Aznavour, un gran hombre
Charles Aznavour ha muerto a los 94 años. Todos los noticiarios repiten lo que siempre hemos sabido: que fue un prolífico compositor de 1.200 canciones, muchas de ellas con la grandeza de las tonadas inolvidables, que fue un cantante con una voz singular e inconfundible, que lo sitúa en el Parnaso popular de Gardel, Sinatra y Aretha Franklin, que hasta hace una semana subía a un escenario de Tokio para seguir cosechando aplausos. Un gran artista, sin duda, porque durante siete décadas todos lo recordamos como actor de mucha intensidad en películas como Disparen al pianista, El tambor de hojalata, Papá Goriot y cincuenta más; fue la banda sonora de millones de personas, que ya saben, gracias a él, lo que se siente en Venecia sin ti, en qué consiste La Bohème y lo que realmente significa el nombre de Isabel. Todo eso forma parte de nuestras historias, aunque generalmente no lo tuviéramos presente, porque lo que nos hace vivir es tan evanescente como el aire. De todo eso se habla hoy, día de su muerte, y se quedan cortos ante uno de los grandes artistas de nuestro tiempo.

Si quieren hacer cine temático, puede entenderse que emitan La historia más grande jamás contada, Rey de reyes o el Jesús de Nazaret de Franco Zeffirelli (por cierto, las tres con Jesucristo rubio y anglosajón), o bien Barrabás, por ser un personaje que aparece en los Evangelios como alternativa a la liberación de Cristo, Ben-Hur (casi obligatoria), que está basada en una novela cuyo título es Una historia del tiempo de Cristo, y se escenifica la subida al Gólgota, la crucifixión y la muerte del Nazareno, o incluso La túnica sagrada, que, además del tener relación con el tema, participa en ella nada menos que Víctor Mature, el más inexpresivo rostro del cine (él decía que no se consideraba actor), pero daba el tipo de forzudo, gladiador o ayudante del Richard Burton de turno.