Honra, naves y la madre que los parió
A golpe de zapping y de Internet, no me ha quedado más remedio que enterarme del partido Barça-Madrid. Más de los mismo. Después de la vergüenza ajena pasada en los cuatro partidos de la primavera, solo cabe repetir lo dicho, con indignación y decepción. Yo creía que habrían reflexionado sobre el bochornoso espectáculo de entonces, pero ellos al contrario, remachan el clavo con otro de mayor envergadura. Y ahora resulta que los niños quieren ser futbolistas, menudo ejemplo de deportividad que les están dando estos millonarios en calzoncillos, y también algunos dirigentes de pantalón largo, sin dejar atrás a periodistas afines a ambos equipos que no son capaces de ver lo evidente, o si lo ven lo ocultan. ¿De quién es la culpa? ¿De la soberbia culé disfrazada de modestia? ¿De las actitudes chulescas de Mourinho que ha logrado abducir a jugadores que antes eran comedidos y dicen ahora exactamente lo mismo que el portugués? Entre todos la mataron y ella sola se murió.
En un país en el que millones de personas están pasándolo muy mal, esta juerga de millones es un sinsentido, un insulto, y encima sin modales. Impresentable. ¿Que quién ganó? Nadie, perdieron los dos, porque encima, con esa superioridad a golpe de talonario están condenando el campeonato. Si yo fuese Vicente del Bosque, en la próxima convocatoria de la selección española no llamaba a ningún jugador del Madrid o del Barça, aunque se pierda. Si esto es deporte, hay que ser deportistas. A ver si así aprenden ellos lo que debieran enseñar. A lo mejor habría que volver a la idea clásica de que más vale honra sin naves que naves sin honra. Pero no será así, hay demasiados intereses: La Liga, la AFE, la Federación, las televisiones, los patrocinadores… Dinero, así que mejor si dejamos de llamarlo deporte.
¿Es que en la cabeza de los dirigentes de la capital de España no hay otra manera de ilusionar al personal que proponerse para unos Juegos Olímpicos? Por otra parte, hay que decir que a Gallardón pueden acusarlo de cualquier cosa, menos de tener miedo al ridículo. Hay que ser muy valiente o muy inconsciente para salir de nuevo con la misma propuesta, y en esa rueda de prensa se despierta admiración o se hace el ridículo. Todavía no sé cómo enfocarlo, pero desde luego, si esta vez Madrid no es la ciudad elegida el ridículo será de los que finiquitan una carrera política. Y es así, porque si lo apuestas todo al mismo caballo y este no gana, estás muerto. Y ya puestos, también deberíamos proponer a Las Palmas de Gran Canaria para unos Juegos Olímpicos, el 2028, por ejemplo, para tener tiempo de preparar la candidatura. Nos embarcamos en la aventura y vamos moliendo con el asunto durante una docena de años, tres legislaturas. Luego le echaremos la culpa a que Calcuta se ha vuelto rica, a que es un premio a Bagdad para que se termine de pacificar o a que ya le toca otra vez a una ciudad norteamericana (Los Angeles por tercera vez). No hay que esperar al final, hay que hacerlo ya y la parranda la llevamos por delante. ¿Que es un disparate? Ya lo sé, otro, es la costumbre.