La lotería
Los supersticiosos se aferran a cualquier clavo ardiendo para pronosticar la lotería. Luego sale lo que sale. Es irracional. La gente quiere comprar décimos de una determinada administración de Madrid porque da muchos premios, o de esa otra de Lleida que se ha hecho de oro. Y es un simple cálculo matemático, si vendes mucho las probabilidades de que caiga un premio en esa administración son mayores que si vendes menos. Pero luego hay que acertar el número. Es curioso que casi siempre una parte del gran premio caiga en Madrid o alrededores, y eso se explica porque parece ser que en esta provincia se reparten series de casi todos los números, y, claro, en alguno toca, aunque sea una serie. Hay quien se apunta al 5 porque es la terminación que más ha salido y cree en las tendencias; otros por el contrario compran el 2 porque es la que menos ha sido premiada con el Gordo y piensan que las extracciones tienden a igualar todos lo números (otra tendencia). Teorías y teorías. He oído de todo: aparte de las razones para jugar el 2 o el 5, las hay para todos los números: el 1 porque es 2011, el 4 porque es la suma de 2011, y así se ajustan a número de hijos, a la fecha de nacimiento, al día que se enamoró (mezclar amor y juego, doble peligro). Eso sí, casi nadie quiere el 6, y recuerdo que, hace un par de años, uno de los premios grandes (no el Gordo) acabó en 6, y la televisión entrevistó a una mujer que saltaba de alegría delante de la adminsitración de loterías con el décimo en la mano, mientra decía: «Me ha tocado en el 6, el número del diablo, me voy corriendo a dar las gracias a Jesús de Madinaceli». El dinero hace a la gente cambiar de bando. Al final es puro azar y yo les deseo que les sea propicio.
Lo cierto es que, conociendo a posteriori los detalles de la preparación y realización del atentado y las inexplicables (por tibias) reacciones del aparato del Gobierno, hay que plantearse muchas preguntas, porque no es verosímil que las maniobras de los ejecutores en las semanas anteriores al hecho pasaran desapercibidas por un entramado policial represivo tan sofisticado como el que es habitual en todas las dictaduras. Unos decían entonces que aquel atentado fue un mazazo para Franco, otros aseguran que, al conocer la noticia, dijo: «No hay mal que por bien no venga», y se interpreta esta frase como que se había quitado una piedra en el camino de la futura Transición, lo que pone a Franco en la idea de que el franquismo acabaría cuando él desapareciera y por lo tanto sabía que España se convertiría en una monarquía parlamentaria. Esto es mucho especular, y resulta difícil meterse en la cabeza de un personaje como Franco, que nunca dio la menor muestra de interés por nada que no fuese a mayor gloria suya. Pero sin duda, aquel 20 de diciembre influyó en el futuro, lo que no sabemos es cuánto hubo de casualidad y cuánto de planificación. Tal vez nuestros nietos lleguen a saber la verdad, como con el asesinato de Kennedy. Mientras tanto, sigue habiendo material para novelas y películas de ambiente conspirativo.