Mujeres, violencia y visibilidad
Acaba de publicarse el libro Desvelos, una espléndida colección de relatos de Teresa Iturriaga Osa con motivo del Día Internacional contra la violencia hacia las mujeres, que parte de la realidad de las protagonistas, que han depositado su confianza en la escritora para que sus historias, todas terribles y a la vez esperanzadoras, sean conocidas. Este libro está publicado por la Consejería de Política Social del Cabildo de Gran Canaria, pero es una obra universalizadora, porque la violencia contra las mujeres es desgraciadamente muy común en todas partes y la valentía de ellas es también muy generalizada. Se trata de una llamada a luchar contra el miedo, que es el peor lastre que un ser humano puede arrastrar. Y es literatura universalizadora también porque las ocho mujeres protagonistas son de distintos lugares del planeta, lo que nos dice que esa idea machista de superioridad del hombre sobre la mujer no tiene una adscripción cultural, social, religiosa o geográfica concreta.
Es evidente que este libro tenía que ser escrito por una mujer, y desde luego no se ha podido elegir mejor, porque a su condición femenina Teresa Iturriaga une una visión poética del mundo (la poesía no son solamente flores y mariposas) y una prosa afilada que es capaz de elevarse usando palabras de uso cotidiano. Porque la literatura no está en el amaneramiento sino en la potencia que nace del talento de quien escribe. Las mujeres han llegado al mundo visible para quedarse, también al de la literatura.
Y parece que también se están enterando los clubs cerrados donde los hombres han sido los únicos durante siglos. El jurado del Premio Cervantes debe haberse percatado este año de que ya nadie se creía que otra vez dejasen fuera del palmarés a Ana María Matute. En realidad hace veinte años que tendrían que haberle otorgado el galardón, porque independientemente de si es mujer u hombre estamos hablando de una de las voces más genuinas de la narrativa del último medio siglo en nuestra lengua. Es decir, si hacemos un listado de una docena de nombres con un perfil determinado para merecer el Cervantes, Ana María Matute habría entrado en esa lista desde que se convocó el premio por primera vez, hace 35 años.
Esta vez, los sesudos miembros del jurado se han dicho que no había manera de postergar el premio a esta mujer. Bien podrían haberse saltado el orden natural de las cosas y dárselo a Juan Goytisolo, que no es mal candidato, como hicieron antes colando a Ferlosio y a Marsé, que también lo merecen, pero por generación y por permanencia le habría tocado antes a Ana María Matute. A Marsé se lo dieron hace dos años, pero llevaban diez diciendo que era una vergüenza que él no lo tuviera, y nadie nombraba ni por asomo a la galardonada de este año.
Que quede claro que todos los autores que nombro son importantes y merecedores del máximo reconocimiento, lo hayan obtenido o no, pero sus primeras novelas son de la década de los cincuenta, y algunos rozando 1960, mientras que Ana María Matute está dando guerra desde la década de los años cuarenta. Siendo todos grandes novelistas, a AMM le correspondería en el escalafón del Cervantes inmediatamente después de Cela, Torrente Ballester y Miguel Delibes. Pero bueno, bien está lo que bien acaba, y la verdad es que los premios no son otra cosa que un retrato de la sociedad más que un galardón al escritor o escritora. AMM sería igual de grande y quedaría en la historia de la misma manera sin el Cervantes. Ninguna falta que le ha hecho el otro gran premio, el Nobel, a Tolstoi, a Galdós, a Joyce, a Nabokov o a Borges. En realidad los premios son flor de un día, y muestran más de quienes los dan que de quienes los reciben.

Desde Jane Austen a la actualidad, las mujeres cuando escriben entran siempre con el bisturí en lo importante, incluso cuando escriben novelas supuestamente de entretenimiento, como hicieron Agatha Christie o a ratos Doris Lessing. Por eso ahora, cada vez que veo un nuevo libro firmado por una mujer miro a ver qué problema humano le interesa, porque siempre es así. En el caso de Teresa Iturriaga, se ve claro que en este volumen se inclina por la igualdad, y es importante observar que hay muchas escritoras que no desperdician munición, como Dolores Campos-Herrero, que en el tema de la igualdad de la mujer nunca daba puntada sin hilo.
