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Obsesión enfermiza por la talla 36

La moda en el vestir no empezó ayer, viene de siglos, aunque ha ido evolucionando poco a poco, acorde con los avances tecnológicos, las costumbres sociales y religiosas y hasta el rango social. No es muy conocido que, antes de la revolución Francesa (dos siglos y medio) determinadas telas, adornos y calzados estaban destinados para una clase social en concreto,; en algunos países había atuendos y colores destinados a los distintos oficios, y se podía ver quién era panadero, albañil, profesor o carpintero por su ropa, una especie de uniforme similar a como ahora sabemos si un militar con el que nos cruzamos por la calle zzzdelgada.JPGes de un cuerpo concreto del ejército y qué rango tiene. Incumplir estas normas estaba penado por la ley hasta el punto de que si pasabas de pobre a adinerado porque te había ido bien en tu profesión no podías vestirte con una chaqueta de damasco ni usar joyas de gran valor, pues eso estaba destinado exclusivamente a personas de la aristocracia. Es decir, si viste de armiño es rey. Las mujeres, siempre a remolque, iban a tono con el rango o la profesión de la familia a la que pertenecía. Fue a partir de María Antonieta cuando se impuso la moda de cambiar los estilos cada temporada, y eso que ocurría en las capas adineradas pasó poco a poco a ser norma común en el siglo XX con la industrialización masiva de la confección de ropa y calzado. El problema es que hay unos pocos que dictan la moda y crean problemas y complejos, pues una modelo que tiene mi altura pesa 10 kilos menos que yo, y soy delgadísimo. Por eso me hago eco de algo que circula por las redes sociales donde se dice que Marylin Monroe usaba la talla 44 y era la mujer más deseada del mundo. No sé si el número de la talla americana se corresponde con la de aquí, pero es muy evidente que no tenía la talla 36, que parece ser el sueño dorado de muchas adolescentes, que enferman física y psicológicamente persiguiendo una imagen que es imposible, y se empeñan en ignorar que a los varones esa delgadez extrema no les atrae. Esa es otra de las condenas machistas que encima suelen tener como gendarmes a las propias mujeres.

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Martin Scorsese, un italiano en NY

Acaba de estrenarse El lobo de Wall Street, otra película de Martin Scorsese (MS) que debe hacer un número muy alto, entre ficción y documental, sea para el cine o la televisión, además de sus apariciones como actor en varias decenas de cintas; en esto sigue la estela de grandes directores-actores, no con la contundencia protagonista de Welles, De Sica, Truffaut, Allen o Eastwood, pero sí con la presencia secundaria pero contumaz de John Huston o Sidney Pollack. Cuando escuchamos su nombre pensamos que MS es eso, un director de cine italoamericano que ha dirigido esta o aquella película y que ha aparecido en fotogramas de otras tantas, uno más. Pero si analizamos aunque sea a vuelapluma su trayectoria nos damos cuenta de que pertenece a ese escaso círculo de cineastas que son clásicos vivos porque su obra forma parte de la vida de mucha gente, si es que no ha contribuido a diseñarla.
zzzzztrattoria[1].jpgPero MS no es una isla; es un elemento de un entramado artístico e intelectual que casi puede ser dibujado y que tiene como ADN la sangre italiana de sus miembros y la ciudad insomne de Nueva York. Y ese gráfico tiene forma de constelación, con dos estrellas que brillan con menos fuerza, que son Michael Cimino y Brian de Palma, y cinco luminarias cegadoras: De Niro, Pacino, Coppola, el propio Scorsese y DiCaprio, un cometa gigante que llegó más tarde pero se ha quedado. Nueva York es La Meca de los norteamericanos y tal vez de Occidente, y son muchas las películas y los cineastas nativos o transeúntes que nos la han mostrado (Allen, Capra, Wilder, Edwards, Lang…) pero no con los ojos de inmigrante italiano que tiene dos lenguas maternas. Es como si vieran la ciudad desde dentro y a la vez desde fuera, porque, aunque llevan en NY varias generaciones, no acaban de irse de Italia, especialmente si tienen sangre siciliana.
Esta constelación se fragua en los años setenta del siglo XX; cada uno de estos nombres llegaba con una trayectoria distinta, pero Robert De Niro se encontró con Coppola en El Padrino II, se llevó un Oscar y se convirtió en el gran italiano de NY. Después de triunfar en Europa con el Novecento de Bertolluci, se puso en manos de MS para hacer una obra maestra, Taxi Driver (1976).
zzzzscossss1.JPGYa tenemos a De Niro como estrella que une a Scorsese y Coppola, pero este había encontrado su gran cometa, Al Pacino, cuyo papel de Michael Corleone quedó como un gran clásico inmediatamente. MS sigue sacando provecho del talento de Robert De Niro en Toro salvaje (1980), El rey de la comedia (1983), Goodfellas (1990), El Cabo del Miedo (1991) y Casino (1995). Pero sobre todo queda para la historia New York, New York (1977), un trazo de la ciudad que nunca duerme que se hizo inmortal cuando Sinatra (otro italiano) grabó la canción que Liza Minelli (otra) cantaba en película. Al Pacino ha husmeado el mundo italiano de NY en otras películas, trabajando con Brian de Palma, pero su gran personaje es Corleone, y hasta le dieron un Oscar por Perfume de mujer, remake de una película de 1974 (italiana, por supuesto) de Dino Risi con el gran Gassman.
En los años noventa llega Leonardo DiCaprio, el sueño dorado de un director como Scorsese, joven, guapo, con talento y con gran seriedad en el trabajo. Y así encadenan una serie de películas que se cuentan por éxitos, la última de las cuales es El lobo de Wall Street, la que se estrena ahora, precisamente cuando de Coppola queda el brillo eterno de sus viejas obras y se dedica a criticar la desidia interpretativa de Pacino y De Niro, cosa que empieza a ser verdad, aunque ya estén en la historia del cine personajes como Michael Corleone y Jack La Mota.
zzzzzny.JPGSi De Niro fue el fogonazo que inició la constelación, Scorsese es el que ha mantenido el tipo como ninguno de los actores y directores de su generación. Sigue ahí, abrazado a su idea de contar la ciudad y levantar acta de su tiempo en documentales tan imprescindibles como el que hizo sobre el beatle Georges Harrison. Si el alter ego de John Ford es John Wayne, el de Spielberg es Harrison Ford y el de Fellini Mastroianni, la proyección artística de Scorsese fue en su momento Robert De Niro, pero como Coppola tiene razón, ha tenido que mudarse a Leonardo Di Caprio. Y es lo que sigue vivo de todo aquello, porque mientras Scorsese y DiCaprio siguen con el pulso artístico firme, De Niro se emplea en comedias bufas con Stallone (eso sí, italoamericano) y de Pacino y el propio Coppola no hay noticias. Todos han contado y cantado su amor por Nueva York, como dice la canción del film de MS que tan famosa hicieron Liza Minelli y Frank Sinatra:

