Demasiados canales, escasa información
Vivimos la época más comunidada de la historia de la Humanidad, y la paradoja es que por eso mismo no podemos estar seguros de casi nada. Es verdad que, hace unos años, lo que se leía en papel impreso iba a misa, o lo que se escuchaba en la radio o la televisión, pero eso también servía para desinformar y hasta para crear monstruos sociales, como la idea nazi de la superioridad de la raza aria, idea que se encargó de machacar Goebbels a través de la radio. A partir de entonces ya es un axioma que una mentira mil veces repetida se convierte en verdad. Pero ahora había una esperanza, la posibilidad de que no todos los canales estuviesen controlados, pero incluso cuando eso ocurre no puedes fiarte de la capacidad de manipulación que se ejercita a través de la red, las noticias erróneas que se publican en medios alternativos y de las que se hacen eco lo convencionales, e incluso los errores puros, que se comenten creyendo que no lo son, de buena fe. Pasa que, si los profesionales de la información tienen el deber ético de confirmar sus fuentes, quien escribe en Twiter o Facebook es un particular y puede escribir que ha visto un burro volando sobre Nueva York. Y esa información da la vuelta al mundo sin haber sido contrastada, hasta el punto de que un hombre conocedor de todo esto como Javier Solana comenta en su Twiter la muerte de Ariel Sharon, y luego le cae encima el diluvio universal, porque es un dato no confirmado y incluso desmentido, aunque algún periódico digital mantuvo durante varias horas esa información que luego ha resultado no ser cierta.
Cuando era más joven, feliz e indocumentado, mostré apoyo a alguna fuerza en una elecciones (de lo que me arrepiento, y a lo hecho, pecho), pero a estas alturas me molesta que me den lecciones de democracia, por lo tanto me abstengo de darlas. Otra cosa es llamar la atención con propuestas civiles sobre temas importantes, pero en unas elecciones todo el mundo es mayor de edad. Los dirigentes están en otra onda, y los que ahora no lo son quieren subir a ese carro, si no no se explica que se gaste un dineral en campañas electorales cuando ya todo el mundo tiene claro su voto (llevamos cuatro años de campaña), y tampoco se explica que los jefazos del G-20 ocupasen en Cannes habitaciones de 30.000 euros la noche, cuando se supone que pasaban casi todo el tiempo reunidos tratando de salvar al mundo (o a los marionetistas que los mueven). Y aunque no venga a cuento: me asombró saber hace unos años que las suittes de Ritz parisino cuestan alrededor de 6.000 euros, y si ya eso es una burrada, me pregunto qué tiene una habitación de hotel en la Costa Azul para que se pague por ella el equivalente a cinco millones de pesetas. Estas cosas son las que hacen que uno prefiera ver series americanas en lugar de a R&R. Tienen más ritmo televisivo, dónde va a parar.
y ese traspaso comenzó en los años sesenta, lo que dio lugar al movimiento hippie y aquello de «haz el amor y no la guerra», que quedó reflejado en la ópera-rock Hair, de la que es muy conocida la canción Aquarius. Se decía en los años setenta que en cuarenta años acabaría el tránsito, por lo que ya hay quien habla de que esa idílica Era Acuario entraría definitivamente el 21 de diciembre de 2012, cuando otros aseguran que se acabará el mundo según los muchos agoreros habidos (Nostradamus, el calendario maya, la Gran Pirámide…) y sus intérpretes. A la espera de esta nueva era nacieron movimientos como el New Age, pero yo es que no veo por ninguna parte esa concordia y esa nueva escala de valores positivos que anunciaban. Nadie escucha a nadie, los dirigentes se vuelven locos por intereses personales, como el primer ministro griego, que por una jugada política personal puede hacer volar a Europa por los aires, hay agresiones sin justificación (ninguna la tiene, pero algunas se hacen por mero deporte). Es decir, está ocurriendo todo lo contrario de lo que llevan cuarenta años anunciándonos, y los más entusiastas de estos asuntos ya empiezan a cambiar el discurso, y de ser un nuevo tiempo de paz y armonía se están sumando al milenarismo del fin del mundo. Para colmo, en Canarias nos estalla un volcán.