Suele decirse que el periodismo nació en la Inglaterra del siglo XVIII, décadas antes de la Revolución Francesa, pero en realidad ya se ponían comunicaciones para la gente desde la época de Julio César, y durante la Edad Media había hojas volanderas que comunicaban. Fue en la Venecia más gloriosa cuando se imprimían noticias y opiniones que se vendía al precio de una gazetta, que era la moneda veneciana de la época, y de ahí surgió el primer nombre de las publicaciones, que se instauraron como tales y con fuerza durante el siglo XIX. Los grandes magnates norteamericanos de la prensa influían en la sociedad y en la política, como los míticos Joseph Pulitzer o William Randolph Heart, pero es que los grandes empresarios de la época de consolidación y crecimiento en Estados Unidos se dedicaban en origen a una sola actividad: Carnegie los trenes, Rockefeller el petróleo, los Hermanos Lehman a la banca, los mencionados Heart y Pulitzer a las empresas periodísticas y así en diversos sectores, si bien es cierto que pronto comenzaron a mezclarse intereses y el dinero sin nombre se infiltró en las redes del capitalismo que hoy conocemos.
En esa primera situación, las empresas periodísticas vivían de sus suscriptores, y podían ser relativamente libres, pero cuando el dinero pesó más desde la publicidad, la libertad de prensa empezó a diluirse, y la verdad impresa se tornó duda razonable. El fenómeno ha empeorado con el tiempo, por implicaciones políticas, y eso si hablamos solo de la prensa en países supuestamente democráticos, porque si entramos en otros espacio hablamos de censura clara y manifiesta. Hoy no serían posibles situaciones como la narrada en la famosa película de 1952 El cuarto poder, porque la dueña del periódico encarnada por Ethel Barrymore tendría negocios en otros sectores y el defensor irredento del periodismo independiente que interpretaba Humphrey Bogart estaría despedido y sin posibilidad real de encontrar trabajo en otro medio. Quiero decir que, desde siempre, se ha cumplido la conocida definición de que periodismo es publicar algo que alguien no quiere que se publique.
Muchas voces han sido acalladas, y en estos tiempos son demasiado frecuentes los asesinatos de periodistas en lugares como México, o más cerca, en Rusia, y ahí al lado, en Malta, dentro de la UE, por no hablar de los muertos en misiones informativas en lugares en conflicto, de triste memoria para todos. Y es que, cuando se mezcla la política, el crimen organizado y el dinero, el periodismo estorba.
De eso habla La espiral del silencio, la novela de Mayte Martín que hoy presentamos. Y después de lo dicho, podríamos pensar que ya no existe el periodismo porque ha sido devorado por el dinero. Pero es que precisamente, en estas condiciones tan adversas, en las que muchas personas se juegan la vida y a veces la pierden, sigue habiendo intención y vocación de contar eso que alguien no quiere que se cuente. Hablamos de gente que tiene un armazón ético indestructible, y desde luego una valentía que no tendría que ser imprescindible para empuñar una pluma o un micrófono, o para dar imágenes que alguien no quiere que sean vistas.
La manera que Mayte tiene de contarnos esto es a través de una novela negra; que en realidad no es negra por el género sino porque nuestra sociedad se está convirtiendo en un sistema que funciona como las tramas más socorridas del género. Por desgracia, a las novelas negras hoy habría que llamarlas realistas. Así de tremendo es el problema que a todos nos atañe. La libertad de expresión y por lo tanto la libertad de prensa acaba cuando choca con intereses políticos, económicos o de la propia empresa en la que se trabaja, por no hablar de otras organizaciones indeseables que por desgracia meten sus garras en todas las actividades humanas e inhumanas que dan dinero.
La lectura de esta novela produce desasosiego porque logra transmitir esa inseguridad en la que finalmente no puedes fiarte de nadie cuando hay algo importante en juego. Mayte pasa por ello a formar parte de esas personas valientes que, sea en forma realista y documentada, sea en forma metafórica, expone y denuncia, no solo el desprecio a la vida de los profesionales honestos del periodismo, sino porque se está cometiendo un crimen que nos afecta a todos. Lo que matan de un solo tiro es la verdad y la libertad. Poner sobre la mesa algo tan terrible es por lo tanto un acto de valentía. Si, además, está bien escrito, solo me queda felicitar a su autora.
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