Enfilamos una semana en la que vamos a contener la respiración, por ver si la decisión de reanudar determinadas actividades ha sido un acierto o un error. Los que tenemos cierta edad (de mi quinta hacia arriba) o alguna patología recurrente debemos tomarnos todo esto con paciencia, porque ya han dejado claro que seremos los últimos en salir del confinamiento cuando se produzca eso que ahora empiezan a llamar desescalada. La verdad es que hay generaciones que han tenido que pasar por todo, y si lo miramos por el lado positivo podremos presumir de que hemos tenido un muestrario.
Ayer nos dio por la repostería. En casa somos muy frugales, y las recetas curiosas las dejamos para cuando salimos. De manera que, si en la cocina podemos sacar adelante comida casera, en la repostería andamos más cortos de conocimientos, porque, además, no somos golosos. Mi amiga Paqui Acosta nos pasó una receta sencillita para hacer bizcocho de zanahoria con el microondas; seguimos al pie de la letra sus indicaciones y, oye, en solo siete minutos ya estaba hecho. Creo que tendríamos que haberle dado un poco más de tiempo, pero quedó muy bien, aunque por eso de que no somos golosos al próximo le quitaremos un poco de azúcar. La presencia tampoco es para tirar voladores, pero así se aprende.
Ayer Diego apareció en la ventana en brazos de su padre, pero estaba dormido. Sofía compareció con su inseparable pandereta pero también debía estar recién despierta porque tenía cara de que no le interesaba mucho la convocatoria. Poco a poco, respondió a nuestros saludos con una sonrisa, que fue suficiente para iluminar el atardecer. Y luego, a dar cuenta del bizcocho de zanahoria. Buen día.
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