Sr. D. Mariano Rajoy:
En España parece que es un designio trágico que todos los presidentes de gobierno salgan por la puerta de atrás. Solo se salvó Calvo-Sotelo, que no tuvo tiempo de nada y se fue al limbo político. Le pasó a Suárez, que tuvo momentos en los que parecía que iba a ser eterno, tal era su aura de poder; tuvo que dimitir. Le pasó a González, que tuvo más poder que nadie haya tenido en democracia en España, y se fue porque lo echaron las urnas, pero con un índice de popularidad muy bajo. Se fue Aznar por propia voluntad, pues no se presentó a un tercer mandato, y en sus últimos dos años (hay quien dice que en sus últimos dos días) tiró por la borda la imagen de eficacia que se había forjado. Ahora le pasa lo mismo a Zapatero, y las frases duras que se le dedican en la prensa, los calificativos de la oposición y el sentir mayoritario es calcado a los que jalonaron los últimos días de los anteriores.
Con el tiempo, aunque no recuperan el brillo perdido, al menos se desvanece la rabia contra ellos. Pero tiene que pasar mucho tiempo. Suárez y González ya no despiertan enconos, pero a Aznar le falta mucho para que esto suceda. No digamos a Zapatero, pues por lo visto han de pasar al menos cuatro legislaturas. Me contó un amigo que fue testigo, que un ex-presidente acudió a un acto en el Teatro Real poco después de dejar el Gobierno, y hubo un momento en el que estaba en el centro del vestíbulo completamente solo, como si fuese un apestado. Fue tan evidente el desplante, que algunos misericordiosos corrieron a hacer grupo a su alrededor, acaso por vergüenza ajena.
Se lo digo, Señor Rajoy, como la advertencia que le hacían en Roma a los emperadores y a los generales victoriosos (*). Ha visto usted cómo en la reciente presentación de su libro se le acercaron muchos que andaban lejos; la coartada es que iban a apoyarlo; pero no se engañe, fueron en la misma actitud que los judíos aclamaron al Señor de la Burrita en Jerusalem el Domingo de Ramos; en realidad quieren estar en el primer círculo ahora que parece que llega su hora. Se vive un ambiente parecido al previo a las primeras elecciones de 1982 cuando arrasó González, esta vez a su favor. Se siente que usted ganará, solo falta saber el tamaño de su victoria para que se determine si se le aplaude, se la aclama o se le adora. Pero no olvide que los mismos que ahora ondean en su honor ramos de palma y olivo son los que en el futuro pedirán su crucifixión. Ya se lo habrán advertido, pero por si acaso recuerde aquello de sic transit gloria mundi.
Atentamente.
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(Según refiere Tertuliano, en las celebraciones para aclamar al emperador o celebrar la gran victoria de un general, en la parte de atrás de la cuádriga triunfal del homenajeado iba un siervo que repetía una y otra vez «memento mori», que venía a recordar al triunfador que era un hombre mortal, para prevenirlo contra la soberbia).