Releyendo a Keynes
Se ha dicho -y seguramente es verdad- que la Economía no es una ciencia exacta, pero sin duda sí que tiene unos principios aceptados de una forma general. Muchos de estos principios fueron enunciados por el economista británico John Maynard Keynes en su libro La Teoría General del empleo, el Interés y el Dinero, publicado en 1936. Estos principios fueron aplicados por el capitalismo sobre todo después de la II Guerra Mundial, viendo los buenos resultados que dieron en los Estados Unidos para salir de la Gran Depresión. El asunto es complejo y no puede explicarse en unos renglones, pero responde a la relación de producción-empleo-consumo, a lo que podríamos añadir otros elementos como el valor de los salarios y el control de la demanda agregada (1). Es como una balanza, si sube un lado baja el otro, la imprecisión de la economía proviene de no saber con exactitud cuánto hay que poner en cada lado de la balanza. Los resultados se han comprobado en muchas ocasiones, y se sabe, por ejemplo, que si hay inflación se suben los tipos de interés para enfriar, y se hace lo contrario cuando la economía se retiene. También ha funcionado el principio de que si el enfriamiento es mucho y genera desempleo, interviene el estado inyectando dinero y endeudándose porque al reactivarse el flujo se produce un efecto multiplicador que neutraliza esa deuda. También se ha visto eso en la Gran Bretaña de la postguerra, en la Francia de De Gaulle, en la España de Adolfo Suárez y en las crisis de algunos países latinoamericanos.
Pero todo eso, que se conoce como keynesianismo, empezó a abortarse en los años 80 con el neoliberalismo de Reagan y Teatcher, por el que los estados dejaron de controlar los mercados con el argumento de que estos se autorregulaban. El hudimiento del bloque soviético fue la gran coartada para pregonar que el neoliberalismo era la gran receta. Y lo es, pero solo para el poder financiero (2). La codicia y la globalización han hecho el resto, y ahora los gobiernos están a merced de los mercados (antes era al revés). Y con la prédica de los ajustes tampoco se cumple la premisa de que los estados deben endeudarse para reactivar la economía. De ese modo estamos donde estamos, y como se han roto los equilibrios no se puede poner orden si el FMI, el Banco Mundial y los gobiernos poderosos no se implican a fondo. Y no lo hacen porque ese neoliberalismo irracional se ha metido en las arterias de estos organismos, que fueron creados precisamente para controlar a los especuladores. Pero ahora ellos son los que están al mando, y, la verdad, deben haberse vuelto locos, porque en el mismo instante en que se hayan adueñado de todo (propiedades y dinero) serán pobres como ratas, porque todo esa supuesta riqueza entrará en vía muerta (no habrá compradores, no habrá dinero). La esperanza es que en algún momento quienes tienen poder para hacerlo den un puñetazo sobre la mesa y pongan fin a este baile infernal y suicida.
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(1) La demanda agregada es un concepto que tiene que ver con la producción, que puede ser producir poco a precios altos o mucho a precios bajos.
(2) Enlazo con la magnífica y clarificadora entrevista realizada por Manuel Mederos a José Suárez en el Canarias7 del domingo 8 de enero.
Vuelvo sobre la mitomanía de los argentinos, por las escenas casi inverosímiles que se han dado en Buenos Aires a raíz de la intervención quirúrgica realizada a la Presidenta argentina, afectada de cáncer. Debe ser que han rememorado a Evita o algo así. Hace años, el escritor canario Emilio Sánchez Ortiz -entonces afincado en París- me invitó a cenar en su casa de Issy les Moulineaux. Entre otros ilustres comensales estaba una escultora, que él me presentó más o menos así: «Es argentina, algo único; porque, ¿qué es un argentino? Pues un argentino es un italiano que vive en Buenos Aires, habla español, sueña con ser inglés y si puede acaba viviendo en París; o sea, universal». Y algo así debe ser, porque los pueblos cultos no son mitómanos, y Argentina es la cuna de muchas expresiones culturales de mucha altura, tanto en la literatura como en el arte, las ciencias (empíricas o sociales) y hasta en la historia de los avances (por ejemplo, la primera sesión de cine en la se cobró por ver una película sucedió en una azotea de Buenos Aires). Pues este país que nos ha dado a Borges o Cortázar (que responden un poco a la definición de Sánchez Ortíz) es muy racional y a la vez mitómano a veces hasta el fanatismo. ¿Creen que si Gardel, Evita, Fangio, Perón, El Che Guevara, Di Stéfano o Maradona fuesen de otro país habrían alcanzado la categoría de mito universal? En Estados Unidos está Búfalo Bill, en Francia Edith Piaft y en España mitos recientes universales no hay, si acaso Hemingway y encima no era español. Y poco más (ya sé, Don Quijote, Don Juan y La Celestina, pero hablo de contemporáneos, y los toreros como Manolete son mitos de consumo local). No hay país en el mundo que tenga tantos mitos de esta clase como Argentina. En realidad, Argentina es un mito en si misma. ¿Y si no existiera y fuese una fantasía creada por Borges? Y ya tenemos otro en puertas: Messi. ¿Sería lo mismo si no fuese argentino?