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¿Pero es que hay libros canarios?

Estamos en la era de la comunicación y la gente no se entiende. Hay más tecnología que nunca y se utiliza en su mayor parte para embrutecer o para distraer de lo importante. Los libros, que siempre fueron una fuente de conocimiento han sido prostituidos por la basura. Gran parte del esfuerzo editorial y la industria del libro están dedicados a publicar estupideces: la biografía de uno que estuvo en Gran Hermano, los amoríos de una periodista y un portero de fútbol y mil tonterías más. Cualquier libro de cocina, por modesto que sea, es La Divina Comedia comparado con estos exabruptos que pueblan los escaparates.
¡Ah! Claro, la literatura. Pues creo que si ya no ha entrado de lleno en el circo de las vanidades artificiales está a punto de hacerlo. Vean si no las grandes superficies, con columnas de libros de mil páginas y tapas duras, supuestas novelas de éxito, que se venden como rosquillas porque es la moda. Cada año un centenar de estos títulos inunda las listas de ventas y al año siguiente nadie se acuerda. ¿Cuánto hace que no se oye hablar de una obra maestra de la literatura recién publicada? Y no es que no pueda haberla, es que se pierde entre esas torres de bet-sellers, y hasta es posible que haya otras que nunca fueron editadas para dejar sitio a esos mamotretos que vienen muy bien promocionados.
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(Automóvil deportivo último modelo que se ha comprado un novelista canarios con sus derechos de autor)


Viene ahora lo del libro canario. Claro, los escritores canarios son cosa menor, son canarios, gente a la puedes encontrarte por la calle, no los grandes nombres que aparecen en el carrusel de las páginas literarias de los medios estatales, no madrugan con Carlos Francino, no van al programa de Buenafuente ni saltan a la comba con Pablo Motos. Son canarios, gente que tiene el vicio de ponerse a contar historias. Y seguramente habría alguien que compraría esos libros, editados en Canarias con mucho esfuerzo, pero no están, no los mueven los distribuidores, no los piden los libreros, no interesan, porque la caja está hecha con el último Premio Planeta, uno de no sé qué cosa esotérica y otro que ha vuelto a perpetrar el de las catedrales.
Rectifico. Sí que he visto libros canarios en las librerías y en las grandes superficies. Pero las novelas no están con las novelas y la poesía tampoco aparece en la poesía. Están en un receptáculo casi escondido que suele decir «temas canarios» aunque la novela transcurra en París. Un libro de poemas que habla del desamor o una novela que cuenta una historia de autodestrucción puede suceder en cualquier parte. Claro, mejor si es en Nueva York y la gente va en metro por el puente de Brooklyn y se baja cerca de Times Square. Eso de que el protagonista viaje en guagua por la Avenida Marítima y se baje en el Parque de San Telmo no mola, aunque sufra lo mismo que el neoyorkino.
Y estos libros canarios están sentenciados, con la condena del destierro a un lugar que no es de novela ni de poesía. Es el infierno de los libros canarios, o mejor, el limbo. En ese oscuro lugar hay libros de cocina canaria, guías turísticas de las islas y alguna novela; a veces algún poemario, que nadie compra porque ni siquiera lo ve, porque si busca literatura lo primero que se encuentra es la fotografía de un sancocho a toda plana en el libro destacado. Y allí muere el libro, y el librero no lo pide a la distribuidora porque «no se vende». ¿Pero cómo se va a vender si no está, o no se ve?
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(Monumento escultórico al libro canario)

Salvo la media docena de autores que venden centenares de miles de ejemplares, un novelista que en España vende 25.000 libros es un nombre que ya se tiene en cuenta; si vende 40.000 es un campeón. Y para que eso pase hay promociones en todos los medios nacionales. Como el mercado es pequeño en Canarias, vendería mil ejemplares aquí, y eso yendo muy bien y respaldado por grandes editoras y promociones importantes; pero vende en todas en todas las provincias, proporcionalmente, y suma así esos 40.000 ejemplares.
Eso quiere decir que si un novelista canario vende en Canarias 1.000 ejemplares se equipara a autores como Rivas o Martín Garzo. O sea, un gran éxito. Pero se publica sin promoción, con su novela escondida entre libros de cocina, desatendida por el distribuidor y olvidada por el librero. Como tampoco suele haber mercado exterior, y tampoco lo medios se desloman para echar una mano, la pequeña edición se irá agotando en varios años, o acaba perdida en algún sótano ilustre. Por eso, cuando pasen junto a esas torres de libros del mismo título en las grandes superficies, piensen en lo dejado de la mano de Dios que está el libro canario, y por ende sus autores. La literatura acabará por ser un vicio secreto, una actividad oculta, una secta, nada.

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(Este trabajo fue publicado el pasado miércoles en el suplemento Pleamar de la edición impresa de Canarias7)

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La ortografía sigue igual

Pues los señores académicos (académicas hay muy pocas) me han dejado con tres palmos de narices, ahora que iban a resolver a mi favor las eternas discusiones que demandaban una reforma de la ortografía acorde precisamente con las reglas ortográficas. Pero nada, debe ser que no han tenido el valor de arrostrar con un gran cambio, o que las academias americanas han pesado mucho, o las empresas editoras han influido porque ello suponía revisar muchos tomos en proceso de edición… Me creo más esto último porque finalmente la causa siempre suele ser el dinero.
aaa8737_0027_s[1].jpgMoreno Alba, el académico mexicano que explicó en rueda de prensa la marcha atrás dada en la reunión de Guadalajara, dijo que finalmente en la ambigüedad del lenguaje está la poesía. Le quedó muy bonito, pero no deja de ser una tontería, porque, si lo ambiguo es poético, la narración se basa en la precisión, y la lingüística es una ciencia aplicada que está en medio, la norma ideal, que es la que tiene que defender una academia. Luego vienen los poetas y se saltan las reglas, los narradores estrujan el lenguaje para maniobrar con las situaciones y manipular a sus personajes, y hasta los directores de teatro cambian los significados sin alterar una sola letra, porque el tono dice tanto como el contenido cuando se trata de lenguaje oral. De manera que vuelvo a lo de siempre: los creadores no deberían ser académicos, porque la Academia es la policía de la lengua y los escritores son los que fuerzan las cerraduras. Y esto que ha pasado ahora ocurre porque no se ha impuesto la ciencia a la poesía, que es para eso para lo que se crearon las academias.

