Sé que el 1 de enero mucha gente duerme porque se saltó las sábanas del 31 de diciembre; que es viernes y hace puente; que da cierta pereza empezar un año. Todo eso lo entiendo y por ello lo normal es que cada primer día del año las calles estén poco transitadas. Pero es que lo de este año es para propuesta de récord, al menos en el centro de mi ciudad. He visto que cierto porcentaje de la gente se ha apuntado a pasear por la orilla del mar e incluso a darse el primer baño del año; pero es casi nada. Seguramente, al ser el año bisiesto, se habrá pensado que quedan más días que longanizas. Pero no. Salí por la mañana; toda la calle para mí. A mediodía lo mismo, nadie fuera de su casa, y todo tan cerrado que ni siquiera funcionaban los socorridos asaderos de pollos. Acabo de volver de mi paseo vespertino. Ni una persona por la acera, ni un coche por el asfalto; hasta las tiendas de chinos estaban cerradas. Ante tanto silencio, confieso que casi daba miedo, era como caminar por una ciudad abandonada en la que los únicos ruidos eran los de mis pasos y mi respiración. Miraba las farolas y los escaparates encendidos y me preguntaba para quién. Un derroche de luz solo para mí. Por la mañana creía que a medida que avanzara el día algo empezaría a moverse. Nada, solo las palmeras y yo (las palmeras poco). No sobra tanto el tiempo como para tirar por la borda un día. Así que, cruzo los dedos para que la ciudad comience de nuevo a respirar, porque tenemos por delante un año del que puedo anunciar con cierta seguridad que va a ser cuando menos entretenido. Muy entretenido, me temo. ¡Pónganse las pilas!
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