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Naufragios

Dentro de mes y medio nos bombardearán con el centenario del hundimiento del Titánic, ocurrido el 14 de abril de 1912, y parece que la actualidad se ha puesto de acuerdo para rememorar aquella desgracia, porque después de la fantasmada que acabó en desastre del capitán del Costa Concordia, ahora, muy lejos, en el océano Índico, otro barco-hotel ha tenido un percance que, según las primeras noticias, zzzxtitanic[1].jpgha terminado bien. Y es que los naufragios sonados se vuelven míticos con el tiempo, pues se crea a su alrededor un aura legendaria que los asemeja a las tragedias griegas (todo se confabulará para que ocurra lo que tenga que ocurrir). Ha habido muchos naufragios provocados, siempre a causa de la guerra, como el del mercante Sussex, torpedeado en el Canal de la Mancha en 1916 por los alemanes, y en el que murió el compositor español Enrique Granados. Y si hablo de tragedia es porque se da la curiosidad de que Granados tenía gran preocupación por el agua y procuró que su familia aprendiera a nadar, hasta el punto de que uno de sus hijos y varios nietos serían campeones de España en diversos estilos de natación. Toda una paradoja, pues el propio músico no pudo esquivar su destino. Naufragios accidentales ha habido muchos, además del Titánic: Mauritania, Lusitania, Andrea Doria, Príncipe de Asturias, Sea Diamond… Pero de todos, el que más nos toca, porque murieron centenares de emigrantes canarios, es el del Valbanera, que se perdió durante un huracán frente al puerto de La Habana en 1919.
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(En fechas próximas al aniversario del hundimiento del Titánic publicaré en el blog un relato de ficción sobre el Valbanera, que forma parte del libro Crónicas del Salitre).

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Yernos, hermanos, cuñados, sobrinos…

Aunque hace un par de jornadas, Raúl del Pozo hizo una breve alusión a los yernísimos en su artículo diario, no me resisto a continuar por ese camino, porque los yernos y los familiares en general siempre han tenido cancha en los aledaños del poder, unas veces para reforzar el árbol del que son rama, otras para revolverse contra él o al menos para crearle problemas. Ahora que tenemos a un yerno ilustre en la picota, porque según dicen hizo valer su condición ante los aduladores de siempre, conviene recordar al conde Ciano, yerno de Mussolini, ministro de Exteriores del Duce y que por ello compadreaba con las camarillas cercanas a Hitler y a Franco, que nombró a su cuñado Serano Súñer ministro de Exteriores; también está el yerno del zpad304295].jpgGeneralísimo, afamado cardiólogo que incluso realizó el primer trasplante de corazón en España para no quedarse atrás cuando Barnard abrió esa ruta en Sudáfrica. Aseguran que maniobraba mucho y se valía de su posición. Luego están los que se vuelven contra el suegro, como fue el caso de Pompeyo, que era yerno de Julio César, miembros ambos del primer triunvirato romano. Pompeyo fue derrotado por César en Farsalia, en la última de aquellas guerras civiles que tanto gustaban a los romanos anteriores al imperio. Pero sin duda los yernos más malvados son los del Cid, los llamados Infantes de Carrión, que mancillaron en sus hijas el honor del Campeador y, por supuesto, recibieron su merecido. No vale aquí el yerno de Aznar, porque fue al revés, primero estuvo en las cercanías del poder y luego fue yerno. Y esto entronca con el nepotismo, que es la tendencia de los poderosos a dar prebendas y cargos a sus familiares y de ello existen muchos ejemplos, desde el ateniense Pisístrato a los papas de la Iglesia, que hacían cardenales a sus sobrinos (en rigor, no hace falta ser sacerdote para lucir el capelo cardenalicio). Y, por supuesto, no podemos olvidar a Napoleón, que iba nombrando a sus hermanos reyes cuando dominaba España, Nápoles, Roma o Wesfalia, y así se creó la Casa Bonaparte, que dio más tarde un emperador a Francia (el último). Es como en la mafia, pues Michael Corleone (*) se llevaba por delante a quien no cumpliera con la familia, fuese su cuñado o incluso su hermano Fredo (nada personal, negocios). La familia cercana al poder siempre ejerce su influencia, y cuando se ve muy arriba incluso asalta la cabeza de ese poder. Debe ser la naturaleza humana.
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(*) Michael y Fredo Corleone, representados en la foto por los actores Al Pacino y John Cazale, son personajes de ficción El Padrino, novela de mario Puzo llevada a la pantalla por Francis Ford Coppola.

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¿Volveremos a hablar latín?

Cada día nos llega una nueva versión del idioma. Por una parte están los escritores, que se dicen que crean lenguaje precisamente porque a menudo se saltan la norma, lo cual lleva a los estudiantes a una empanada mental, porque leen en sus manuales que Gómez de la Serna es un maestro de la lengua riguroso y preciso (sigue la norma a rajatabla) y le dan el mismo título a Juan Goytisolo porque fuerza el lenguaje, lo que les induce a pensar que se lleva por delante media Academia. Por otra estan los comentaristas deportivos, que dan significados distintos a las palabras; dicen, por ejemplo, que Pichici convirtió el penalty, y cabe preguntarse si lo convirtió en mariposa o en conejo, y como ya uno no se cree nada piensa que cuando el locutor dice que el defensa «encimó» al delantero, transformando un adverbio de lugar en verbo, está cometiendo un error, y resulta que no, que el verbo «encimar» está recogido en el diccionario de la Real Academia. Más empanada. Vienen después los políticos, cuyos maestros son sin duda Grucho Marx y Cantinflas, porque hablan y nunca se sabe exactamente lo que dicen, aunque da igual porque siempre significa que vas cobrar menos, pagar más impuestos y tener peores servicios; y los profesionales del Derecho, que vete a saber de dónde sacan tanto tecnicismo que no se corresponde con la vida, hasta el punto de que el Tribunal Supremo puso por escrito ayer mismo al sentenciar sobre el caso de los crímenes del franquismo que Garzón «erró al calificar los hechos como crímenes contra la humanidad»; que yo sepa, los muertos no eran gatos siameses ni palomas mensajeras, sino seres humanos exterminados por sistema. Sigue la empanada.
zlatines.JPGY siempre están los lingüistas, que son los técnicos del asunto, y hasta ellos yerran, porque si dos están en desacuerdo (cosa que ocurre con frecuencia) es que al menos uno está equivocado. Por eso me da mucha risa cuando dicen los editores peninsulares que los canarios abusamos del «ustedes», que por cierto está permitido y documentado por la sacrosanta RAE, y son los mismos que tildan de maestro del idioma a Miguel Delibes, que cometía un laísmo cada dos renglones, lo cual me parece bien porque así se habla en Valladolid, que es el habla que usaba don Miguel. Así que, al final, está el pueblo, que somos todos, hasta los catedráticos, y metiendo eso en una coctelera sale un jugo que es la lengua, y que cambia constantemente. Si no cambiase, seguiríamos hablando latín (ahora entiendo lo del Vaticano).