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La ortografía sigue igual

Pues los señores académicos (académicas hay muy pocas) me han dejado con tres palmos de narices, ahora que iban a resolver a mi favor las eternas discusiones que demandaban una reforma de la ortografía acorde precisamente con las reglas ortográficas. Pero nada, debe ser que no han tenido el valor de arrostrar con un gran cambio, o que las academias americanas han pesado mucho, o las empresas editoras han influido porque ello suponía revisar muchos tomos en proceso de edición… Me creo más esto último porque finalmente la causa siempre suele ser el dinero.
aaa8737_0027_s[1].jpgMoreno Alba, el académico mexicano que explicó en rueda de prensa la marcha atrás dada en la reunión de Guadalajara, dijo que finalmente en la ambigüedad del lenguaje está la poesía. Le quedó muy bonito, pero no deja de ser una tontería, porque, si lo ambiguo es poético, la narración se basa en la precisión, y la lingüística es una ciencia aplicada que está en medio, la norma ideal, que es la que tiene que defender una academia. Luego vienen los poetas y se saltan las reglas, los narradores estrujan el lenguaje para maniobrar con las situaciones y manipular a sus personajes, y hasta los directores de teatro cambian los significados sin alterar una sola letra, porque el tono dice tanto como el contenido cuando se trata de lenguaje oral. De manera que vuelvo a lo de siempre: los creadores no deberían ser académicos, porque la Academia es la policía de la lengua y los escritores son los que fuerzan las cerraduras. Y esto que ha pasado ahora ocurre porque no se ha impuesto la ciencia a la poesía, que es para eso para lo que se crearon las academias.

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Mujeres, violencia y visibilidad

