P’al Pino

 

El Pino es algo que escapa a cualquier etiqueta, porque va mucho más allá de la religiosidad o del folklore de la isla de Gran Canaria. Las fiestas del Pino, como ocurre con las de las siete vírgenes morenas que patronean cada isla del archipiélago, son hechos sociológicos que abarcan desde el fervor mariano más profundo hasta la parranda más popular y ruidosa, sin olvidar la esencia de eso tan indefinible que llamamos canariedad o incluso ese elemento esotérico que contienen la promesas por favores pedidos o recibidos. La fe es algo muy personal y por lo tanto digno del mayor respeto, pero si la devoción a la Virgen del Pino fuera sólo eso no estaríamos ante el fenómeno de masas que se repite cada año en la villa de Teror. Entiendo a los romeros de rodillas, a los parranderos y a los curiosos, pero desde niño me pregunto qué relación tiene la Virgen con las armas para que tenga rango de Capitana Generala.

 

 

Cada año, cuando llega el Día del Pino, me viene a la memoria  la niñez soñolienta, levantado desde medianoche y surcando los caminos reales de la medianía, de mano con mi madre, que iba descalza y con tiento para no destrozarse los pies. Mi padre alumbraba diligentemente con una luz de carburo para que se vieran bien las fallas de las veredas. Veíamos despuntar el sol cuando nos acercábamos a Teror cruzando el barranco de la fuente agria. Y recuerdo con pavor de niño asustado aquellas rodillas ensangrentadas de los peregrinos, que se anudaban pañuelos para no manchar el piso de la basílica. Recuerdo a toda aquella gente que era un murmullo de rezos al amanecer, y ya pensaba entonces en lo extraña que era la relación con la Virgen, a la que se le ofrendaban aquellos sacrificios tan duros. Después de muchos años, El Pino me recuerda al sueño, al cansancio de peregrino, y la memoria de aquellos caminantes silenciosos que se cruzaban con los parranderos. Y por el pecho me sube un pálpito de respeto.

 

Lo que sigo sin entender es por qué en un estado constitucionalmente aconfesional las instituciones se personan en un hecho estrictamente religioso. A mí las Fiestas del Pino me parecen una hermosísima expresión íntima y popular de los canarios, colectivamente y desde las creencias personales. Que esa afluencia de peregrinos, parranderos, e isleños en general se produzca de forma espontánea cada ocho de septiembre me emociona como canarión. ¿Qué pintan en Teror las autoridades, incluyendo al representante del Rey de España? Una fiesta es religiosa, popular o ambas cosas porque así lo quiere un pueblo, y nada más.

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