In-dignidad, in-justicia, in-decencia
Resuenan en la bóveda de la memoria colectiva palabrones como dignidad, justicia, decencia y otra docena que vienen a significar lo mismo: nada. Y es así porque encubren intereses, manipulaciones y un saqueo inmundo que no parece importar debido a la ignorancia programada de una sociedad que no se respeta a sí misma. Los partidos políticos hacen y deshacen a su antojo, los poderosos conforman una especie de aristocracia del dinero, que finalmente es aceptada por esa sociedad que de alguna manera acaba justificando sus desmanes. De otra manera no se comprende cómo es que una parte importante del pueblo catalán le siga el juego a unos voceros capitaneados por personas de un partido que siempre se quedaba con el tres por ciento, o que un partido que tiene mil personas en los juzgados por corrupción siga ganando las elecciones y gobernando, o que… Tantas infamias que, aunque armen mucho ruido mediático, se quedan en eso.
Y no hay consecuencias, nada cambia, y cuando algo se mueve es a peor: reforma laboral, abandono de los ancianos, exilio de la juventud, salarios de miseria… Y siguen hablándonos de dignidad, justicia y decencia los mismos que siguen recortando derechos y haciendo el Robin Hood al revés, saqueando a los pobres para engordar a los ricos, que a estas alturas no sé dónde van a guardar tanto dinero. Continuar leyendo «In-dignidad, in-justicia, in-decencia»
abducido por el propio concepto de poder como él mismo admitió más de una vez. Luego está la fascinación hacia uno mismo, que se iguala con la perfección en la valoración propia; son adorados y desprecian esa rendición ajena porque en realidad lo que les colma es la perfección, que creen poseer, lo cual a veces se acerca a la verdad. Es el caso de Herbert Von Karajan, a quien el aplauso y el halago le importaban poco porque sabía lo que hacía cada noche en el escenario; o esa vida fugitiva hacia el anonimato de escritores muy celebrados, como Thomas Pynchon y Juan Rulfo, aunque el paradigma de esa fobia a ser visto es J.D. Salinger, que algunos psicólogos interpretan como una muestra de soberbia, al considerar inconscientemente que la gente no merece su presencia y menos su simpatía.