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Ley de Costas sí y no

z242221-1g[1].JPGAplicando la dichosa Ley de Costas se han ensañado con algunos caseríos canarios que fueron levantados junto al mar hace décadas. Bien está todo eso de cuidar el medio ambiente y urbanizar con cabeza, pero nadie acaba de entende por qué es tan urgente y necesario derribar casas en unos lugares y sin embargo nada pasa en otros. Parece ser que la cifra mágica es 90 metros desde el agua, y como no conozco la ley -ni ganas- debo suponer que en los núcleos urbanos eso no es aplicable, porque si así fuera habría que derribar muchos metros cuadrados en Las Palmas de Gran Canaria, Santa Cruz de Tenerife, Málaga, la costa sur de Gran Canaria y no sé cuántos lugares más. Siempre acaban derribando pequeñas construcciones -algunas que vienen de bisabuelos o antes- en las que habita gente humilde. Ahora le toca a Tufia, y si es verdad que estoy de acuerdo con tratar de respetar la naturaleza, que alguien me explique por qué, de repente, las casitas de Tufia suponen un peligro para el ecosistema y hoteles de cinco estrellas batidos por las olas siguen en pie.

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De San Juan de la Cruz a Robespierre

Debí heredar de mis ancestros la costumbre de imponer el nombre de la fecha a todo lo nuevo. Mi nombre corresponde con el santo de mi fecha de nacimiento, y desde niño «bautizaba» todo lo que llegaba a mis manos. No eran cosas importantes y muy pronto me olvidaba de cómo se llamaba aquella maleta, aquel bolígrafo o un suéter que me tejió mi madre. La tradición la he mantenido a rajatabla solo con el coche, y por eso escribo esto hoy. El primer coche que tuve fue un Volkswagen escarabajo del año 1956, que cuando llegó a mis manos estaba desvencijado y le sonaba todo menos la bocina. Llegué a casa con el coche «nuevo» acompañado de un amigo. Miré el almanaque y vi que era 14 de diciembre; debajo ponía «San Juan de la Cruz». No sé si es el santo poeta o cualquier otro de nombre similar y si realmente el santoral de aquel almanaque era correcto.
zzjuancruz.JPGEl caso es que el coche pasó a llamarse «Juan Cruz» y mi amigo dijo: «Juan por la fundación de la ciudad y Cruz por los repuestos que tendrás que comprar». No era una gran inversión (18.000 pesetas, unos 110 euros) pero el coche fue conocido por mis amigos por su nombre. Juan Cruz resultó ser un tanque (era alemán) porque con lo viejo que era dio conmigo varias vueltas al cuentakilómetros, pues fue mi fiel compañero en todas las correrías de juventud. Ahora me doy cuenta de que debió llamarse solo Juan porque repuestos compré muy pocos, no se rompía. Nunca me dejó tirado, cosa que sí ha sucedido alguna vez con sus sucesores, que por cierto se llamaron Florencio y Fausto. El que tengo ahora es más laico, porque lo compré un 14 de julio y no pude resistir la tentación de llamarlo Robespierre.

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La gloria y el escarnio

España es un país de extremos. Dicen que es que somos latinos y todo lo exageramos, y con ese sonsonete subimos héroes al pedestal y cuando nos parece los derribamos y arrastramos por el barro. A Fernando Alonso le dieron el Premio Príncipe de Asturias cuando aun no había ganado un título mundial, empujados por la fuerza mediática de la Fórmula 1, y se lo siguen negando a Angel Nieto que se caló la corona mundial de motociclismo 12+1 veces (es muy supersticioso). zzyt7.JPGLa selección española de fútbol ha sido el acabóse, al seleccionador lo han hecho marqués y hay hasta plazas con su nombre. Así que pasen unos años y no se ganen eurocopas o mundiales (nadie gana siempre, ni siquiera Brasil) empezarán a rotular esas plazas con el nombre de otros héroes del momento. El día que Casillas haga la estatua o Iniesta falle un gol que nos elimine de algo, los lapidarán como han hecho con Raúl o Cardeñosa. Cuando Bardem o Penélope ganaron su primer Oscar los encumbraron, pero le hicieron un mohín a la prensa del corazón y ahora se alegran de que no ganen cuando los nominan. La última vez que esto sucedió, hubo un titular de prensa que, en lugar de decir quién ganó, o simplemente que la española no había ganado, rezaba: «Penélope se queda compuesta y sin Oscar». Eso es mala leche. Ejemplos hay cientos: Joselito, Isabel Pantoja, Arconada, Julio Salinas… Ahora, los que agitaban banderitas al paso de Urdangarín se han enfurecido y ya se plantean en Palma de Mallorca quitar el nombre de los Duques de Palma a una calle. Cuando el río suena, agua lleva, pero me pregunto si repondrán el nombre si al final el yerno del Rey es declarado inocente. La euforia o la rabia hacen que en España se tomen decisiones precipitadas y a la buena de Dios. Claro, claro, es que dicen que somos auténticos, como Belén Esteban. Paíssss… que diría Forges.