Dice Lucía Bosé que ella se tiñe el pelo de color azul para hacerse visible; es verdad que cada vez más las mujeres ocupan espacios que antes eran exclusivamente para los hombres, pero eso solo ocurre en algunos sectores, y es curioso que en el de la cultura, que debiera ser la avanzadilla del pensamiento y las costumbres, siga habiendo semejante discriminación. Repito datos: de 46 académicos, 5 mujeres; de 36 premios Cervantes, 3 mujeres. Está claro.
***
Este trabajo fue publicado en el suplemento Pleamar de la edición impresa de Canarias7 el pasado miércoles. LAS ILUSTRACIONES SON DEL LIBRO Y LA AUTORA ES SIRA ASCANIO.
Durante aquellos años, poco o nada podía hacerse desde dentro, y en literatura ocurría lo mismo, pues fueron autores extranjeros, desde Orwell a Hemingway y muchos más, los que llevaron a sus páginas la gran tragedia española. Hay que decir, que desde la poesía y la novela se ejerció oposición al régimen, y mucho costó, siempre escribiendo entre líneas o mostrando la miseria cultural y material de un país sumido en una dictadura. Martín-Santos, Goytisolo, Fernández-Santos, Daniel Sueiro y todos los poetas que recordamos hicieron lo que pudieron hasta donde la censura y su propia seguridad les permitió. Y gracias a ellos hay testimonios y opiniones escritas en un tiempo muy difícil.
Fueron los que salieron de España los que mejor contaron la Guerra Civil, porque tenían libertad creativa para hacerlo allí donde estaban. Uno de ellos fue sin duda Ramón J. Sénder, que con su Réquiem por un campesino español nos dejó un testimonio claro de lo que puede llegar a destruir el odio, además de su magna colección de novelas cortas que conocemos genéricamente como Crónica del Alba. Otro autor que, como Lera, no ha sido debidamente colocado en el lugar literario que merece es Arturo Barea, uno de los grandes narradores desde el exilio. Max Aub es tal vez el autor-testigo que mejor y de forma más completa ha contado aquellos terribles acontecimientos, en una serie de novelas que componen El laberinto mágico: Campo cerrado (1943), Campo de sangre (1945), Campo abierto (1951), Campo del Moro (1963), Campo francés (1965) y Campo de los almendros (1967).
En Canarias esta visión de la historia desde la ficción ha dado buenas novelas, algunas tenidas ya como clásicas. Y cuando ahora se habla de reivindicar la memoria histórica como gran novedad literaria, habría que preguntarle a Víctor Ramírez qué hacía él cuando hace veinticinco años escribía Nos dejaron el muerto, o quien esto escribe cuando, por esas mismas fechas, publicaba La mitad de un Credo, o textos tan celebrados como La infinita guerra o Sima Jinámar.
La rebeldía que documentan sus novelas eran el santo y seña de la escritora, pero como mujer estaba con el corazón roto. De aquella época son sus más sonoros éxitos en literatura infantil, pues pocos hay de aquellas generaciones que no leyeran Los niños tontos, un libro ejemplar lleno de sensibilidad y a la vez de dureza. Ella seguía firma, agarrada a la literatura fieramente realista, no en vano es una de las más genuinas representantes del Realismo Social, un movimiento literario que era muy osado porque denunciaba entre líneas los desmanes sociales de una dictadura que amenazaba con no acabar.
Los jurados del Príncipe de Asturias y del Cervantes han mirado para otro lado una y otra vez, y ahora por fin le han concedido el máximo galardón de las letras en castellano. lo cual es una enorme alegría a la vez que una sorpesa, muy grata, eso sí. La mujer, como ser humano tiene valores equiparables a los del hombre, pero hasta ahora se le habían negado. De eso ha escrito mucho AMM, y también hay que decir que esa eclosión de mujeres escritoras en la actualidad es el fruto de la lucha de muchos años de mujeres con talento como la que ahora recibe el Cervantes. En otros jurados fueron más justos y por eso AMM tiene en su poder galardones del prestigio del Nadal, el Planeta, el Café Gijón, el Fastenrath de la Real Academia, el de la Crítica, el Nacional de Literatura y el Nacional de la Letras Españolas. Tampoco se han olvidado de ella los jurados que premiaban su otra faceta, y por ello también está en posesión de los dos más prestigiosos, como el Lazarillo y el Nacional de Literatura Infantil y Juvenil.