«Empiecen a extender la noticia:
me voy vivir (a Nueva York),
quiero ser una parte de ella.
Mis zapatos de vagabundo están deseando cruzar su corazón.
Quiero despertar en la ciudad que nunca duerme
y ser el rey de la colina, en la cima del éxito.
Mis tristezas de pueblo pequeño se esfuman…
Si puedo conseguirlo allí,
lo puedo conseguir en cualquier parte».


Eso es Martin Scorsese.

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(Este trabajo fue publicado en el suplemento Pleamar de la edición impresa del Canarias7 del día 15 de enero)

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De Néstor a Fernando, y Álamo porque me toca


Merodear por el barrio de Vegueta de Las Palmas de Gran Canaria un domingo por la mañana puede parecer una costumbre rutinaria, y así me lo planteé hoy; al fin y al cabo las rutinas acaban gustándonos. Pero resultó que no, que salí con paraguas que no tuve que utilizar (a mí solo me llueve cuando salgo sin paraguas), crucé el Guiniguada y me tropecé en la Plaza del Pilar Nuevo con algo que tenía vocación de espectáculo: una docena de niñas vestidas con mallas de colores zzzzimg039.jpgchillones bailando una especie de ruido que por su pretendido erotismo combinado con la edad infantil de las danzantes resultaba…vamos a llamarlo interesante. Todavía perplejo por la visión, entré en el CAAM casi pidiendo refugio, y me encontré con una exposición que los cursis llamarían magna, tanto por su impacto como por sus dimensiones y el número de obras expuestas. Se trata de la muestra que actualmente ocupa tres plantas completas, del pintor Fernando Álamo, uno de nuestros artistas plásticos con mayor talento y que sigue en plena creación. La obra de Fernando Álamo siempre impresiona, por la rotundidad de su discurso, que en esta ocasión se compone de varias secuencias de su obra en los últimos años. Flores, rinocerontes o mariposas no son lo que aparentan ser, y al mismo tiempo no lo parecen a primera vista pero luego aparecen envolviendo al espectador. Aturdido por el demoledor impacto creativo del artista, temí salir a la calle porque entonces ya no habría podido soportar aquello de antes de entrar. Por fortuna, ahora fue más fácil atravesar en sentido contrario la Plaza del Pilar Nuevo, envuelto en los Aires de Lima de un grupo folclórico que, para mi sorpresa, hacía las delicias del mismo público que aplaudía con entusiasmo el anterior espectáculo. Que era sin duda un público ecléptico y tolerante debía estar pensando, con su legendaria carga de sarcasmo, la estatua de Néstor Álamo que vigila el paso junto a la esquina del edificio de la Casa de Colón. En realidad, nunca hay rutina si anda el arte de por medio.