Que reformen ellos
No ha habido acuerdo entre sindicatos y patronal en cuanto a la reforma laboral, y por lo tanto el Gobierno se apresta a cumplir su decisión de hacerlo sin pacto previo con las fuerzas sociales. Es evidente que la reforma que va a salir del Consejo de Ministros y que luego, dada la mayoría absoluta del PP, ratificará el Parlamento, gustará más a la patronal que a los sindicatos. Y por eso creo que las dos grandes centrales han hecho bien al no ceder ante las propuestas draconianas de la patronal. En este mismo espacio he criticado más de una vez a las centrales sindicales, como cuando le hicieron una huelga general blandita al gobierno de Zapatero, pero esta vez creo que han hecho lo correcto. Las fuerzas que representan a los trabajadores no pueden ser cómplices de un ataque al Estado de Bienestar, que es lo que claramente significan las propuestas de los patronos. Se supone que el Gobierno debe ser ecuánime, porque si decreta ahora una reforma que lamina del todo los derechos de los trabajadores, será cosa suya y de los empresarios que lo aplaudan, pero eso deja a los sindicatos las manos libres y limpias, porque es una posible injusticia social de calibre grueso hacer recaer el peso de la crisis en los trabajadores. Resulta indignante y grotesco ver una y otra vez en televisión a señores con trajes que cuestan miles de euros, cuya corbata no puede adquirirse con el salario mínimo y que acaban de pagar en un lujoso restaurante una cena que cuesta más que su corbata, decir que los salarios deben bajar y que hay que abaratar el despido, pues por lo visto las reformas de la derecha solo pretenden despedir, no crear puestos de trabajo. Por lo tanto, los sindicatos cometerían un error si no se desmarcasen de este disparate. Son la esperanza para liderar la oposición social si la reforma que aprueba el Gobierno es manifiestamente injusta. Y tiene pinta, que ya han mandado a Sarkozy y al Presidente de la UE a leerle la cartilla a Rajoy.
Ha muerto Manuel Fraga, con lo cual muchos humorista se han quedado sin chiste sobre su eternidad en los aledaños del poder. Lo cierto es que anduvo por ahí nada menos que sesenta años, desde que en 1951 fue nombrado Director del Instituto de Cultura Hispánica. Los medios hablan hoy de personaje histórico, y lo fue, como todos, porque la historia se hace con la suma de lo que hacen las personas. Probablemente no haya habido en España nadie con más tiempo sin bajarse del coche oficial, y lo que no se le puede negar es su inteligencia y su habilidad camaleónica. Supo nadar muy bien en el franquismo, y hay que reconocerle su mérito cuando en los años sesenta «inventó» el turismo, que todavía sigue siendo uno de los motores de la economía española. Tal vez su longevidad tenga que ver con el baño radiactivo que se dio en Palomares en 1966 y que le dio poderes como a Spiderman. Su carácter volcánico le hacía perder la compostura, y como siempre tuvo poder se comportaba como si hubiera nacido con él y los demás tuvieran que acatarlo así. Aunque en su debe hay que apuntar su pertenenecia destacada al tardofranquismo, en su haber anotaremos su capacidad para conseguir que la extrema derecha quedase reducida a una minoría parlamentaria. Creo que, como Julio César, habría hecho carrera política en cualquier régimen, porque lo que persiguió -y a los hechos me remito- fue el poder. Ha muerto y con él se cierra una larga página que recorría un período muy convulso de la historia de España. Esa grandeza que seguramente le asignará la derecha española tendrá que cotejarse con el tiempo, pues por mucho durar no se es más grande (ahí está el ejemplo de Suárez), y el propio Fraga dijo que el tiempo no perdona lo que se hace sin contar con él. Pues eso, al tiempo.