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Mujeres, violencia y visibilidad

aitur2.jpgAcaba de publicarse el libro Desvelos, una espléndida colección de relatos de Teresa Iturriaga Osa con motivo del Día Internacional contra la violencia hacia las mujeres, que parte de la realidad de las protagonistas, que han depositado su confianza en la escritora para que sus historias, todas terribles y a la vez esperanzadoras, sean conocidas. Este libro está publicado por la Consejería de Política Social del Cabildo de Gran Canaria, pero es una obra universalizadora, porque la violencia contra las mujeres es desgraciadamente muy común en todas partes y la valentía de ellas es también muy generalizada. Se trata de una llamada a luchar contra el miedo, que es el peor lastre que un ser humano puede arrastrar. Y es literatura universalizadora también porque las ocho mujeres protagonistas son de distintos lugares del planeta, lo que nos dice que esa idea machista de superioridad del hombre sobre la mujer no tiene una adscripción cultural, social, religiosa o geográfica concreta.
Es evidente que este libro tenía que ser escrito por una mujer, y desde luego no se ha podido elegir mejor, porque a su condición femenina Teresa Iturriaga une una visión poética del mundo (la poesía no son solamente flores y mariposas) y una prosa afilada que es capaz de elevarse usando palabras de uso cotidiano. Porque la literatura no está en el amaneramiento sino en la potencia que nace del talento de quien escribe. Las mujeres han llegado al mundo visible para quedarse, también al de la literatura.
aitur1.jpgY parece que también se están enterando los clubs cerrados donde los hombres han sido los únicos durante siglos. El jurado del Premio Cervantes debe haberse percatado este año de que ya nadie se creía que otra vez dejasen fuera del palmarés a Ana María Matute. En realidad hace veinte años que tendrían que haberle otorgado el galardón, porque independientemente de si es mujer u hombre estamos hablando de una de las voces más genuinas de la narrativa del último medio siglo en nuestra lengua. Es decir, si hacemos un listado de una docena de nombres con un perfil determinado para merecer el Cervantes, Ana María Matute habría entrado en esa lista desde que se convocó el premio por primera vez, hace 35 años.
Esta vez, los sesudos miembros del jurado se han dicho que no había manera de postergar el premio a esta mujer. Bien podrían haberse saltado el orden natural de las cosas y dárselo a Juan Goytisolo, que no es mal candidato, como hicieron antes colando a Ferlosio y a Marsé, que también lo merecen, pero por generación y por permanencia le habría tocado antes a Ana María Matute. A Marsé se lo dieron hace dos años, pero llevaban diez diciendo que era una vergüenza que él no lo tuviera, y nadie nombraba ni por asomo a la galardonada de este año.
Que quede claro que todos los autores que nombro son importantes y merecedores del máximo reconocimiento, lo hayan obtenido o no, pero sus primeras novelas son de la década de los cincuenta, y algunos rozando 1960, mientras que Ana María Matute está dando guerra desde la década de los años cuarenta. Siendo todos grandes novelistas, a AMM le correspondería en el escalafón del Cervantes inmediatamente después de Cela, Torrente Ballester y Miguel Delibes. Pero bueno, bien está lo que bien acaba, y la verdad es que los premios no son otra cosa que un retrato de la sociedad más que un galardón al escritor o escritora. AMM sería igual de grande y quedaría en la historia de la misma manera sin el Cervantes. Ninguna falta que le ha hecho el otro gran premio, el Nobel, a Tolstoi, a Galdós, a Joyce, a Nabokov o a Borges. En realidad los premios son flor de un día, y muestran más de quienes los dan que de quienes los reciben.
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Desde Jane Austen a la actualidad, las mujeres cuando escriben entran siempre con el bisturí en lo importante, incluso cuando escriben novelas supuestamente de entretenimiento, como hicieron Agatha Christie o a ratos Doris Lessing. Por eso ahora, cada vez que veo un nuevo libro firmado por una mujer miro a ver qué problema humano le interesa, porque siempre es así. En el caso de Teresa Iturriaga, se ve claro que en este volumen se inclina por la igualdad, y es importante observar que hay muchas escritoras que no desperdician munición, como Dolores Campos-Herrero, que en el tema de la igualdad de la mujer nunca daba puntada sin hilo.
Dice Lucía Bosé que ella se tiñe el pelo de color azul para hacerse visible; es verdad que cada vez más las mujeres ocupan espacios que antes eran exclusivamente para los hombres, pero eso solo ocurre en algunos sectores, y es curioso que en el de la cultura, que debiera ser la avanzadilla del pensamiento y las costumbres, siga habiendo semejante discriminación. Repito datos: de 46 académicos, 5 mujeres; de 36 premios Cervantes, 3 mujeres. Está claro.

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Este trabajo fue publicado en el suplemento Pleamar de la edición impresa de Canarias7 el pasado miércoles. LAS ILUSTRACIONES SON DEL LIBRO Y LA AUTORA ES SIRA ASCANIO.