Poner el cascabel al gato

 

La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca está siendo tan disparatada como sorprendente. Sabíamos que es propenso a disparatar, para eso ya tuvimos los cuatro años de su anterior presidencia, que no diferencia la verdad de la mentira y que carece de frenos, filtro o cautelas. Curiosamente eso le ha dado votos, porque algunos incautos piensan que no finge. Pero pensábamos que gran parte de su repertorio de delirios formaba parte de la campaña electoral, y que, una vez en La Presidencia, los mecanismos democráticos del Estado lo pararían, y volveríamos a tener cuatro años de verborrea agresiva e ineficacia gubernamental que dado lo prometido, era un mal menor.

 

 

Pero no ha sido así, y esa es la sorpresa. Todavía hay algunos que opinan que, en realidad, está jugando de farol. Hay seguidores que dicen que puede hacer lo que quiera, que para eso ganó las elecciones, como si no hubiera constitución, leyes y límites. Pero el desvarío se ha agigantado, porque, por lo visto, ser presidente de Estados Unidos da poderes para disponer del resto del planeta. Y ya saben que no está de broma ni va de farol los miles de inmigrantes deportados en solo dos semanas, la primera agencia de ayuda exterior del mundo que ha cerrado, ni el contable de la OMS, pues la ausencia de la aportación norteamericana va a hacer quebrar muchos programas que tiene que ver con la salud en el Tercer Mundo, lo que, más temprano que tarde, acabará por empeorar la salud pública en todo el planeta. En Estados Unidos también.

 

Nos reímos cuando dijo que iba a cambiarle el nombre al Golfo de México, a anexionarse Groenlandia y a apropiarse el canal de Panamá, pero, después de la propuesta que ha hecho sobre el futuro de Gaza como La Riviera de Oriente Medio, se nos ha congelado la risa. Se comporta como el amo del mundo, y no parece que su cohorte del delirio vaya a frenarlo. Lo que cabe preguntarse es qué va a hacer Europa, pillada entre dos fuegos, pues ahora, el que supuestamente era su aliado, se ha convertido en un gorila en fase de enajenación. Trump exige más inversión europea en la OTAN, y que ese refuerzo armamentístico se le compre a la industria estadounidense. Es el colmo de la caradura. Si aceptamos como animal doméstico que Europa debe rearmarse, ¿para qué comprar máquinas de guerra a Estados Unidos, cuando, por ejemplo, Alemania fabrica uno de los tanques más fiables de mundo? Es una pena que el Reino Unido cometiera el infantil error del Brexit, y en Londres deberían pensar que, en esto, tiene que estar con Europa, y su capacidad industrial es enorme.

 

Trump no debe ni puede hacer lo que quiera, sin contar con nadie. Los propios norteamericanos no se han vuelto locos por unanimidad, y hay sectores y poderes que pueden dificultar mucho las locuras propuestas. Su envalentonado aliado, Israel, se permiten incluso decir que los dos millones de gazatíes que Trump se propone echar de Gaza deben ser recibidos por España, Irlanda y Noruega, porque fueron los tres países que reconocieron el derecho de los palestinos a tener su propio estado. No quieren oír ni entender que cuando se apoya la solución de los dos estados se apuesta precisamente porque Gaza siga siendo más Gaza que ahora, y no al revés. Es una mentalidad colonialista, imperialista y tiránica, tres en uno. Tanto sobar la palabra libertad, y resulta que, en sus dos siglos y medio de existencia, nunca ha estado tan en peligro la democracia en Los Estados Unidos, ni siquiera cuando la Guerra Civil del siglo XIX; entonces estuvo en riesgo la unidad territorial pero no la democracia.

 

La representación grafica de ese chantaje que se propone al Mundo fue el forcejeo de Trump con el presidente de Colombia, cuando este se negó a recibir a dos aviones de colombianos deportados. Al final, cedió, porque es David contra Goliat, y, salvo en La Biblia, siempre gana Goliat. Mejor fortuna tuvieron las presidencias de México y Canadá con el asunto de los aranceles. Pero es intolerable que alguien se convierta en el gran matón. Por eso Europa tiene que estar en el ahora o nunca, pero ya estamos viendo que la extrema derecha europea, siempre tan patriota, es curiosamente la que le ríe las gracias a Trump.

 

Si ante estas rocambolescas apuestas hubiera firmeza y unidad entre los estados europeos, los árabes también señalados por el nuevo plan para Gaza (Egipto, Jordania y Arabia Saudí) y otros señalados en la partida, Trump tendría que envainársela, porque lo que él pretende no solo será una gran crisis para Occidente, sino también el bloqueo precipitado de la propia economía estadounidense. Esto ya ha pasado. Y para detenerlo hace falta que alguien con autoridad política y moral ejerza ese liderazgo que a veces es necesario en momentos cruciales de la historia. Yo no veo esa rara avis, y a los atemorizados dirigentes entreguistas, habría que recitarles estos versos, que escribió Lope de Vega para niños (esa es la edad política que tienen). Son estos:

“Juntáronse los ratones
para librarse del gato;
y después de largo rato
de disputas y opiniones,
dijeron que acertarían
en ponerle un cascabel,
que andando el gato con él,
librarse mejor podrían.

Salió un ratón barbicano,
colilargo, hociquirromo
y encrespando el grueso lomo,
dijo al senado romano,
después de hablar culto un rato:
– ¿Quién de todos ha de ser
el que se atreva a poner
ese cascabel al gato?”

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