Otra vez los cuernos Robinson
Parecía que el mundo había cambiado pero todo sigue igual. Por lo visto, como en la Edad Media, como en el Barroco y como en el duelista siglo XIX, el honor de los maridos sigue residiendo en la virtud de su esposa. El Ministro Principal del Ulster se ve abocado al desastre político porque ha perdido credibilidad, dicen, al saberse que su esposa le ha sido infiel de manera continuada. El hombre, encima de ser la víctima de la infidelidad, ahora resulta que eso le cuesta el cargo, porque seguimos en la vieja creencia de que si no tiene autoridad en su matrimonio menos la tiene para presidir un gobierno.
Es verdad que ella hizo algunos trapicheos políticoeconómicos en favor de su amante, pero creo que es cosa de ella, que responda de sus irregularidades, pero no entiendo por qué el marido ha de pagar el pato. Es decir, machismo estúpido, porque en lo concerniente a la infidelidad el asunto debieran dirimirlo los implicados, es asunto privado. Las corrupciones de ella en su cargo de concejala son cosa de ella, ya que por lo visto no tenía mucha conexión con el marido. Para más escarnio, la señora, de 60 años, ha tenido su último desliz con un joven de 20, olé por ella, pero eso recuerda a aquella película de los años sesenta, El Graduado, en la que se daba esta misma situación. La coña llega a límites casi proféticos si tenemos en cuenta el apellido de esta pareja, Robinson, nada más y nada menos, justo el apellido de los personajes del mentado largometraje dirigido por Mike Nichols. Y claro, en todas las emisoras de radio adornan la noticia con la canción que para El Graduado hicieron Simon & Garfunkel. A veces la vida imita al arte, y casi siempre con muy mala leche.