Zapatero se va, como el manisero
Zapatero se va, como el manisero de Antonio Machín. Ahora se ha abierto la veda y cada cual utiliza el asunto según su conveniencia, dentro y fuera del PSOE. Siempre me ha parecido un exceso ese secretismo -símbolo de poder- de los presidentes de gobierno españoles. Es como si tuvieran muy bien guardada la piedra filosofal y cuando les parece comparten sus pensamientos con los mortales. ¿Se acuerdan de la famosa libreta azul de Aznar, en la que tenía anotados los cambios de ministros y otras menudencias? En esta democracia, el Presidente es investido por el Parlamento, y una vez en La Moncloa es un arcano al que hay que adivinarle el pensamiento. Llegan cuando llegan y, salvo moción de censura o final de legislatura, se van cuando les parece. En una sociedad verdaderamente democrática no debiera ser así, porque el Presidente nombra a los ministros y todos están sujetos a él; es decir, delegamos todo ese inmenso poder en una sola persona. Cuando se decía que la decisión de Zapatero la sabían sólo dos personas (Sonsoles y Bono) me preguntaba cómo es posible que algo que nos atañe a todos esté en las manos de una sola persona. Será porque tengo otro concepto de la verdadera democracia, que nada tiene que ver con libretitas azules de diario adolescente o secretismos infantiles como si fuera un juego.
Por otra parte, la estación tiene muy mala prensa, porque se habla de tendencias a la depresión, de alergias múltiples y de una salud siempre en el filo de la navaja. No debería ser así, porque atrás queda el invierno, que se supone es la estación más dura, pero la cultura impone sus reglas y, aunque cada 31 de diciembre la gente hace fiesta para despedir el año, en realidad es solo un paréntesis en el recorrido vital que ha empezado en septiembre. En todo caso, que tengan un buen año estacional.