Las revistas llamadas del corazón y cotilleo televisivo y radiofónico, aireando las novedades personales (reales o inventadas) de este o aquel personajillo, son una buena parte del diagnóstico de lo que es nuestro país, propiciado por sucesivos sistemas educativos que parecen maquinados para destruir cualquier atisbo de dignidad individual y colectiva. Sin embargo, al mismo tiempo que significan todo eso que he dicho, son a la vez un termómetro de dos de las lacras más sangrantes de las muchas que fabrican expresamente en no sé qué laboratorio medieval que lo gobierna todo: el clasismo y el machismo. En cuanto a lo primero, todavía hay clases; hay unos personajes para los que todo son parabienes y halagos, y hay incluso distintos status según en qué revista o en qué programa se cuenten las glorias de los «aristócratas» de la corrala y las miserias de los que no nacieron entre sábanas de seda. Si sales en una publicación clase A, eres un prócer o una gran dama, si sales en otra de clase B, eres un dios menor, y si vas directamente a la clase C hablamos de «tiraos» y «chonys», aunque siempre se factura. El machismo, por su parte, es aberrante sea cual sea la clase del personaje o la publicación donde salga. Cuando se habla de un hombre de abultada lista de amoríos, es un galán, un caballero, casi un héroe; si, por el contrario, es una mujer quien ha tenido varias historias (tampoco hace falta que sea una lista inacabable como las de los machotes) las airean una y otra vez, enumerándolas como si fueran delitos. Nadie interviene, e incluso se aplaude, como cuando, hace unas semanas, un concursante de un reality televisivo, vino a decir que la madre de otra persona participante era una buscona porque se había casado dos veces. Y no pasa nada. Por mucha educación para la igualdad que haya en los colegios, poco puede hacerse cuando los menores ven diariamente que se puede ser machista con total impunidad. Luego está la violencia, pero eso queda para otro día.
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