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Paradójica incomunicación

zzzPICT010055.JPGHay medios de comunicación con extraordinarias posibilidades, y la televisión lo es, pero resulta que justamente esas posibilidades están siendo utilizadas hasta el máximo para destruir cualquier tipo de sociedad civilizada que se precie. Es un instrumento adormecedor de las conciencias y alentador de cuantas estupideces es capaz de hacer el ser humano. La radio tiene todo tipo de programas, desde los deportes hasta el debate, la filatelia, la música, la literatura y la gastronomía. También las grandes cadenas obedecen los dictados de sus amos, pero hay todavía espacio para buscar horas de entretenimiento, información y cultura. Con la prensa escrita pasa lo mismo que con la radio. Hay prensa del corazón, hay periódicos que sirven a determinados intereses, pero siempre queda un resquicio para el debate, la controversia y la razón. Lo triste es que Internet, que es otro medio de comunicación de posibilidades increíbles hace tan solo unos años, va camino de convertirse en otro gran instrumento destinado a idiotizar. ¿Y los móviles-Ipads-tabletas…? Ya es un vicio. ¿Para qué quiere un trasto de esos un niño de 12 años? Claro, es otra manera de sacar dinero, con mamarrachadas, musiquillas y concursos televisivos que se autosufragan a través de la factura del teléfono. Otra cosa es la utilización de la red como instrumento de información y educación, pero eso es lo que menos se hace. Desde luego que no me niego a los avances tecnológicos, pero me da escalofríos pensar en las horas que se pasa la gente viendo páginas insulsas, metida en chats estúpidos o escribiendo mensajitos totalmente prescindibles. Y se da la paradoja que con tantas posibilidades de comunicación, vivimos posiblemente la época en la que más que nunca el ser humano se siente aislado.

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Competencia desleal de la realidad

Me temo que está en entredicho el futuro empresarial de las editoriales que publican novelas policíacas, detectivescas, de espionaje o negras directamente (ahora les ha dado por llamarlas negras a todas en la que haya un crimen). El negocio de estas editoriales se basa en publicar libros cercanos con detectives perspicaces como el Eladio Monroy y el Ricardo Blanco de mis amigos Alexis Ravelo y Pepe Correa, traducir a los extranjeros, sea una sueca de éxito o un griego que cada vez tiene más peso, o bien reeditar a los clásicos del género (o los géneros, zzzdiarios[1].jpgporque ahora los meten todos en el mismo saco), desde los pata negra a los «aproximados» de toda la vida. Y es que publicar un libro que tenga éxito es una lotería, tiene que estar bien escrito, ser interesante, enganchar al lector, que encima siempre sabe que se trata de una ficción.
Pero, amigo, llega la realidad y arrasa, porque no necesita estilo, estructura o argumento. Abres el periódico y encuentras tramas mafiosas, puñaladas traperas entre los de la misma banda, agencias de detectives que realizan escuchas y seguimientos, exnovias y exesposas despechadas que delatan bolsas y maletas llenas de dinero, conspiraciones veladas o a plena luz, sospechosos con la justicia en los talones que se largan Canadá, dinero en paraísos fiscales, jueces justicieros que son inhabilitados, oscuros tipos poderosos y corruptos, políticos que les obedecen, expolicías metidos a investigadores cutres o sicarios, cantantes de fama, periodistas infiltrados, empresas interpuestas… Hay de todo, y lo que es más excitante, son personajes de carne y hueso y hechos reales, no invenciones de un tal Raymond Chandler o una tal Doris Lessing. Basta con leer los periódicos, porque incluso hay variantes de los asuntos según qué medios leas, y hasta se pueden seguir las tramas por la televisión y la radio, como Carrusel Deportivo («recibe Bárcenas, muy pegado a la derecha, le sale al paso el acalde de Sabadell, que ya tiene una tarjeta amarilla…»)
Si yo fuese un editor de novelas detectivescas estaría preocupado por la competencia desleal que hace la realidad.

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Pasan los días, acta poética del ser humano

Hace unos días actué como presentador (*) del primer libro de poemas de Carlos Lázaro Roldán, un hombre que ejerce la medicina con la humanidad que sin pedirlo demandan los pacientes. Y este es un hecho importante porque los médicos siempre han tenido una innegable vena literaria. La profesión médica es probablemente una de las más respetadas por la sociedad, si no la más, porque nadie abre su cuerpo y su alma de la manera total que se hace ante el médico, que hurga en nuestra intimidad para enfrentarse a nuestras dolencias, que muchas veces tienen un componente psíquico determinante. Por lo tanto también es el guardián de muchos secretos, que no pueden salir a la luz si no es de forma velada y anónima. Acaso esta sea la razón por la que se da entre los médicos esa inclinación a la escritura. El papel es un fiel confidente de las angustias que cada día se van acumulando en su consulta y que, al ser tan íntimas y ajenas, no pueden compartir con nadie.
Esc444anear0001.JPGY esto es desde muy antiguo, pues ha habido muchos médicos que han dejado su huella por escrito, sea en evangelios, tratados de filosofía, obras de teatro, novelas o poemas, y curiosamente todos (con algunas excepciones) suelen acercarse al dolor humano en sus escritos: El evangelista San Lucas, Maimónides, Avicena, Copérnico, Rabelais, Schiller, Chéjov, Lobo Antúnez, son unos pocos de todas las épocas, que fueron médicos y destacaron en las letras. Y en España la lista es enorme: Campoamor, Laín Entralgo, Ramón y Cajal, Gregorio Marañón, Pío Baroja, Luis Martín Santos, Jaime Salom… D. Pedro Laín Entralgo afirmaba que los motivos del médico-escritor eran la evasión y, además, la ilustración, la utopía, la denuncia y la redención, y Antón Chéjov decía que la medicina era su esposa legal y la literatura su amante. Afirmaba con ironía que «si bien ello puede lucir poco respetable, no resulta aburrido en modo alguno, pues cuando me canso de una paso la noche con la otra, y ello termina mejorando mi relación con ambas». En Canarias, el mundo de la medicina y aledaños ha tenido siempre una profunda relación con la cultura. Basta mencionar al Doctor Chil, Rafael O’Shanahan, Juan Díaz y Julio Barry como abanderados, pero no podemos olvidar que uno de nuestros poetas más renombrados, Tomás Morales, también fue médico.
Esc555anear.JPGEn el libro Pasan los días que ahora presentamos, hay un predominio de la visión humana del mundo y especialmente del sufrimiento ajeno, tal vez porque lo mire a los ojos cada día, y tratando de mitigarlo necesariamente busca entenderlo. Por ello resulta muy interesante la perspectiva de las cosas que nos traslada Carlos Lázaro Roldán, unas veces desde la impotencia, otras desde la más furiosa indignación ante la injusticia, casi siempre desde la distancia irónica de quien ha conocido de cerca otras vertientes de la vida pero entiende que lo que él ve distinto cada día no suele ser motivo de reflexión general. Son grandes problemas o pequeñas cosas, que son montañas infranqueables para quien las sufre, y que ese confidente a menudo involuntario que es el médico va almacenando en su pensamiento. Escribir de esta manera sirve al autor para liberarse, pero al mismo tiempo nos muestra una visión cercana del dolor, la intolerancia y también de esas pequeñas historias que convierten a personajes cotidianos en héroes y heroínas o por el contrario en verdaderas alimañas.

(*) Pasan los días fue presentado hace unos días en la Sala Ámbito de El Corte Inglés de Las Palmas de Gran Canaria. En el acto tomaron la palabra el profesor José Luján y quien esto escribe, además del autor, por supuesto.