Un amigo me ha dicho que hay que poner un corazón verde en la ventana para valorar lo público. Está claro que tenemos que cotizar al alza lo que nos es común y porque lo pagamos con nuestros impuestos. Al ver en el calendario que hoy es Santa Rita, me ha venido a la memoria la voz de la abuela que decía que la de Casia era la abogada de lo imposible. Por lo pronto, ya se ha resuelto lo de la gota (muchas gotas, demasiadas) del grifo de la ducha, un asunto que me ha tenido en danza bastantes días. No sé si porque a la tercera va la vencida o porque era Santa Rita, el fontanero hoy trajo la gomilla justa para que quedara perfecto. Así que, una preocupación menos, que ya casi tenía el carnet profesional para abrir y cerrar llaves de paso.
Ya se han decidido los territorios que cambian de fase; como se esperaba, toda las islas pasan a la Fase 2 (ya lo estaban las tres más pequeñas desde el día 18). Por lo que leo, deduzco que va a haber bastante actividad, pues los porcentajes de ocupación se han subido más allá del 30% del que se hablaba al principio. Espero que sea para bien, por la economía y por sacar del agobio a muchas personas que lo esperaban. Creo que no sobra insistir en que cada uno de nosotros debe cumplir con las recomendaciones, y entre la incertidumbre y la esperanza iniciamos una nueva etapa.
Esta mañana, mi compañera pudo ver en la calle a Mapi, nuestra vecina, aunque tuvieron que esforzarse porque con mascarillas y gafas oscuras la identificación es complicada. También se encontró a Sofía, Diego y sus padres. Con las distancias reglamentarias, pudieron hablar cara a cara, y según ella, nuestra visión de los niños se quedaba corta. El natural son más guapos. La conversación duró poquito porque a Diego no le gusta que su padre se detenga, quiere movimiento, que para eso se llaman paseos. Luego, mi hijo nos envió una foto de la perrita jugando en la azotea, y mi farmacéutica me ha llamado porque le ha llegado alcohol y a precio justo. A ver si esto también tiene que ver con Santa Rita.
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