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La gran mentira del petróleo


Entre noticias y desmentidos, ahora mismo no sabemos qué pasa exactamente con ese petróleo que puede haber en el fondo del mar al noreste de Canarias. Aparte de los peligros medioambientales obvios y catastróficos para un territorio tan sensible como el nuestro, si los cálculos de 140.000 barriles diarios que esperan extraer suponen unos 5.000 millones de euros anuales en el mercado a precio de hoy, nadie nos dice con excatitud qué parte de ese dineral recaerá en Canarias, porque ya sabemos cómo funciona la aritmética de los impuestos con las grandes corporaciones. Está claro que el beneficio no será del pueblo más allá de esa parte impositiva y unas docenas, no más, de puestos de trabajo. Como esos impuestos serán estatales, a Canarias le va a tocar la parte porcentual del porcentaje, un galimatías numérico que si deja un número de tres cifras en millones de euros podemos darnos con un canto en los dientes. Mientras tanto, se pone en riesgo una actividad turística que genera muchos cientos de veces esa miseria tanto en dinero como en empleo. Aunque haya petróleo, el beneficio será ridículo para los canarios y el riesgo tremendo. Es decir, el acuerdo del embudo (fonil), lo estrecho para el pueblo canario, y lo ancho para unos cuantos listos que serán los que llenarán el odre. El lenguaje traiciona, porque los promotores hablan de «oportunidades de negocio». Claro, siempre hacen negocio los mismos. Es que aunque fuera seguro al cien por cien, la incidencia en el bienestar de los canarios podríamos calificarla de «despreciable» en términos matemáticos. Cuando en la publicidad aseguran que Noruega ha aumentado su riqueza nacional no sé cuántas veces gracias al petróleo, no dicen cuáles son las condiciones de explotación, qué parte es del estado noruego y cuál la de terceros, si es que los hay. Vamos, la escondida bolita de los trileros.
zzzztrileross.JPGPor otra parte, ya estoy harto de que algunos traten de ignorantes a quienes denuncian estas falacias y advierten de los peligros, y se ponen muy nerviosos porque no quieren perder esas «oportunidades de negocio» que sin duda habrá para ellos. Para tratar de calmarnos (porque es verdad que estamos muy contrariados, por decirlo con flema británica), nos dicen que todo está amparado por gradilocuentes leyes protectoras (¿protectoras de quién?). Pretenden que nos creamos que una ley de conveniencia puede detener una marea negra de consecuencias mediomabientales y económicas apocalípticas para dos millones de personas. No traten de meternos el dedo en la boca porque ya hemos visto qué extraña relación tienen en España las leyes con la justicia. Que no, que lo del petróleo es un timo. Otro más. Y ya que estamos, a estas horas la Real Academia de la Lengua debería haber emitido una orden de busca y captura contra quien redactó la consulta que quiere hacer el Gobierno de Canarias sobre este asunto. Es que esto es una timba.

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El cine, la realidad y la ficción

La identificación de los espectadores con los y las «artistas de cine» tiene varios niveles, esencialmente dos, aunque siempre hay matices y gradaciones. Por un lado están los actores y las actrices que reciben la admiración y el seguimiento por su capacidad de dar vida a personajes distintos; por otro están las estrellas, de las que se exige que siempre aparezcan en el papel que les ha llevado al éxito, y da igual si tienen más o menos talento para la interpretación porque son una marca. Valoramos el arte interpretativo de actores y actrices capaces de encarnarse en personajes tiernos, cómicos, drámáticos o déspotas, según convenga, y siempre están bien, porque mucha diferencia hay entre los personajes que interpreta Jack Lemmon en Días de vino y rosas, El apartamento y Missing, o entre los que hace Meryl Streep en Memorias de África, El diablo viste de Prada y Mamma Mía. Sabemos quiénes son pero nos identificamos con sus personajes a pesar de sus distintos registros, por lo que hablamos de actores y actrices que tienen vidas distintas a sus personajes.
imagen8887ygfd44.JPGLuego están las estrellas, que puede ser cualquiera que caiga en gracia, pues en su día lo fue hasta Arnold Schwarzenegger, aunque si somos justos la mayoría son actores y actrices con mucho talento. Las estrellas lo son porque llegan al público representando un arquetipo, y es el que siempre demanda ese público entregado, y a Cary Grant y a Clark Gable se les exige que sean cínicos, seductores y sonrientes (uno elegante y el otro atrevido), a Marilyn que parezca «tonta inteligente» y a Harrison Ford un héroe con expresión de niño. Como siempre hacen lo mismo (el público lo demanda), la gente acaba por identificar a la persona que actúa con el personaje que interpreta, y algunos hasta se lo creen, pues Gary Cooper ponía en sus contratos una cláusula en la que e estipulaba que nunca moriría en la pantalla. Yo he escuchado a lugareños judadores de dominó que Grace Kelly las mata callando (siempre hablan en presente), a Ava Gardner la ven muy lanzada, a Ingrid Bergman una gran dama y a Bette Davis como una «mala vecina» (así la rebautizaron). Uno decía que le gustan los tipos «muy machos», como Rock Hudson, Burt Lancaster, Errol Flynn y James Dean (¡vaya ojo!) Clint Eastwood es un tipo fuerte, duro y recto, y a Kirk Douglas, tan rubito, lo encuentran algo cobarde en sus andanzas por el lejano Oeste. Y ya ven, Kirk ha sido una de las personas más valientes en la industria del cine, pues desafió al McCarthysmo y precipitó el final de las listas negras cuando decidió hacer Espartaco como y con quien la hizo. Pero es una estrella, y en la mente del público la vida personal de las estrellas es la misma que la de los modelos que interpreta en sus películas.

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Fútbol sí pero no

imagen1.JPGEl fútbol fue inventado por los magnates ingleses para las masas, hartos de que el populacho se inmiscuyera en los refinados juegos de pelota con que las clases altas se divertían en los clubs de campo. Wimbledom no estaba hecho para obreros. Los asalariados no tenían la delicadeza y la pericia necesarias para jugar al badmington, al polo o al tenis, juegos que utilizaban las manos. A los de abajo había que inventarles algo que se jugase a la patada. Juanito Rodríguez Doreste decía que el Primer Ministro británico debió encargar un estudio a alguna comisión de expertos pelotaris que por fin dieron con la solución: ¡eureka, el fútbol!. Y como los ingleses eran en la práctica dueños de medio mundo, llevaron el nuevo deporte a todas sus colonias y a los países que, sin pertenecerles oficialmente, dominaban por el mercado. No cuajó en La India ni en Africa Oriental, pero sí que aprendieron enseguida a dar patadas a un cuero en el Río de La Plata, en Río de Janeiro y, por supuesto, en todos los ríos de Europa. Ahora resulta que explotando el espíritu ancestral y a veces artificial de tribu, para muchos grupos humanos, incluso naciones, un equipo de fútbol es su seña de identidad, aunque sea un invento inglés, esté repleto de foráneos y finalmente todos los equipo de fútbol sean lo mismo: un grupo de jóvenes (a veces inmoralmente multimillonarios, que esa es otra) dando patadas a un balón. Por eso siempre digo que me gusta el fútbol bien jugado desde el minuto uno hasta el noventa, y aborrezco todo lo demás que hay alrededor: publicidad, dinero, política… Cualquier cosa menos deporte.