Siempre la intolerancia
Impactado aún por la muerte de la actriz francesa Annie Girardot, que nos dio momentos cinematográficos inolvidables (Rocco y sus hermanos, Morir de amor…), me llega la noticia de que un grupo de intelectuales argentinos, encabezados por el Director de la Biblioteca Nacional Horacio González, quiere vetar la presencia y la palabra de Mario Vargas Llosa en la Feria del Libro de Buenos Aires que se celebrará en abril. Es paradójico que quien ostenta el cargo que en su día ocupó Jorge Luis Borges encabece un movimiento que lo único que pretende es que no se oigan voces arrítmicas con el peronismo reinante. Con ese mismo baremo, Borges hoy no podría hablar en Argentina. No es de recibo que se niegue la palabra a nadie, y menos desde un sector que debiera defender a marchamartillo la libertad de expresión, pero es que, encima, no se la niegan a cualquiera, sino al único Premio Nobel vivo de nuestra lengua, que, además, es Premio Cervantes. Vargas Llosa es esencialmente un demócrata, y se puede discrepar de sus ideas, pero vetarlo tan descaradamente es una jugada política evidente, pues en Argentina están en vísperas de elecciones y los peronistas en el poder no quieren que nadie, y menos alguien con el predicamento de Vargas Llosa, vaya a colocar en la mesa un discurso diferente. Y es que cuando la literatura le hace el juego al poder mal vamos.
Es sabido que la mayor parte de los acuerdos políticos se hacen antes de llegar a las sesiones oficiales, que es donde se escenifican. Que un ayuntamiento dé a una calle, una plaza o un edificio el nombre de alguien destacado es normal, pero cuando esa persona está viva no se puede estar jugando. La escena oficial ha de ser que se aprueba, y eso hay que saberlo antes. Cuando no hay acuerdo previo, no se lleva al pleno, porque resulta humillante para la persona homenajeada, para la gente que la quiere y para sus seguidores. Si hubo acuerdo anterior y alguien se rajó, malo; y si lo que sucede es que una fuerza política no tiene la seguridad del acuerdo y sigue adelante, peor. Pero claro, hay que sacar réditos políticos. No se puede humillar públicamente a un artista; si, en su derecho, este ahora se negara a que dieran su nombre a un edificio dirían que es un desagradecido. Yo lo entendería, es humano y han jugado con él. Aunque ahora digan salmos en latín, jugar políticamente con el nombre de José Vélez es una tremenda falta de sensibilidad cultural, política y humana.