Stefan Zweig setenta años después
Fue un día muy triste aquel 22 de febrero de 1942, cuando el escritor vienés Stefan Zweig decidió quitarse la vida junto a su esposa en un hotel de Petrópolis, una pequeña localidad cercana a Río de Janeiro. Zweig era judío pero nunca ejerció de tal porque sus padres también lo fueron por accidente. Pero eso nada le valía con Hitler y los suyos, de manera que, en 1936, se marchó del país donde nació y vivió siempre, y que ya pertenecía al III Reich tras la anexión de Austria. Después de recorrer medio mundo se instaló en Brasil, país que llegó a amar profundamente y al que auguró un gran futuro en uno de los últimos libros que escribió. Cuando vio que Hitler era dueño de Europa (ya había invadido Rusia), Zweig creyó que el nazismo se implantaría en todo el mundo, y viéndose con 66 años muy cansado para empezar de nuevo, decidió suicidarse como un atormentado personaje de Dostoievski, el escritor que más admiraba.
Su nombre quedó eclipsado durante décadas, a pesar de que alguna de sus obras fueron llevadas al cine. Por suerte, en los últimos años se ha recuperado para el gran público a un autor que cultivó el teatro y el ensayo a gran nivel y fue un novelista extraordinario (Carta de una desconocida, Veinticuatro horas de la vida de una mujer, Novela de ajedrez…) , pero sin duda su faceta más conocida es la de biógrafo, pues retrata a personajes cruciales de la historia con un gran precisión y compone sus vidas como si de una novela se tratase. Freud, Casnova, Tolstoi, Erasmo, Magallanes, Balzac, Dostoievski y muchos más personajes se hicieron reales al pasar por su privilegiada pluma, pero de entre todos ellos destacan sus trabajos deslumbrantes sobre María Estuardo, Fouché y María Antonieta. Algunos especialistas lo consideran el mejor biógrafo conocido, pues a su rigurosa pluma une un trabajo de documentación asombroso, que se desliza por sus libros sin agobiar al lector. Para mí es el supremo maestro del género, y con un poco de sorna suelo decir que Napoleón en realidad no fue tan importante puesto que Stefan Zweig nunca escribió su biografía. Ahora, setenta años después, su obra empieza a colocarse en el lugar en el que siempre debió estar.