Capitalidad cultural
Voy a hacer de abogado del diablo, porque en este asunto el que se duerma en los laureles se lo lleva la corriente, y en Canarias somos muy dados a entusiasmarnos en el regocijo. Como decía Guardiola cuando el Barça iba embalado a media temporada y todo eran piropos, «aún no hemos ganado nada». Se ha pasado un corte importante, pero quedan enfrente seis candidaturas de mucho peso, y hay que volver a convencer para que en junio llegue el triunfo definitivo.
Y sigo haciendo de abogado del diablo. Pienso en el Ayuntamiento de Las Palmas, en el Cabildo de Gran Canaria y en el Gobierno de Canarias. La cultura es materia muy discutible, pero lo que no admite discusión es que, de momento, es una «María» en el currículum de las instituciones. Porque debe ser algo permanente, continuado, y no media docena de eventos lustrosos al año, que finalmente están destinado a un sector que generalmente está de vuelta de todo y ya sabe de qué va. La cultura ha de ser democrática, esto es, para todos, y no cosa de cuatro figurones que siempre son los mismos. Y me callo, porque si empiezo a hablar del trato de Capitán General que se da a los de fuera y el silencio a que están condenados los que hacen cultura aquí, cuento y no acabo. Las Palmas de Gran Canaria Capital Cultural, a ver si es verdad.
La moto se podría vender bien, argumentando que mirar el horizonte a través de la hilera de monolitos sería una experiencia única (igual de cósmica que verse en el centro del proyectado túnel de Tindaya), porque por un lado se puede imaginar (ver no se ve un pimiento) la cumbre nevada del Atlas, y por otro la inmesidad del océano hacia el Hemisferio Sur. Tenía programada una reunión con dos amigos, uno poeta y otro filósofo, para darle al argumento un contenido profundo, que nadie entendiera pero que todos explicarían con grandes palabras. Crearía la empresa Déniz S.L. y el Gobierno entraría al trapo poniendo media docena de millones. Como luego los ecologistas interpondrían un recurso porque por allí he visto anidar un par de cernícalos, la obra nunca se haría y al final tendrían que pagarnos cien millones por lucro cesante, que es mucho dinero para repartir entre tantos primos (lo de primos es por el parentesco, no va con segundas). Ya sé que no tiene lógica, pero como aquí ya se ha hecho, hacerlo una vez más es posible. El nombre estaba bien: «Proyecto Long».