No soy vidente, tampoco tengo el cociente intelectual de Mozart, Hedy Lamarr, Einstein o Mae West, ni tengo acceso a informaciones privilegiadas que podrían alumbrarme el camino. Es decir, soy un tipo normal, como lo son las personas de mi entorno, con las que hablo y veo que llegan a las mismas conclusiones que yo. Y, claro, me pregunto cómo es posible que quienes tienen esos datos, saben mucho o se rodean de gente muy diplomada tomen decisiones disparatadas. Como botón de muestra valga que, cuando se celebró la Expo de Sevilla, hubo inversionistas que metieron miles de millones en construir hoteles lujosos que se llenarían durante los seis meses que duraba el evento, tiempo claramente insuficiente para amortizar. Se acabó la Expo y casi todos fueron a la quiebra. Tampoco lo entiendo, si la gente como yo ve de lejos que las cosas iban a ser así, ¿cómo es que grandes grupos empresariales no lo vieron?
Esto mismo ocurrió con la sobredimensión del mercado digital en la bolsa. O con la Ley del Suelo, pues me parece un disparate que todavía haya alguien en Canarias, sobre todo en Gran Canaria, que no vea claramente la escasez de espacio y el peligro del exceso de suelo urbanizado. Quienes se supone que van a sacar beneficio del festín de hormigón van salir muy perjudicados, aparte de perjudicar a los demás, porque están matando a la gallina de los huevos de oro. Pero todavía se pone en duda que el Sol sale por el Este y que la mar es salada. ¿Es que estamos en manos de retrasados mentales que meten la pata a lo grande sin saber que lo hacen? No lo creo, aunque es verdad que cualquier tipo de poder genera ceguera, pero ¿tanta? Me temo que, con más razón porque tienen más datos y más medios, ellos también saben lo que va a pasar, y deben obedecer a una revelación que los simples mortales somos incapaces de comprender, o a un expediente X como los que dieron lugar a que ahora haya cola de encorbatados en los juzgados y las cárceles. Finalmente han terminado en los juzgados. Si lo hacen con conocimiento de causa, estamos en manos de sádicos suicidas (tremenda combinación), y si lo hacen por torpeza, vamos en un coche conducido por un ciego. Tal vez tuviera razón Facundo Cabral y sea verdad que el mundo es una novela escrita por un loco.
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