Sobre gustos
Dicen que sobre gustos no hay nada escrito, aunque yo creo que hay demasiado, y lo que se escribe suele ser casi siempre decreto-ley que por lo visto es de una manera y sólo de esa. Hay que ser un entusiasta -o detractor- de tal director de cine, escuchar con delirio a un cantante o leer con fruición a determinado autor, porque si no estás fuera de la pomada, eres un antiguo, un reaccionario o cualquier otro sambenito que quieran colgarte. Y sucede que a veces esa película maravillosa que todos apluden te duerme, ese cantante mítico te parece ruido y ese libro extraordinario se te atasca en la página tres porque no te interesa o incluso te molesta. Pero callas porque no vas a ser el hazmerreír de la gente. Y eso empieza en la niñez, cuando todos juegan a un juego que te aburre y tragas porque quieres ser de la partida y no aislarte del mundo. No hay que confundir ese verdadero rechazo con la actitud de algunos de negar el gusto mayoritario sólo para epatar y distinguirse como diferente, que es el caso de los «indomables» que consideran que Mozart, Picasso, Borges o Fellini no valen nada. Lo que digo se refiere a que puede haber personas con exquisito gusto musical, literario o cinematográfico a las que no les gusten los Beatles, se aburran leyendo a García Márquez o se duerman en el cine frente a una película de los Hermanos Cohen (y pongo tres ejemplos de artistas que me encantan), pero no lo dirán porque se ha establecido que a una persona sensible han de gustarle por decreto, o han de rechazarlo por alienante. Esto se ha intensificado en los últimos años por el efecto mediático, y la gente se posiciona a favor y en contra porque quiere pertenecer a un grupo, bien el de los que siguen el gusto dictado, bien el de los que se oponen con saña. Ejemplos hay, como la trilogía Millenium, la música de Lady Gagá o la serie televisiva House. Y es que, por mucho que queramos presentarnos como únicos, a menudo somos esclavos de las apariencias.
Ahora tenemos metralla inútil con las elecciones de mayo, sigue el integrismo católico -no el catolicismo- echando leña al fuego, y en Canarias más de lo mismo. Mi alarmismo no nace de la situación -que es complicada- sino de la percepción de insolvencia que vemos en los dirigentes de todos los sectores que concurren en una solución colectiva. Esas personas tienen hoy la oportunidad de pasar a la Historia con mayúsculas, pero siguen empeñados en conseguir o conservar una poltrona.