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Galdós y mi bisabuela

Una de mis bisabuelas otorgaba a su esposo, mi bisabuelo, características de gran hombre. Y lo era, sin duda, pero no por las razones esgrimidas por su viuda. Decía mi bisabuela que su marido fue un tipo importante porque murió en la misma fecha que Pérez Galdós, de quien ella era una ferviente lectora.
<img alt="zzgad.JPG" src="/bardinia/wp-content/uploads/sites/11/anteriores/zzgad.JPG" width="325" height="243" class="mt-image-right" style="float: right; margin: 0 0 20px 20px;" /
Por eso, cada vez que veo el 4 de enero en el almanaque me acuerdo de mi bisabuela, de la sombra difusa que tengo de su marido y de don Benito Pérez Galdós, que no pudo rebasar el gélido invierno de 1920. Y ahora que hago memoria, Galdós siempre fue muy leído, es tal vez ahora cuando menos se le lea, y siendo un poco malo puedo pensar que tal vez tanto estudio sobre él lo hayan convertido en algo sublime e inalcanzable a los ojos del lector común. Ese problema tiene convertirse en un icono, y tengo que decir que leer a Galdós es siempre una delicia porque tiene un arco de registros muy amplio, no es un escritor para una franja determinada sino para todas. Claro, por eso es tan universal en todos los sentidos, porque cualquiera y a cualquier nivel siempre encuentra acomodo en sus novelas. A lo mejor a mi bisabuela su marido le parecía tan especial porque le recordaba a algún personaje galdosiano, y si encima se murió un 4 de enero, pues ya está montado su mito particular.

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El baúl de las cosas inútiles

zevere.jpgDecía un maldito poeta francés (¿o era poeta maldito?) que la parte más imprescindible y necesaria de una casa es el retrete, y por ello la más fea. Por el contrario, los salones y las terrazas eran lo más bello, pero se puede vivir sin su existencia. Claro que, de ese modo, la vida es menos agradable y nos parecemos más a un animal primario. Ese era el concepto que se tenía del arte, la literatura y no sé cuántas más cosas supuestamente inútiles, que son como los salones o las terrazas de la mansión de la vida, sin las cuales podemos susbsistir pero no vivir. Porque, en esencia, ¿para qué sirve un cuadro, un poema, una sonata? ¿Qué utilidad tiene la Torre Eiffel? ¿Abriga más o da más sombra una casa hecha por Gaudí que un edificio rectangular sin ambición alguna? ¿Para qué sirve que un tipo corra 100 metros en 9,58 segundos si cualquiera puede adelantarlo en bicicleta?
La respuesta es obvia, pero viene a resultar que el ser humano lo es porque ha hecho de la supervivencia cultura. No es necesario que cocine Martín Berasategui para alimentarnos bien, ni quita más la sed la cerveza que el agua clara. Pero todo es cultura, y eso es lo que nos hace humanos, porque siempre buscamos ir más allá. Incluso ya los retretes no son tales, sino lugares agradables, con espejos y colores. Y esto viene porque alguien decía por la radio que el alpinismo era una estupidez, porque nada se consigue escalando una montaña. Eso, como el deporte, la literatura, el arte, la moda o la buena mesa, es cultura, superarse cada día, hacerse más humano. Y entonces ya no es tan inútil.

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Nuevas novelas en librerías

La editorial canaria PC-CAM acaba de abrir una colección narrativa que llama genéricamente Tiempos de silencio, y se empieza a componer con textos que tienen relación con los oscuros años de la pasada dictadura, en la que el miedo enmudecía las bocas y hasta los pensamientos. Para empezar, abre la colección con tres novelas: Los latidos del tiempo, de Miguel Angel Sosa Machín, Mientras maduran las naranjas, de Cecilia Domínguez, y una firmada por el autor de este blog, de la que paso a hablar en el siguiente párrafo.
zIMG_0001.jpgMe refiero, por supuesto, a La mitad de un Credo, una novela que publiqué en 1989, coincidiendo con el 30 aniversario de la ejecución del Corredera. Ahora se reedita con nuevo formato, pero con el texto intocado, y es que entonces escribí esta novela para exorcizar fantasmas, demonios o como se le quiera llamar, según sea Sábato o Vargas Llosa quien lo diga. El Corredera se metía en todas mis narraciones, y tenía que quitarlo porque no venía a cuento. Entonces decidí hacerle su propia novela, y sólo así desapareció de mi escritorio. Juan Buganvilla es un trasunto de ese Juan García que tanto nos dolió como sociedad hace 50 años, y cambia el nombre y algunos detalles para evitar la fácil crítica de que no se ajusta a la realidad. Ni lo pretende, la realidad es el motor, pero la novela es ficción, y si no estamos hablando de otra cosa. Esencialmente, pretendí dejar claro que nadie, ni siquiera un Estado, puede disponer de la vida de un ser humano.
La edición de 1989 fue realizada por HECA, y Juan Ezequiel Morales y Javier Cabrera pusieron mucho para que viera la luz. Por su temática tan especial quisimos que los ejemplares fuesen cosidos en los talleres de la cárcel de Salto del Negro, y cuando la obra se agotó (porque entonces se agotó enseguida), hubo un leve beneficio, que dio justo para pagar una comida. Ahora, 20 años después, la edición es profesional, pero no puedo dejar de rememorar con cierta nostalgia y mucho agradecimiento aquella primera edición.