aitur2.jpgAcaba de publicarse el libro Desvelos, una espléndida colección de relatos de Teresa Iturriaga Osa con motivo del Día Internacional contra la violencia hacia las mujeres, que parte de la realidad de las protagonistas, que han depositado su confianza en la escritora para que sus historias, todas terribles y a la vez esperanzadoras, sean conocidas. Este libro está publicado por la Consejería de Política Social del Cabildo de Gran Canaria, pero es una obra universalizadora, porque la violencia contra las mujeres es desgraciadamente muy común en todas partes y la valentía de ellas es también muy generalizada. Se trata de una llamada a luchar contra el miedo, que es el peor lastre que un ser humano puede arrastrar. Y es literatura universalizadora también porque las ocho mujeres protagonistas son de distintos lugares del planeta, lo que nos dice que esa idea machista de superioridad del hombre sobre la mujer no tiene una adscripción cultural, social, religiosa o geográfica concreta.
Es evidente que este libro tenía que ser escrito por una mujer, y desde luego no se ha podido elegir mejor, porque a su condición femenina Teresa Iturriaga une una visión poética del mundo (la poesía no son solamente flores y mariposas) y una prosa afilada que es capaz de elevarse usando palabras de uso cotidiano. Porque la literatura no está en el amaneramiento sino en la potencia que nace del talento de quien escribe. Las mujeres han llegado al mundo visible para quedarse, también al de la literatura.
aitur1.jpgY parece que también se están enterando los clubs cerrados donde los hombres han sido los únicos durante siglos. El jurado del Premio Cervantes debe haberse percatado este año de que ya nadie se creía que otra vez dejasen fuera del palmarés a Ana María Matute. En realidad hace veinte años que tendrían que haberle otorgado el galardón, porque independientemente de si es mujer u hombre estamos hablando de una de las voces más genuinas de la narrativa del último medio siglo en nuestra lengua. Es decir, si hacemos un listado de una docena de nombres con un perfil determinado para merecer el Cervantes, Ana María Matute habría entrado en esa lista desde que se convocó el premio por primera vez, hace 35 años.
Esta vez, los sesudos miembros del jurado se han dicho que no había manera de postergar el premio a esta mujer. Bien podrían haberse saltado el orden natural de las cosas y dárselo a Juan Goytisolo, que no es mal candidato, como hicieron antes colando a Ferlosio y a Marsé, que también lo merecen, pero por generación y por permanencia le habría tocado antes a Ana María Matute. A Marsé se lo dieron hace dos años, pero llevaban diez diciendo que era una vergüenza que él no lo tuviera, y nadie nombraba ni por asomo a la galardonada de este año.
Que quede claro que todos los autores que nombro son importantes y merecedores del máximo reconocimiento, lo hayan obtenido o no, pero sus primeras novelas son de la década de los cincuenta, y algunos rozando 1960, mientras que Ana María Matute está dando guerra desde la década de los años cuarenta. Siendo todos grandes novelistas, a AMM le correspondería en el escalafón del Cervantes inmediatamente después de Cela, Torrente Ballester y Miguel Delibes. Pero bueno, bien está lo que bien acaba, y la verdad es que los premios no son otra cosa que un retrato de la sociedad más que un galardón al escritor o escritora. AMM sería igual de grande y quedaría en la historia de la misma manera sin el Cervantes. Ninguna falta que le ha hecho el otro gran premio, el Nobel, a Tolstoi, a Galdós, a Joyce, a Nabokov o a Borges. En realidad los premios son flor de un día, y muestran más de quienes los dan que de quienes los reciben.
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Desde Jane Austen a la actualidad, las mujeres cuando escriben entran siempre con el bisturí en lo importante, incluso cuando escriben novelas supuestamente de entretenimiento, como hicieron Agatha Christie o a ratos Doris Lessing. Por eso ahora, cada vez que veo un nuevo libro firmado por una mujer miro a ver qué problema humano le interesa, porque siempre es así. En el caso de Teresa Iturriaga, se ve claro que en este volumen se inclina por la igualdad, y es importante observar que hay muchas escritoras que no desperdician munición, como Dolores Campos-Herrero, que en el tema de la igualdad de la mujer nunca daba puntada sin hilo.
Dice Lucía Bosé que ella se tiñe el pelo de color azul para hacerse visible; es verdad que cada vez más las mujeres ocupan espacios que antes eran exclusivamente para los hombres, pero eso solo ocurre en algunos sectores, y es curioso que en el de la cultura, que debiera ser la avanzadilla del pensamiento y las costumbres, siga habiendo semejante discriminación. Repito datos: de 46 académicos, 5 mujeres; de 36 premios Cervantes, 3 mujeres. Está claro.

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Este trabajo fue publicado en el suplemento Pleamar de la edición impresa de Canarias7 el pasado miércoles. LAS ILUSTRACIONES SON DEL LIBRO Y LA AUTORA ES SIRA ASCANIO.

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Un poeta que se burlaba con seriedad

