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Qué injusto era el mundo hace 60 años

Redacción escrita por Bentejuí en el año 2012:
«Antes, el mundo era muy cruel. Había un tal Adolfo Hitler que, por ser de otra raza, otra religión o porque no le gustaban, metía a las personas en campos cerrados y a muchos de ellos los mataba con gas. Por lo visto, así mató a muchos. También había otro tipo llamado Stalin, que hacía lo mismo en otros campos que llamaban gulags, y dice mi padre que también los norteamericanos encerraron en campos de concentración a los japoneses y sus descendientes que entonces vivían en Estados Unidos, aunque estuviesen nacionalizados. Y más tarde, otro tipo llamado Kruschev construyó un muro que separó a los berlineses incluso de su familias, y si alguien quería cruzarlo lo mataban.
Y dice mi maestra que los gobiernos del mundo de entonces permanecieron de brazos cruzados y permitieron que los monstruos crecieran.»
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Redacción escrita por Guacimara en el año 2070:
«Antes, el mundo era muy cruel. Había un Estado en el Mediterráneo oriental que, por ser de otra raza, otra religión o porque no le gustaban, metía a las personas en campos que llamaban de refugiados, pero no era un refugio, sino una cárcel. Incluso hubo asesinatos en masa en algunos de estos campos. También había otro tipo llamado Bush Jr. que a cualquiera que fuese sospechoso de terrorismo lo encerraba en un lugar llamado Guantánamo, y allí permanecía sin juicio y con un trato terrible. Dice mi padre que en el Sahara Occidental construyeron una muralla, parecida a la Berlin, pero más larga, y otra en Palestina, y miles de saharauis vivían hacinados en el desierto en los campamentos de Tinduf, lo mismo que otros fugitivos en Somalia, Zaire, Chad…
Y dice mi maestro que los gobiernos del mundo de entonces permanecieron de brazos cruzados y permitieron que los monstruos crecieran.»

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Alberto Omar y Santiago Gil

En estos días se han presentado en Las Palmas dos libros de dos amigos que vienen a engrosar el ya gozosamente nutrido listado de la buena narrativa que se hace por aquí. Son dos generaciones, dos maneras de ver el mundo, dos trayectorias diferentes, pero que tienen en común el gusto por la palabra precisa y el camino hacia adentro. Cuando estudiábamos los manuales de literatura nos decían que la épica trataba de asuntos exteriores al escritor, la lírica de su interior y quedaba la dramática, que no nos decía de qué trataba, pero que era evidentemente la escritura teatral. Omar y Gil son autores que entran en géneros diversos, y aunque entre sus trabajos hay mucha narrativa, podríamos decir que lo que tienen en común es su tendencia a la lírica, lo interior, la reflexión.
Alberto Omar es un clásico de nuestra literatura, no en vano lo avalan tres docenas de títulos en distintos géneros, en los que el teatro no es el de menor cuantía. También es poeta y sin duda novelista, un extraño especímen de los que yo llamo anfibios, porque respiran dentro y fuera del agua. Y es curioso cómo su obra trata siempre de indagar en las conductas, y en algunos textos se interna en esa pasión casi masoquista que tenemos los humanos por lo angustioso. Pero en la vida real Alberto Omar es justo lo contrario, un tipo divertido, casi un showman de la vida, con una conversación y una expresividad que hacen que cualquier discurso verbal suyo sea un espectáculo en sí mismo, puesto que también es un excelente actor. Ahora, en su novela Inmenso olvido vuelve sobre uno de sus temas recurrentes, el de la mujer considerada como segundo sexo, que en un momento determinado de su vida tiene que decidirse por el ajuste de cuentas o el olvido. Se decide por lo segundo, y tal vez ese olvido de que habla Alberto sea aquel del que Neruda decía que era muy largo. El olvido es una terapia, porque si no el dolor nos arrasaría. Así que esta novela de Alberto Omar nos lleva de la mano hacia una reflexión que seguramente cada uno de nosotros también tiene que hacer.
zzomargil.JPGSantiago Gil, por su parte, pertenece a las últimas hornadas de buenos narradores que están produciendo un corpus magnífico en Canarias. También es poeta y agudo columnista, siempre tumbado hacia los detalles, como un heredero insular de Antonio Tabucci, y curiosamente es uno de los que no se ha dejado tentar por el género negro que tan buenos textos está dejando de otros autores contemporáneos. Debe ser eso de la lírica. Pero sí que tiene esa potencia que empuja al escritor a novelarlo todo, con una obra ya muy importante en cantidad y calidad, y esa curiosidad diaria que le viene de su vena periodística. Santiago hace buena aquella frase de que el periodismo es una buena escuela literaria siempre y cuando se abandone a tiempo. El tiene muy claros los límites, y del periodismo sólo usa la curiosidad, el deseo de comunicar, porque luego arma ficciones imposibles que solo son verosímiles cuando, como es su caso, se sostienen en un recio armazón literario. Y ahora tenemos entre manos su entrega de Queridos Reyes Magos, que aunque parezca algo puntual por las fechas recíen vividas es un texto que puede leerse en agosto.
Así que, dos amigos, dos novelas y buena literatura, que sumada a la de otros amigos también comentados aquí (o por comentar) suponen un interesante comienzo de un año que, a pesar de tantos agoreros, puede ser un gran año literario.

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Hace falta una buena ducha

zzzFoto0261.JPGSuceden muchas cosas, algunas muy malas, que se reflejan en la enorme actividad judicial que hay en muchos casos de corrupción a lo grande. Es tremendo, no es que haya un caso aislado, alguien que se ha subido a la parra y ha caído en la tentación, es como una plaga. Ahora mismo hay dos ex-presidentes autonómicos (Valencia y Baleares) sentados en el banquillo, pero hay más personas metidas hasta el cuello en asuntos muy turbios que se han alimentado con dinero público que debió servir para el bien general y acabó en redes mafiosas o incluso pagando cocaína para dirigentes enloquecidos (eso es lo que dicen algunas informaciones). Ministerios, ayuntamientos, fundaciones, equipos de fútbol… Ha sido una orgía de corrupción, y la lentitud de la justicia española hace que se alargue la sensación de impunidad. Luego suceden algunas cosas buenas, pero casi no tienen hueco en los medios, y parece que vivamos en un planeta sin libros, sin cine, sin música. El pequeño espacio que queda lo absorben las nuevas tecnologías (mucho soporte y poco contenido) y, por supuesto, el fútbol, mientras esta sociedad sigue necesitando una ducha a fondo.