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Filosofía callejera


Dicen que la gente que trabaja relacionándose con muchas personas sucesivamente acaba teniendo una filosofía vital muy estimable. El galardón se lo adjudican siempre al camarero (más bien al barman) y los/las taxistas. Todo esto es muy discutible, porque es verdad que ambas profesiones se relacionan con muchas personas casi individualmente, pero esa relación suele reducirse a preguntar qué vamos a tomar o a dónde nos llevan. zzzzDSCN428-0.JPGTambién es verdad que los peluqueros (más bien los barberos de toda la vida) deben acabar hasta la coronilla de escuchar a forofos de distintos equipos y a críticos de todos los políticos, pero en este caso el contacto dura al menos lo que un corte de pelo, sin olvidar que la barbería se convierte a menudo en una especie de centro social del barrio, en el que pasan muchas horas charlando parroquianos que no van a usar los servicios del establecimiento. Todo esto viene porque ayer me tocó un taxista muy locuaz, que por lo visto había viajado por todo el mundo. Por su edad esas aventuras debieron suceder no hace demasiados años, pero el caso es que soltó una sentencia que me dejó planchado: «En Estados Unidos te angustias porque no tienes seguridad social para tus hijos; en México porque pueden matar a tus hijas; en Japón porque la radiactividad puede hacer que tengas hijos con tres cabezas; en África porque tus hijos coman y no mueran de malaria o sida; en Oriente Medio porque a tus hijos no les caiga una bomba… Y a aquí tu única preocupación es que tu hijo no se te vuelva del Barça o del Madrid. Esto es una maravilla, ¿no le parece?». Ante la repetitiva preocupación por sus hijos y su convencimiento de lo bien que se vive aquí, tuve que responderle: «Tuerza a la derecha y déjeme en la gasolinera».

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Paradojas (o parajodas)


zzzzzzzvacas.JPGPara tener sentido de la realidad presente nada mejor que conocer la historia. Es una paradoja, como la mayoría de las grandes verdades, y una paradoja es simplemente una verdad que no lo aparenta. Andamos metidos en superficialidades que consumen horas y horas de radio, televisión y redes sociales, y ríos de tinta en los periódicos y revistas; la actualidad es Belén Esteban haciendo de víctima eterna de no se sabe qué, o Kiko Rivera y Jesulín de Ubrique filosofando a lo Juan Belmonte, que tampoco filosofaba. Y uno relee la historia, compara y se da cuenta de que estamos viviendo uno de los momentos más convulsos de los últimos decenios, hay acontecimientos embalsamados desde 1945 y otros incluso desde 1918 que se precipitan a velocidades de vértigo. Las viejas heridas cerradas en falso comienzan a supurar, desde el Cáucaso hasta Cataluña. Y hay muchas más cosas que huelen a podrido, pero resulta que son Messi y Cristiano Ronaldo los que abren y cierran los telediarios. Ya es arriesgado hasta leer historia, porque nos la cambian según intereses como el chiste de la vaca. Pero, amigo, todas estas incongruencias con apariencia manipulada rebotan, porque esa historia real que no solemos leer nos dice que a las paradojas las carga el diablo.

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La letra escarlata y el efecto pasillo

No. No he renacido transformado en crítico de música pop contemporánea, aunque he de decir que me alegra la proyección exterior que está teniendo el grupo grancanario Efecto pasillo, y que viene cosechando éxitos desde hace varios años (ojalá continúe y que vaya a más). Me refiero al debate sobre si la Infanta Cristina tiene que hacer a pie el recorrido desde la calle hasta la entrada de los juzgados de Palma de Mallorca. La respuesta es tan sencilla como sumar dos más dos: sí. Y debe hacerlo porque esa exposición pública parece que es norma, y la ha sufrido cualquiera que haya sido citado en un juzgado con una imputación sobre su cabeza. Luego si lo han condenado o absuelto se olvida, pero ese recorrido lo han hecho desde afamadas tonadilleras y temibles mafiosos hasta corruptos por demostrar y acusados que luego fueron absueltos. Es decir, siguiendo el discurso de que todos somos iguales ante la ley, la Infanta habrá de hacer ese recorrido.
zzzescarnio.JPGOtra cosa es que exista esa costumbre infamante. No se entiende que personas aún no condenadas tengan que sufrir ese calvario (repugnaría incluso con los culpables), manteniendo el tipo frente a la voracidad de los medios de comunicación y la tendencia de la masa a linchar al primero que tenga ocasión. Suele haber insultos, abucheos y a veces hasta lanzamiento de objetos, y como mínimo las miradas inquisitoriales de quienes las más de las veces no saben ni de qué va la cosa. Es algo que tiene una solución tan sencilla como la de entrar por un aparcamiento subterráneo que suele haber en todos los juzgados o arbitrar en los que no lo hay otro sistema que impida esta exposición. Ese paseíllo recuerda al antiguo castigo de someter a los reos al escarnio público, bárbara costumbre que todos detestamos, mucho más cuando se produce cuando ni siquiera está probada judicialmente la culpabilidad de la persona imputada. Por lo tanto, en ese asunto lo que procede es cambiar el sistema de acceso a los juzgados, no porque ahora tenga que hacer ese paseíllo una Infanta de España, sino porque es denigrante para cualquier persona. Por otra parte, resultaría muy forzado si se hiciera ahora mismo, para evitar que esto suceda a doña Cristina, y sería un escándalo que se omitiese ese paseo para ella y luego se siga aplicando al resto de los ciudadanos. Ese efecto pasillo es ignominioso y por lo tanto es tan impresentable en una sociedad democrática como ponerle orejas de burro al niño que no se sabe la lección, o pintar en los acusados una letra escarlata como hacían a las adúlteras los puritanos de Nueva Inglaterra en el siglo XIX.