La Navidad es un tradición casi tan vieja como la Humanidad, que se repite en todas las religiones con distintos nom,bres pero que esencialmente se refiere a la esperanza de que el sol volverá a alumbrar y dar vida. Es la fiesta del solsticio de invierno, que en nuestra cultura hemos cristianizado en torno al relato del nacimiento de Jesucristo.
Pero hay otra Navidad, la que se ha ido arraigando en las tradiciones y que es propia de cada pueblo. En Andalucía durante esta época las casas huelen a anís y polvorones, en el mundo anglosajón comen pavo, en España turrón y cada sociedad lo que se ha ido añadiendo en la costumbre que no está escrita en ningún libro sagrado.
Es el tiempo del contraste de la abundancia y la pobreza, la memoria y el olvido, la generosidad y la hipocresía. Hace unos día me llegó un mensaje en cadena que hacía la siguiente operación aritmética: Si dividimos los setecientos mil millones de dólares que el Teroro americano ha dado a los bancos entre los 6.700 millones de personas que hay en el mundo tocaríamos a 104 millones de dólares cada uno. Coja un lápiz, no hay vuelta de hoja. Así de simple, esa es la hipocresía, la saña de los poderosos y la creencia de que somos tontos y que no sabemos dividir. Ni siquiera en Navidad son capaces de acreditar un poco de decencia.
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