¿Se nos ha ido la pinza?
No sé si será la crisis, o es que definitivamente a la raza humana se le ha ido la pinza. Que Belén Esteban sea una estrella en este país suena a chiste, pero la coña es que vive, se comporta y factura como una estrella; luego, en la práctica, lo es. Pero es que unos por una cosa y otros por otra, aquí parece que hay una competición a ver quien dice la cancaburrada más grande.
Es que parece que cuanto mayor sea el disparate más «lo que sea» es quien lo dice. Desde viejos verdes que afirman sin rubor que les encanta la carne joven de las adolescentes, a políticos que en campaña afirman sin medirse que «Madrid es una fiesta fiscal y en Andalucía no paga ni Dios», o que hacen videojuegos lanzando bombas a los inmigrantes (dicen que son bombillas), me recuerdan a los típicos rebeldes de pacotilla que tratan de ser más epatantes que nadie afirmando que Mozart era un mediocre, que Picasso no aporta nada al arte, que García Márquez es un escritor de medio pelo o que Einstein está sobrevalorado. El caso es llamar la atención. Entre la afirmación de que en España hay un laicismo agresivo similar al de los años 30 y la propuesta de dinamitar el Valle de los Caídos, no sé con qué quedarme, pues ambas dan idea de que el mercado del disparate apocalíptico está al alza. Por no ser menos, iba a decir la cancaburrada del siglo para remachar, pero desisto porque el nivel está demasiado alto, inalcanzable. Cualquier cosa que dijera se quedaría corta.
Por otra parte, que pongan algo en una lista no significa gran cosa si antes no tenía mucho tirón.
Muchos decían que el suyo era un talento desperdiciado, pero eso es desconocer el valor del periodismo literario, porque su literatura está en la prensa diaria, como la de Larra, González-Ruano y las ejemplares Crónicas de Alonso Quesada. Largo y desgarbado como yo, nos cruzábamos y hacíamos hoyos en las esquinas en largas conversaciones eventuales de las que fueron testigos las bocacalles del barrio de Arenales. Decían también que no eras nadie si Sagaseta no te daba el Huevo de Oro que él concedía a diario, y me sacó de la nada otorgándome uno que incluso me entregó físicamente junto a otros en un acto público. Su arma más efectiva era el sentido del humor, que sólo saben usar con destreza las personas inteligentes, y esa ironía que también es marca de la casa del maestro Alonso Quesada. Salvador Sagaseta es un mojón en ese tipo de periodismo tan particular, que es a la vez sonrisa, crítica y literatura. Pero sobre todo, fue muy buena gente.