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Solo perdura lo que proviene del talento

Suele decirse que cuando un tipo de arte responde a una moda tiene poco futuro, pero esto no es verdad. Lo que sí es cierto es que, cuando se hace determinado tipo de arte porque es lo que se lleva, la mayor parte de la veces no aguanta el paso del tiempo. Pero sucede que, a veces, algunas de esas pinturas, novelas, películas o piezas musicales permanecen a pesar de que han sido dictadas por el mercado. No está de moda, pero sigue en pie porque es una obra hecha desde el talento. Entonces decimos que estamos ante un clásico, aunque hayan sido obras realizadas por encargo, e incluso con un mensaje impuesto por quien las paga.
zzztalento.JPGPinturas por encargo de reyes o papas, óperas compuestas a mayor gloria de un emperador o películas encargadas como pura propaganda se han instalado en la eternidad efimera del arte; el talento de sus autores las proyecta en el tiempo y ya nadie se acuerda de que el Carlos V de Tizziano fue encargado para conmemorar la victoria del Emperador contra los protestantes, que Aida fue un encargo a Verdi, con tema incluido, para celebrar en El Cairo la apertura del Canal de Suez, o que Casablanca fue una película propagandística para mentalizar al pueblo americano de que Estados Unidos debía entrar en la II Guerra Mundial. Y así podríamos enumerar cientos de obras de arte que hoy celebramos, incluyendo las catedrales góticas, el Partenón y las pirámides. En literatura el mecenazgo se ha notado menos, siempre fue la pariente pobre porque no es de ahora que al poder le interesara poco la lectura. Un libro da menos lustre que un cuadro, un palacio o una ópera, aunque bien que se han ocupado de quemarlos o prohibirlos cuando no gustaban las ideas que contenían. Así y todo, muchas de las grandes obras de la literatura universal fueron publicadas bajo la protección de alguien poderoso. Así que, al final, lo que perdura es lo que ha sido producido con talento. El resto sí que es moda pasajera.

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Ramón del Pino: La dislocación del desnudo

Mucho dirán que Ramón del Pino es un fotógrafo. Lo es en cuando que se expresa a través del soporte fotográfico, pero en realidad es un artista plástico cuya obra tiene su origen, no su fin, en el concepto, y que usa la fotografía como vía de expresión. No sería el arte conceptual como lo iniciara Duchamp hace un siglo, sino en un sentido más literario en el que, como Pessoa, juega con lo que es y lo que parece ser. No es sólo el impacto de lo que aprehendemos, sino el tránsito intelectual de cada uno hasta captarlo. Cierto es que las fotos son técnicamente impecables y que muestra gran conocimiento y mucha investigación en el medio, pero eso es elemental en un artista, conocer el medio en el que se expresa, pues nunca tendrá solidez el poema de un autor que desconoce la gramática.
zzla foto 1111.JPGResuelta esta cuestión, Ramón del Pino se adentra en el baile de las formas, y en la exposición que ahora se muestra en la Fundación Maphre de Las Palmas de Gran Canaria y que intitula La dislocación del desnudo, juega con otro concepto: las apariencias. Por el título y por el contenido, a primera vista podría decirse que el eje central es el desnudo, y muy especialmente ese triángulo invertido femenino que es a la vez sueño y pesadilla, y los alarmados bienpensantes lanzarán sus diatribas reprobatorias sobre su obra; pero la obscenidad estaría en ese caso en las miradas, porque la obra trata de mostrar que con demasiada frecuencia nada es lo que aparenta, que las cosas no son como las percibimos, que es en los ojos del espectador donde está el código que debe interpretar toda obra de arte. Se trata de aprehender en el sentido cervantino que lo conecta con la memoria de cada uno. ¿Que hay distintas interpretaciones de una misma obra? Por supuesto, como en la vida, y es esa precisamente la lectura genérica de esta exposición que sobrepasa el impacto de unos senos que finalmente son falsos o de un pubis que realmente es una peonza. Es el juego de la percepción, de la interpretación, incluso de la identidad. Ah sí, Ramón del Pino usa la fotografía, como si hacerlo fuese cosa de arte menor. Es justo lo contrario, porque este discurso, tanto intelectual como técnicamente, nada tiene de menor: estamos ante un artista plástico en toda su dimensión expresiva.

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El cine, la realidad y la ficción

La identificación de los espectadores con los y las «artistas de cine» tiene varios niveles, esencialmente dos, aunque siempre hay matices y gradaciones. Por un lado están los actores y las actrices que reciben la admiración y el seguimiento por su capacidad de dar vida a personajes distintos; por otro están las estrellas, de las que se exige que siempre aparezcan en el papel que les ha llevado al éxito, y da igual si tienen más o menos talento para la interpretación porque son una marca. Valoramos el arte interpretativo de actores y actrices capaces de encarnarse en personajes tiernos, cómicos, drámáticos o déspotas, según convenga, y siempre están bien, porque mucha diferencia hay entre los personajes que interpreta Jack Lemmon en Días de vino y rosas, El apartamento y Missing, o entre los que hace Meryl Streep en Memorias de África, El diablo viste de Prada y Mamma Mía. Sabemos quiénes son pero nos identificamos con sus personajes a pesar de sus distintos registros, por lo que hablamos de actores y actrices que tienen vidas distintas a sus personajes.
imagen8887ygfd44.JPGLuego están las estrellas, que puede ser cualquiera que caiga en gracia, pues en su día lo fue hasta Arnold Schwarzenegger, aunque si somos justos la mayoría son actores y actrices con mucho talento. Las estrellas lo son porque llegan al público representando un arquetipo, y es el que siempre demanda ese público entregado, y a Cary Grant y a Clark Gable se les exige que sean cínicos, seductores y sonrientes (uno elegante y el otro atrevido), a Marilyn que parezca «tonta inteligente» y a Harrison Ford un héroe con expresión de niño. Como siempre hacen lo mismo (el público lo demanda), la gente acaba por identificar a la persona que actúa con el personaje que interpreta, y algunos hasta se lo creen, pues Gary Cooper ponía en sus contratos una cláusula en la que e estipulaba que nunca moriría en la pantalla. Yo he escuchado a lugareños judadores de dominó que Grace Kelly las mata callando (siempre hablan en presente), a Ava Gardner la ven muy lanzada, a Ingrid Bergman una gran dama y a Bette Davis como una «mala vecina» (así la rebautizaron). Uno decía que le gustan los tipos «muy machos», como Rock Hudson, Burt Lancaster, Errol Flynn y James Dean (¡vaya ojo!) Clint Eastwood es un tipo fuerte, duro y recto, y a Kirk Douglas, tan rubito, lo encuentran algo cobarde en sus andanzas por el lejano Oeste. Y ya ven, Kirk ha sido una de las personas más valientes en la industria del cine, pues desafió al McCarthysmo y precipitó el final de las listas negras cuando decidió hacer Espartaco como y con quien la hizo. Pero es una estrella, y en la mente del público la vida personal de las estrellas es la misma que la de los modelos que interpreta en sus películas.