Estoy seguro que para lo que se conoce como «el gran público», incluso para asiduos lectores, no será muy frecuentado en nombre de Carlos Edmundo de Ory (1923-2010), poeta español que acaba de morir a los 87 años en Francia. Sin embargo, es un poeta de culto, tal vez porque se marchó y no se le vio mucho por aquí. Fue uno de los grandes animadores de la poesía y de la cultura en general en la lúgubre posguerra española. Como José Cadalso, igual que Fernando Quiñones, paisano de Manuel de Falla, cercano a Rafael Alberti y Caballero Bonald en el Puerto de Santa María, Carlos Edmundo de Ory era un poeta del mar de Cádiz, de su bahía y de una ciudad que es más antigua que ninguna en Occidente y más moderna que nadie cuando hay que romper moldes.
zcarlos_edmundo_de_ory_med[1].jpgSer de Cádiz no es cualquier cosa, y el poeta recién fallecido lo llevaba a gala al tiempo que renegaba del clima inhóspito para la poesía que sufrió en su adolescencia. Por eso se marchó a Madrid y más tarde a otros mundos hasta recalar en la ciudad de Amiens, donde murió. Los años cuarenta en Madrid tampoco eran Jauja. La terrible posguerra que lo controlaba todo también trataba de controlar a los poetas, los pocos que quedaban escondidos y los nuevos que, a pesar de un tiempo tan gris, empezaban. Y es que la poesía es capaz de surgir aún en las condiciones más terribles.
Después de la guerra todo estaba mal visto por todos. Se entendía que cualquiera que se acercase a las vanguardias era rojo, y aquello que floreció en la II República estaba muerto, exiliado o escondido. Y es en ese Madrid en el que en 1945 Carlos Edmundo de Ory se une a otros y crea un movimiento que dieron en llamar Postismo, porque pretendía ser el último de todos los «ismos», una especie de burla múltiple al régimen, que podría entender que este movimiento también estaba contra las vanguardias republicanas, masónicas y comunistas, un burla para los stalinistas (que entonces también los había agazapados en España) que no soportaban el surrealismo, la abstracción y todo lo que no fuera el realismo socialista, una burla a los poetas aferrados a la tradición como García Nieto y su movimiento de la Juventud Creadora, y una burla, en fin de quienes de tanto tomarse con tanta solemnidad la poesía la habían matado.
z20101112_Ory_img[1].jpgEn 1947 se publica el Tercer Manifiesto del Postismo y se diluye, porque finalmente se comportaron como los surrealistas, aunque entroncaban mejor con los dadaístas. Se atrevieron hasta con el «cubismo literario» y el propio Ory definió al Postismo como una locura controlada, frente a la inercia mental que era el surrealismo. De todas formas, un movimiento tan corto en el tiempo y hoy un poco olvidado, fue la primera pólvora literaria que se quemó en aquel campo yermo, y no es ajena a este impulso un poeta canario de la categoría de Félix Casanova de Ayala, y hasta es muy posible que ese impulso tuviera algo que ver con un libro tan importante para la poesía canaria como Liverpool (1949), aunque es evidente que José María Millares nunca estuvo vinculado al Postismo, pero sí a la actitud de rebeldía frente a los que defendían cualquier ruptura, fueran los arcaizantes veladores del régimen, fueran los poetas sociales que no admitían lujos poéticos sin compromiso social.
Carlos Edmundo de Ory se convierte sin buscarlo en el depositario de herencias tan dispares como el futurismo, Gómez de la Serna, y humoristas y autores como Jardiel, Mihura y hasta Valle-Inclán. Ory echa sobre sus espaldas la potencia de unas creaciones en parte ya imposibles y crea su propia voz, que en palabras de Caballero Bonald era la más poderosa en poesía de los años cuarenta, y paraleliza a Ory con Rubén Darío cuando este era el faro de su generación.
A un hombre de su inquietud, España, la España de entonces, lo ahogaba, y por eso se fue a buscar mundo, anduvo aquí y allá y al final paró en la ciudad de Amiens, donde fue bibliotecario durante décadas. Tal vez ahora empiece a conocerse más su obra, que es importante, pero muy poco divulgada en nuestro país, aunque desde los años setenta existen magníficas antologías de su obra, que es poesía y filosofía en gran medida, porque a menudo sus versos son sentencias que pueden arrancar una sonrisa, una sorpresa o entrar en lo profundo, en unas composiciones que él llamaba aerolitos y que entroncan muy bien con las greguerías de Gómez de la Serna. Y los compone desde el simple juego («hago fuegos de palabras»), el humor más sencillo («pienso, luego vacas»), o la poesía más elaborada («ángeles, ángulos, angustia»).
Carlos Edmundo de Ory fue un autor que buscó su sitio y lo encontró lejos de su casa natural, como Vintila Horia, Antidio Cabal, Nabokov o Samuel Becket.
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(Este trabajo fue publicado el pasado miércoles en el suplemento Pleamar de la edición impresa del periódico Canarias7 de Las Palmas de Gran Canaria)