Filosofía callejera
Dicen que la gente que trabaja relacionándose con muchas personas sucesivamente acaba teniendo una filosofía vital muy estimable. El galardón se lo adjudican siempre al camarero (más bien al barman) y los/las taxistas. Todo esto es muy discutible, porque es verdad que ambas profesiones se relacionan con muchas personas casi individualmente, pero esa relación suele reducirse a preguntar qué vamos a tomar o a dónde nos llevan. También es verdad que los peluqueros (más bien los barberos de toda la vida) deben acabar hasta la coronilla de escuchar a forofos de distintos equipos y a críticos de todos los políticos, pero en este caso el contacto dura al menos lo que un corte de pelo, sin olvidar que la barbería se convierte a menudo en una especie de centro social del barrio, en el que pasan muchas horas charlando parroquianos que no van a usar los servicios del establecimiento. Todo esto viene porque ayer me tocó un taxista muy locuaz, que por lo visto había viajado por todo el mundo. Por su edad esas aventuras debieron suceder no hace demasiados años, pero el caso es que soltó una sentencia que me dejó planchado: «En Estados Unidos te angustias porque no tienes seguridad social para tus hijos; en México porque pueden matar a tus hijas; en Japón porque la radiactividad puede hacer que tengas hijos con tres cabezas; en África porque tus hijos coman y no mueran de malaria o sida; en Oriente Medio porque a tus hijos no les caiga una bomba… Y a aquí tu única preocupación es que tu hijo no se te vuelva del Barça o del Madrid. Esto es una maravilla, ¿no le parece?». Ante la repetitiva preocupación por sus hijos y su convencimiento de lo bien que se vive aquí, tuve que responderle: «Tuerza a la derecha y déjeme en la gasolinera».