado tilde, y eso no lo entiendo y por lo tanto tampoco he podido razonárselo a mis alumnos.
Está bien que poco a poco se vaya acoplando la excepción con la regla, porque hay excepciones que seguramente tienen procedencia popular y así se ha aceptado, pero que son un calvario para el docente que quiere enseñar a escribir correctamente, porque los niños se rigen por una lógica inamovible, y si les das una regla resulta luego muy complicado decir que esta o aquella palabra se la salta. Y es que la ortografía funciona en la mente de forma automática, por repetición de la memoria, y así seguimos viendo cómo personas que estudiaron antes de la reforma ortográfica de 1971 siguen poniendo tilde a monosílabos que ya no la llevan (dio, vi) pero que sí la levaban cuando ellos estudiaron. Esto quiere decir que durante los próximos cuarenta años seguiremos viendo muchas veces la palabra guión con tilde (hasta a mí se me ha escapado ahora).