Premios y mandangas
Cuando siguen lapidando mujeres, haciendo ablación de clítoris a la niñas, cortando las manos a los ladrones o masacrando etnias enteras, pensamos que el mundo todavía necesita un buen repaso, pero al mismo tiempo nos apuntamos al triunfalismo de que esas cosas no ocurren en Occidente. Pero tampoco podemos tirar cohetes, porque siguen matando mujeres, expulsando gitanos, presumiento de fortunas mientras hay gente que no tiene para comer.
Esta es una sociedad muy injusta, y me entra la risa cuando hay quien pone el grito en el cielo porque a fulanito no lo han reconocido con el Premio Canarias, el Nobel o una medalla cualquiera. Es patético, porque hay miles de personas que merecen, no ya un premio, sino simplemente una vida digna, y se les niega, pero eso no importa, porque por ahí fuera son muy malos y no le dan el Balón de Oro a este o a aquel futbolista, que está más que reconocido y gana más de mil millones de pesetas al año por jugar. Eso es hiriente, y encima Zapatero dice que Japón es un ejemplo para España, cuando el país asiático ha crecido 0,5% en veinte años. Lo que hay que oír.
Y ahí entramos en el filo de la navaja, porque supongo que todos los nacionalismos se basan en una teoría sobre la opresión que sufre una determinada colectividad, sea real o prefabricada por quienes quieren sacar partido, pero en esto, como en casi todo lo que roza la política, no existe una fórmula matemática para determinar qué es ideología nacionalista y qué no, cómo se puede establecer un grado de opresión y otros detalles que se vuelven banderas; porque está muy claro que el Imperio Británico oprimía a La India, que la Bélgica de Leopoldo II tiranizaba toda la cuenca del río Congo, pero otros nacionalismos tal vez no puedan presentar una tiranía de trazo grueso que los justifique. Vargas Llosa se ha metido en un jardín en el que se desenvuelve muy bien con su brillante discurso, pero yo no sé dónde empieza la sustancia y dónde termina el malabarismo.