Yernos, hermanos, cuñados, sobrinos…
Aunque hace un par de jornadas, Raúl del Pozo hizo una breve alusión a los yernísimos en su artículo diario, no me resisto a continuar por ese camino, porque los yernos y los familiares en general siempre han tenido cancha en los aledaños del poder, unas veces para reforzar el árbol del que son rama, otras para revolverse contra él o al menos para crearle problemas. Ahora que tenemos a un yerno ilustre en la picota, porque según dicen hizo valer su condición ante los aduladores de siempre, conviene recordar al conde Ciano, yerno de Mussolini, ministro de Exteriores del Duce y que por ello compadreaba con las camarillas cercanas a Hitler y a Franco, que nombró a su cuñado Serano Súñer ministro de Exteriores; también está el yerno del
Generalísimo, afamado cardiólogo que incluso realizó el primer trasplante de corazón en España para no quedarse atrás cuando Barnard abrió esa ruta en Sudáfrica. Aseguran que maniobraba mucho y se valía de su posición. Luego están los que se vuelven contra el suegro, como fue el caso de Pompeyo, que era yerno de Julio César, miembros ambos del primer triunvirato romano. Pompeyo fue derrotado por César en Farsalia, en la última de aquellas guerras civiles que tanto gustaban a los romanos anteriores al imperio. Pero sin duda los yernos más malvados son los del Cid, los llamados Infantes de Carrión, que mancillaron en sus hijas el honor del Campeador y, por supuesto, recibieron su merecido. No vale aquí el yerno de Aznar, porque fue al revés, primero estuvo en las cercanías del poder y luego fue yerno. Y esto entronca con el nepotismo, que es la tendencia de los poderosos a dar prebendas y cargos a sus familiares y de ello existen muchos ejemplos, desde el ateniense Pisístrato a los papas de la Iglesia, que hacían cardenales a sus sobrinos (en rigor, no hace falta ser sacerdote para lucir el capelo cardenalicio). Y, por supuesto, no podemos olvidar a Napoleón, que iba nombrando a sus hermanos reyes cuando dominaba España, Nápoles, Roma o Wesfalia, y así se creó la Casa Bonaparte, que dio más tarde un emperador a Francia (el último). Es como en la mafia, pues Michael Corleone (*) se llevaba por delante a quien no cumpliera con la familia, fuese su cuñado o incluso su hermano Fredo (nada personal, negocios). La familia cercana al poder siempre ejerce su influencia, y cuando se ve muy arriba incluso asalta la cabeza de ese poder. Debe ser la naturaleza humana.
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(*) Michael y Fredo Corleone, representados en la foto por los actores Al Pacino y John Cazale, son personajes de ficción El Padrino, novela de mario Puzo llevada a la pantalla por Francis Ford Coppola.
Su nombre quedó eclipsado durante décadas, a pesar de que alguna de sus obras fueron llevadas al cine. Por suerte, en los últimos años se ha recuperado para el gran público a un autor que cultivó el teatro y el ensayo a gran nivel y fue un novelista extraordinario (Carta de una desconocida, Veinticuatro horas de la vida de una mujer, Novela de ajedrez…) , pero sin duda su faceta más conocida es la de biógrafo, pues retrata a personajes cruciales de la historia con un gran precisión y compone sus vidas como si de una novela se tratase. Freud, Casnova, Tolstoi, Erasmo, Magallanes, Balzac, Dostoievski y muchos más personajes se hicieron reales al pasar por su privilegiada pluma, pero de entre todos ellos destacan sus trabajos deslumbrantes sobre María Estuardo, Fouché y María Antonieta. Algunos especialistas lo consideran el mejor biógrafo conocido, pues a su rigurosa pluma une un trabajo de documentación asombroso, que se desliza por sus libros sin agobiar al lector. Para mí es el supremo maestro del género, y con un poco de sorna suelo decir que Napoleón en realidad no fue tan importante puesto que Stefan Zweig nunca escribió su biografía. Ahora, setenta años después, su obra empieza a colocarse en el lugar en el que siempre debió estar.
Este año, los carnavales han sido más cortos que otras veces. Lógico, había que concentrar y aquilatar; pero resulta que nunca llueve a gusto de todos, y he escuchado muchos comentarios sobre el asunto, quejándose de que se ha desvirtuado una fiesta que hasta el año anterior tenía otra estructura. La verdad que quienes se agarran a la tradición para reivindicar los carnavales de Las Palmas de Gran Canaria están perdidos. Desde el comienzo de su reinstauración, se dieron muchos palos de ciego, y poco a poco se creó una dinámica que, francamente, nada tenía que ver con los clásicos carnavales grancanarios; era otra cosa, que gustaba, pero que se iba inventando año tras año por el sistema ensayo-error de la mano de Manolo García.
La Verbena de la Sábana asociada al pregón inicial se fue quedando atrás, lo mismo que aquellas noches dedicadas a las estrellas de cine, cuando tuvimos las impagables imágenes del entonces alcalde Juan Rodríguez Doreste bailando claqué o disfrazado de Greta Garbo. Últimamente se ha incorporado lo de los Indianos, pero está claro que lo que marca un antes y un después en el Carnaval de esta ciudad es la Gala Drag, que ha tomado carta de naturaleza y es el distintivo exterior de esta fiesta. Y en realidad la tradición marca que haya un Domingo y un Martes de Carnaval, y el Miércoles de Ceniza, que era el día que se celebraba el entierro de la sardina. Luego estaba el Domingo de Piñata (o de Carnaval Chico) que era el domingo siguiente, y que antaño se celebraba con la batalla de flores de la calle de Triana. Se comía tortillas con miel de caña y arroz con leche rociado de canela molida. Y se acabó; total, ocho días y no todos. Así que no creo que el Carnaval haya sido corto, ni que haya roto ninguna tradición. Ya estaba todas rotas.