Tenemos espadas afiladas y pieles muy finas. Se usa un sable justiciero cuando se trata de atacar posiciones contrarias, pero se sienten heridos apenas algo no concuerde con su ideal, sea de palabra o de obra. Y ahí chocamos con lo que entendemos por libertad de expresión, que es un derecho básico, pero al que por otro lado se quiere limitar según conveniencias. Por si no ha quedado claro, aunque no soy precisamente un entusiasta del humor negro, te pueden condenar por hacer un chiste sobre Carrero Blanco, pero luego te llaman de todo. Se alega grosería, cutrerío o mal gusto. Pero ¿qué es el mal gusto? ¿Lo que no me gusta a mí?
Lo mismo que el grado de excelencia tarambana cum laude no está al alcance de cualquiera, decir tonterías, disparates, incongruencias, sandeces y ofensas con una sonrisa es una especie de facultad que se entrena, porque alguien que es realmente imbécil, simplón o ignorante no tiene la capacidad de soltar una estupidez en el momento exacto en que conviene a ciertos intereses, que es cuando se necesita hacer ruido. Por eso, armar discursos insensatos o necios forma parte de un sistema perfectamente calculado para lograr determinados propósitos.
Estoy convencido de que no existen conspiraciones secretas, sociedades ocultas que manejan los hilos, maniobras inducidas por fuerzas irreales, que tienen que ver con el esoterismo o la ciencia ficción, seres que obedecen a mensajes de otra dimensión y que se mueven en la oscuridad para que el mundo vaya en determinada dirección. Nada hay secreto, todo está a la vista, pero, como en un espectáculo de ilusionismo, eso tan real desaparece porque siempre hay elementos de distracción que atraen nuestra mirada. Luego sucede lo que suele ser consecuencia de lo que se ha prefabricado delante de nuestras narices, mientras nos empeñábamos en seguir con la mirada la bolita que el trilero nos muestra como señuelo. Es decir, no hay complots, sectas de personajes con capucha ni servidores abducidos por extraterrestres, que llegan hasta aquí a través de agujeros de gusano, y que incluso algunos asimilan con dioses antiguos o creadores de la raza humana. Resulta que los burros vuelan, y lo repiten unos y otros, pero no pasa nada, es un juego, que por desgracia nada tiene que ver con las necesidades reales de esta sociedad.
Hay cerebros superinteligentes, muy pocos, pero es falso que haya cerebros escogidos, personajes superiores y entidades que nos sobrevuelan. Todo eso forma parte de una idea confusa que siempre ha funcionado cuando el ser humano está en situaciones muy difíciles, que es casi siempre porque la vida es muy complicada. En realidad, permitir que esas creencias alucinantes tengan tanto seguimiento forma parte del despiste del mago. Ya escribió Baudelaire que el mejor truco del diablo es convencernos de que no existe, aquí es al revés, se mira para otro lado para que se extienda la creencia en todo ese universo de cómic apocalíptico y se pueda actuar con la realidad tangible sin que nos demos cuenta. No hay conjuras ocultas con rituales bizantinos o medievales, pero sí que hay truco, y el mayor elemento de distracción de la realidad es el gran entramado de medios de comunicación que finalmente nadie controla porque a estas alturas el mecanismo funciona por inercia, y no hay una persona, una corporación o un comisionado que sea capaz de pararlo o siquiera hacerlo cambiar de dirección.
Todas esas personas que pueblan el surtidor de supuestas noticias diarias y que se descuelgan con declaraciones imposibles, frases sin significado o mentiras muy obvias, son en realidad personas entrenadas en armar barullo, de manera que no sea posible hilvanar discurso coherente alguno que tenga sentido. ¿La presidenta de la Comunidad de Madrid, la portavoz de Junts en el Congreso o el alcalde de la capital de España son tan elementales como se empeñan en aparentar? ¿El portavoz del PP está tan fuera de la realidad como aparentan sus discursos absurdos sobre lo que sea? ¿Pedro Sánchez y sus cercanos piensan de verdad que van a terminar la legislatura? ¿De dónde va a salir esa pila de millones necesaria para condonar las deudas a las Comunidades Autónomas? Tampoco son simples y contradictorias las personas que, desde la ultraderecha, sueltan sandeces que no merecen debate porque, en su base, los argumentos son irracionales y a menudo zoológicos. Es la excelencia absoluta del disparate, pero la pobreza, el drama de la inmigración y el deterioro de los servicios públicos son cada vez más sangrantes, por muchos números y paneles estadísticos que muestren. Y no era eso lo que se pactó en las urnas.
Lo triste es que, combinando esa supuesta estulticia con la repetición de consignas delirantes y la insistencia en datos falsos, aunque sea patente que lo son, consiguen la atención mediática, que es finalmente su único propósito para seguir en la brecha. Es evidente que no creen lo que dicen porque nada hacen al respecto cuando tienen ocasión de hacerlo. Se opusieron al divorcio, no lo derogaron cuando estuvieron en el poder y encima lo usaron como cualquier ciudadano; lo mismo ha ocurrido con docenas de asuntos, como el aborto o los matrimonios de personas del mismo sexo. Por otra parte, después de siete años en La Moncloa de la entonces oposición, siguen sin moverse leyes que decían iban a derogar al día siguiente. De lo que se trata es de hacer ruido para pillar otra vida como en la PlayStation. Y no crean que, en el otro lado, se actúa de distinta manera. Tres ejemplos: lo que ha ocurrido y ocurre con la Reforma Laboral o la Ley Mordaza del Gobierno de Rajoy (sigue habiendo gente en la cárcel actualmente por su aplicación), o la incapacidad de todos para afrontar el asunto de la vivienda, derecho que consta literalmente en una Constitución que dicen defender con uñas y dientes.
Es descorazonador ver el tiempo, el dinero y el esfuerzo que se dilapida en organizar comisiones parlamentarias y otras burocracias que finalmente no tienen reflejo práctico en el interés general de la ciudadanía. Cansan las alusiones a ofensas históricas, a guerras lejanas, a intrigas extranjeras y a matraquillas varias, pero ninguna se materializa en hechos que sirvan para cerrar esas páginas y que no se vuelva a hablar de ellas en sede parlamentaria. No hay conspiraciones, solo ineptitud. El ruido los mantiene, y los medios los amplifican.
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