Disponer de la vida de Troy Davis
Nadie puede disponer de la vida de otro, digan lo que digan algunos libros sagrados. Matar a otro nunca es justificable, pero se entiende que, siendo la naturaleza humana tan endeble, se pueda cometer un crimen en un ataque de ira, o cuando el odio ciegue la razón y surja la venganza. Ni así es justificable, porque entonces estaríamos aplicando la ley del talión. Y si no tiene justificación posible que el crimen lo cometa un ser humano aislado, menos aún que lo perpetre un Estado, en nombre de la colectividad. Es terrible cómo en Estados Unidos, que tanto predica su conexión con Dios hasta en los discursos presidenciales, se permite que los familiares de las víctimas del reo puedan asistir a las ejecuciones, en un acto que se parece mucho a la venganza. La hermana de Troy Davis decía: «Somos el único país que mata a sus ciudadanos mientras da consejos sobre Derechos Humanos a la comunidad internacional». No se entiende tampoco cómo sesudos magistrados de tribunales supremos, suponemos que cultos y humanos, despachen la vida de un hombre como si fuese otro trámite burocrático común. Y si ejecutar a un culpable confeso es compararse a su crimen, hacerlo cuando es inocente no tiene nombre. Bueno, sí, se llama asesinato. Incluso para quienes defienden la pena de muerte, esta ha de estar respaldada por la seguridad de que el reo no es inocente. Cuando hay dudas razonable no se aplica, porque es irreversible. Si, como en el caso de Troy Davis, siete de los testigos que lo inculparon se han retractado de su declaración, no se entiende ese empeño del sistema de matarlo pese a quien pese. Algunos dicen que se trata de un laberinto legalista, pero es que no se trata de que te cambien la hora del dentista, que se te haya vencido el carnet de conducir o que te falte una póliza como antaño; es que te van a matar. Está claro que una sociedad que así procede está enferma, muy enferma.